NUESTRO MIEDO A LA MUERTE.
Si hay algo de lo cual podamos estar total y plenamente convencidos, es que en algún instante de nuestras existencias moriremos. No obstante, y a pesar de la certeza y de lo inevitable de nuestro óbito, actuamos y vivimos como si nuestro deceso nunca llegará, es decir que fantaseamos con la idea de que la parca pasará a nuestro lado, pero que tal vez nos pueda dejar tranquilos, permaneciendo aquí todo el tiempo que nos plazca.
Ante la evidencia de lo evidente, humanamente, le damos la espalda al hecho de la muerte y sobre todo a nuestro morir. De facto, el sentido de la muerte es que es el final de nuestras vidas. La realidad es que la muerte, no existiría, ni tendría lugar y mucho menos sentido y significado sin haber vivido previamente la vida. Sin vida, no hay muerte. A pesar de saberlo, tendemos a vivir la vida como si esta durara para siempre, y por ello apenas si la valoramos en su total plenitud, más bien hacemos todo lo contrario, vivimos con arrogancia, pues nunca nos preparamos para una buena muerte.
En nuestro ajetreado y acelerado mundo occidental, abarcado por la productividad y el consumo, ni siquiera podemos comprar y mucho menos negociar con la muerte para que esta se retire de nuestro camino. Más bien al contrario, consumimos la cosmética y los productos de belleza, que aparentemente parece que nos mantiene como en una especie de juventud en la cual, consideramos y creemos que vamos a permanecer siempre. Como si fuera una especie de eternidad la cual intoxicamos por medio del espejismo que nos hemos ocasionado a nosotros mismos. Tendemos a pensar y a considerar, que en la juventud reside la eternidad y por lo tanto la inmortalidad, y nos obsesionamos con ser y permanecer jóvenes para siempre. Tendemos a rechazar el transcurso evolutivo que la vida nos presenta, debido a que ello implica aceptar y normalizar la muerte.
Nuestra actitud para con la muerte, tiende a ser histrionica, patética y deplorable. Alimentando nuestro propio engaño, consideramos que podemos esquivar a la muerte. Entramos en una angustia vital de la cual nos resulta complejo y difícil el poder salir, ya que nada de lo que intentemos procurará evitar nuestro encuentro con la muerte. Ni siquiera el sueño de la eterna juventud, o el elixir de la vida, podrían evitar nuestra muerte. El solo hecho de pensar en la muerte, nos estremece y nos rompe. Nuestras mentes, debido a procesos socioculturales, aún conserva la idea mítica del miedo a morir y obra en consecuencia rechazando y obviando el proceso del morir.
Del mismo modo, que hemos ido evolucionando y en ese proceso evolutivo, hemos ido creando áreas, como la de la salud, la educación, servicios sociales, etc, que de algún modo han mejorado nuestras vidas y por lo tanto nuestra existencia, no hay ciencia que haya descubierto el elixir de la inmortalidad, tal vez porque este ni siquiera existe. No deja de ser lo que es, un delirio del hombre por aferrarse a la vida. Despropósito que nos aleja del buen vivir y por lo tanto de la felicidad. El atroz pánico que sentimos hacia la muerte, dificulta e impide sentir y vivir nuestras existencias tal y como debe ser. Tan solo la idea y el pensamiento de la muerte, nos paraliza y nos bloquea dentro de un circulo vicioso de inacción y resquemor mental ante el hecho de morir.
Nuestro ego como parte integrante de nuestra yoidad, impulsado y forzado tanto por la cultura como por la educación, se fragmento y por lo tanto se escindió y se separó de nuestra constitucionalidad yoica: el consabido dilema, mente-cuerpo. Dentro de todo ese proceso, el ego como tal se concibe a la vez que se percibe y actúa, como si fuera único y exclusivo y tiende a desconectarse de la unidad del ser humano. El ego en su proceso de descontextualización y de separación, entiende que es él el que debe tomar las decisiones. No obstante el ego merced a su soberbia, adquirida a través de la inflación de sí mismo (inflación del ego), se considera a sí mismo como el centro del todo. En esta cultura vorágine y repleta de superficialidad, el ego se agarra como un clavo ardiendo a la compulsión de producir y consumir. Es decir entra en el delirio de la apropiación, como medio y recurso para evitar pensar en la muerte. Nuestro ego, se engaña a sí mismo por medio de las bagatelas ofrecidas por el libre mercado del consumo.
El ego niega a la muerte, porque el mismo piensa y considera, y por lo tanto contempla su propia muerte. No obstante para el ego morir, significa, desaparecer, es decir dejar de existir, y por lo tanto dicha idea lo tortura, procurando compensarlo y evitarlo con la trivialidad y la obsesión compulsiva orientada hacia consumo. En la idea de llenarse y de acaparar, se vacía del sentido y del significado de morir. Hace lo posible e imposible por evitar la idea de la muerte.
Es nuestro ego, el que procurar evitar la muerte. Al cuerpo y al corazón, lo que les interesa a la vez que les preocupa es la vida y por lo tanto vivir. Es el ego, dentro de su marco de vulnerabilidad interpretativa, el que se horroriza con la sola idea de la muerte.
Incluso el origen o comienzo de nuestro universo (Big Bang), su propio origen y expansión, también tendrá un final. Es más todo lo que nace, muere, inclusive nuestro sistema solar. No hay nada que se haya originado que a su vez con el transcurrir del tiempo haya desaparecido. Es consustancial a la vida la muerte. Es un hecho que los humanos deberíamos aceptar e integrar la muerte como parte de la vida, el final, pero no deja de ser lo que es, los últimos momentos e instantes. La vida para los humanos, suele ser breve y efímera, y por momentos la malvivimos entreteniéndonos en asuntos y cuestiones superficiales.
Es posible que si habláramos más de la muerte, y nos abriéramos a ella, tal vez la podríamos convertir en una compañera de viaje. Siempre estará con nosotros, hasta que llegue el momento de la despedida. Resulta irónico ofrecerle las espaldas a un compañero de viaje, y la muerte como parte final de la vida, es nuestra compañera, entonces por qué no hablar con ella, y hablar de ella con los demás. Por ser temida, no deja de ser normal y común el hecho de que hemos de morir, pues todos somos mortales. Por qué aferrarnos al espejismo y al delirio de la inmortalidad.
Resulta incuestionable y así lo indica la ética humana, que tenemos derecho a una muerte digna, cuando nos llegue el final. Antes de perder, o bien de que nuestra esencialidad humana, se vaya deteriorando, podamos decidir el cómo morir. Algo tan intimo y personal como la vida de cada sujeto humano, es el propio sujeto humano el que tiene que decidir cómo desea morir, cuando bien la mente, o bien el cuerpo entran en un sufrimiento innecesario. Una vez que mente y cuerpo entran en un proceso irreversible (demencias, cáncer, etc), vivir es sufrir, y el humano, antes de alcanzar tales circunstancias puede y debe expresar su voluntad y su deseo de cómo quiere fallecer.
Es ético y es un derecho humano, morir con dignidad y ese derecho le corresponde a tomarlo y decidirlo a la persona que ha vivido su propia vida, y no a otros. Si somos responsables para vivir, también somos responsables para morir. Existiendo prácticas para la buena vida, también debe de haber buenas prácticas para el morir. La persona que se va, es la que debe decidir cómo se va, quién le acompaña, y como se debe desarrollar el proceso previo a su muerte. Si la mente y el cuerpo, van a sufrir, el dolor inncesario está de más, pues la muerte digna y en paz es un derecho y un deber dentro de la ética humana, que nos conduce a la profundad esencialidad de nuestra subjetividad como personas.
Cristino José Gómez Naranjo.
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