PSICOLOGÍA Y PSICÓLOGOS.
Huelga decir que tanto el campo como el ámbito de la psicología, y en consecuencia el de los psicólogos y psicólogas, se encuentra conectado con la complejidad que la vida y la existencia presentan y ofrecen diariamente al ser humano. Con toda la diversidad que despliega el ecosistema humano, los profesionales de la psicología, tendemos a olvidarnos de la complejidad a la que la propia vida se abre, describiendo y concibiendo la dimensión social y a los humanos que en ella se desarrollan, en absurdas categorías que nuestra mente construye y elabora. Como si la complejidad, nos asustara, nuestras mentes se refugian en la polaridad teórica que ofrece el modelo. El mapa psicológico, nos ofrece la aparente seguridad y certeza, que la vida real y autentica, jamás nos ofrecerá. Por ello nos apegamos al modelo teórico, a pesar de que sabemos que no responde, ni se acerca a la realidad humana relacional.
Categorizamos la vida en compartimentos estancos, como si fuera una caja registradora en la que cada compartimento vive aislado y separado de los otros, como si no hubiera una relación entre todos. Dicha caja registradora la introducimos en nuestra mente y con ella observamos y valoramos las experiencias de los humanos. El esquema preconcebido tiende a determinar el contacto humano. El modelo teórico es previo y prima sobre el contacto y acercamiento humano. La teoría es el guion del terapeuta, sin ella no somos nada. El modelo suele ser el escudo con el que nos protegemos en el encuentro terapéutico, debido a que de un modo u otro, deseamos encontrarnos y sentirnos en situación de ventaja en el contexto y espacio de la terapia. Nos predisponemos antes de contactar y de conocer. Nuestras expectativas van por delante del sentir y del pesar del paciente.
Nuestro sesgado mapa de la experiencia vital, borra de un plumazo toda la diversidad y con las lentes de la polarización, establecemos dicotomías y categorías de lo humano erróneas, y por lo tanto falsas e inexactas. Cualquier ser humano es mucho más, y por supuesto trasciende todas las categorías mentales en las que clasificamos y dividimos a los sujetos. El ecosistema humano fluye como la vida misma, mientras que las categorías no, debido a que éstas emergen de los prejuicios mentales que poseemos. Un concepto, una noción, una idea o una teoría, no son ni emergen de la vida debido a que nacen en la mente de un humano que se hace una idea o una representación o una significación sobre cómo puede ser esa vida. En el fondo y en la superficie, un concepto dice mucho más sobre el sujeto que lo expone que sobre la vida, pues son sus ideas sobre la vida pero no la vida misma.
A pesar de todo, nuestros pensamientos no son la vida, más bien son nuestra cosmovisión acerca de la vida. Un mapa por mucho que lo deseemos y lo pretendamos, no es el territorio. El proceso mental, no crea la vida, más bien es al revés, es la vida la que crea y establece el proceso mental. Algo así como un descafeinado que puede tener cierto aroma, pero no toda la fuerza y el sabor de un buen café natural. Nuestras mentes profesionales pueden perderse muchos matices a cerca de la vida de los seres humanos. La idea del control de la situación por medio del modelo, de por sí ya resulta estúpida, pues la terapia es un espacio humano, y como tal requiere y precisa responsabilidad de las personas en ella implicada. No requiere control, ni posición de experto, sino más bien todo lo contrario, una capacidad terapéutica por parte del profesional para adentrarse en senderos emocionales y afectivos propuestos y sugeridos por el otro. La terapia es un riesgo por lo desconocido en el que el psicólogo se adentra, acompañando a sus pacientes en un viaje hacia posibilidades y opciones sin síntomas y sin sufrimiento. Un encuentro en el que el otro, podrá captar lo absurdo que es el recurrir a los síntomas para de ese modo pueda ser reconocido y aceptado. Aquí prima más el valor del terapeuta que sus propios conocimientos y teoría.
Relacionando la psicología, y sobre todo a los psicólogos con la vida y los contextos humanos en los que ésta se desarrolla, los profesionales de la psicología deberíamos ser plenamente conscientes de que la psicología fue creada y establecida por humanos para poder estar entre y con humanos, con lo que sutil y agudamente hemos de estar lúcidos para poder diferenciar a la vez que saber que para poder acompañar y estar, previamente hay que ser. En en el arte de acompañar en la travesía de una experiencia vital, si no somos, no podemos estar y por lo tanto nos inhabilitamos en el arte de acompañar. Esto que en apariencia, parece y resulta tan sencillo, a muchos de los psicólogos, o bien se nos olvida, o bien se nos escapa, pues persuadidos por la vorágine teórica, desconectamos de la sensibilidad y de la vulnerabilidad del otro que solicita nuestra ayuda y acompañamiento. Similar al “lecho de Procusto”, procuramos que las personas se acoplen a nuestros modelos de hacer terapia. Como si no hubiera mas horizontes que el del psicoanálisis, o el del conductismo, o el de la terapia familiar, o el de la terapia de la gestalt, etc. Más allá de la ventana teórica, hay humanos que ponen sus esperanzas en nosotros.
Enfrascados en nuestros modelos teóricos, no vemos ni al humano ni al sistema al que pertenece. Encendemos la bombilla de la teoría y hacemos la cuadratura del círculo, pasando, observando y tratando al sujeto a través de nuestra teoría. No vemos a personas, vemos teorías en las cuales las personas tienen que encajar. Si las almas no se acoplan al modelo teórico, forzamos y obligamos a las personas de un modo u otro a que se ajusten y por lo tanto respondan a nuestras expectativas teóricas. La teoría y el modelo, suelen ser como la biblia, y si el sujeto no refleja lo que la biblia dice, entonces se le reajusta ciertas piezas para que de ese modo pueda reflejar la realidad bíblica y las expectativas del modelo. Nos volvemos, literalmente tan psicoterapeutas que tan solo consideramos los renglones escritos y expuestos en el manual, pues entendemos que en él se haya la verdad absoluta tras la cual el resto, aunque respire, apenas si es considerado por nosotros.
Como psicólogos, tenemos cierta tendencia a emplear un arma arrojadiza en el contexto y espacio terapéutico que nos garantiza cierta inmunidad y que a su vez nos enviste de poder. Dicha arma, entre nosotros la denominamos y la conocemos como “resistencia”. La resistencia, suele ser el recurso que empleamos cuando el paciente, no se somete a nuestros requerimientos y deseos, los cuales quedan perfectamente ocultos tras el modelo teórico. La idea de presentarnos como expertos que portamos en nuestras manos el vademécum (diagnostico) nos da un halo de dominio y autoridad al cual resulta difícil renunciar.
No cabe duda de que la psicología y sus diversas teorías, emergen y son el producto y por lo tanto el efecto de las mentes de humanos que se ocuparon y preocuparon por la conducta y el comportamiento que se ha ido produciendo entre los humanos. Por lo tanto como humanos que somos, se encuentra inscrito en nuestra naturaleza la arista de lo social, que suele ser transmitido por vía cultural. Ello nos hace iguales y diferentes a la vez como humanos, pero a su vez suele ser inevitable que las culturas se elaboran y construyen con valores e ideologías que las definen y caracterizan como tales. Son las experiencias culturales las que nos diferencia y por lo tanto nos singulariza. A su vez, resulta más que evidente que los valores culturales predominantes en las diversas culturas tienden a ser los de la clase dominante y poderosa. No es menos cierto a su vez que hay culturas y sociedades más igualitarias que otras, o lo que es lo mismo que existen culturas que sutil y no tan sutilmente se apoyan en la desigualdad y en la asimetría (patriarcado). Europa y más concretamente el Sur de Europa se sostiene sobre la desigualdad y la asimetría de poder. Nuestra psicología como producto humano que es, emerge en estos contextos ideológicos, caracterizados por la desigualdad y el poder, por lo que como disciplina humana contendrá los deseos humanos de poder. No verlo, no decirlo, es negar la evidencia, pues no hay neutralidad en la psicología como tampoco la hay en los hombres. La neutralidad, es el nicho de los autoritarios.
Nuestros manuales diagnósticos con los cuales etiquetamos a las personas: CIE- 10 (clasificación internacional de enfermedades), y DSM- 5- TR (manual diagnóstico estadístico), incluyen a la vez que cuentan con toda la carga ideológica del capitalismo y de la burguesía del mundo occidental. Si no cuestionamos, ni nos acercamos al sustrato ideológico de ambos manuales, difícil será nuestro acceso al psiquismo humano de las personas. Culturas y sociedades establecidas desde el poder, marginan y discriminan a quien no cuentan con dicho poder. Es evidente que la psicología y sus modelos teóricos, sirven al status quo establecido. Es decir sirven y servimos al sistema establecido. Nuestra objetividad resulta ser subjetivamente neoliberal, por ello nos seduce el poder de experto del cual se nos enviste. Realizamos terapias y elaboramos informes, con y desde una óptica corporativista con el sistema que aliena a los seres humanos. Nos identificamos con el Estado dominador y dominante. De modo que no cuestionamos el sistema.
En nuestros encuentros terapéuticos, procuramos que las personas se identifiquen con el modelo social establecido. Evitamos las injusticias sociales que alteran la psique humana, y etiquetamos a los sujetos desde una rigidez psicologicista y desde una consideración intrapsíquica en las que el sujeto es el culpable de su malestar, mientras que las reglas sociales que lo coaccionan y lo reprimen quedan exoneradas por parte del psicólogo. Mas que terapeutas, somos reformistas neoliberales, pues no cuestionamos las injusticias sociales que enloquecen a los seres humanos.
Los modelos teóricos y los manuales diagnósticos, se han elaborado con la finalidad de etiquetar y por lo tanto de condenar a los sujetos que nos responden a las expectativas sociales que de ellos se requieren. A los psicólogos nos quedan dos posibilidades u opciones: colaborar con el sistema, siendo un reformista social, o bien acompañamos para que los sujetos tengan posibilidades transformativas que los libere o al menos les ayude a tomar conciencia de las cadenas que el sistema social les pone. A pesar de la bioquímica cerebral, la gran mayoría de desajustes psicológicos, obedecen y responden a exigencias y demandas sociales, por lo tanto es el sistema el que debe ser cuestionado y transformado. No vale culpabilizar a los pacientes.
La psicoterapia debe ser dignificada por los terapeutas y no por las teorías. Los psicólogos precisamos y necesitamos más humanidad y más humildad, cuando vamos al encuentro terapéutico.
Cristino José Gómez Naranjo.
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