¿EL POR QUÉ DE LA DESIGUALDAD ENTRE HUMANOS?.




Es un hecho, que los diversos ecosistemas que los humanos hemos logrado concretar para la organización y existencia de nuestras vidas en común y en comunidad, desde sus comienzos, se han visto claramente marcados y caracterizados por la desigualdad reinante e imperante entre las personas que integramos y constituimos dichos ecosistemas. La disparidad es tal y tan evidente, que nadie discute y cuestiona tales diferencias, hasta el extremo de que han sido asumidas y por lo tanto normalizadas, llegándose a considerar y por supuesto a creer que desde que el mundo es mundo, “siempre han existido, ricos y pobres”. Una supuesta evidencia que por lo demás, resulta tan falaz e incierta, como la propia y burda manipulación que se ha fabricado sobre la misma, convirtiéndose en un fraude y en un engaño la propia falacia, debido a que desde el origen y por lo tanto desde el surgimiento del humano, ni nacio y ni tan siquiera se creó y estableció la idea de “propiedad privada”, con lo que dicho eufemismo, instaurado y creado con cierta orientación ideológica, se ha tomado y considerado como si fuera cierto e indiscutible, y por lo tanto se ha convertido en una especie de verdad bíblica, basada en la falsedad y en la mentira. Sencillamente se estableció el engaño, para justificar la desigualdad y la asimetría de poder efectuada por el despótico opresor, pues éste siempre de modo implícito y explícito, nunca ha dudado en amenazar de muerte a aquellos que cuestionan el sistema y organización previamente establecida.

Suele suceder que la historia humana, tiende a considerar y tomar por cierto lo falso. Es posible que ello se deba a que la crónica, al menos la de los humanos, siempre ha sido escrita y narrada por los vencedores, de modo que ésta se ha encargado de ocultar las ignominias e injusticias realizadas por los vencedores. Cuando se escribe la historia con dichos renglones, la finalidad es clara y evidente, no dejar espacio y por lo tanto lugar a los vencidos. El relato humano, jamás ha sido descrito ni observado con la mirada de los vencidos, ni con las ofensas ejercidas a los derrotados. Jamás un perdedor, será escuchado, reconocido y admitido dentro del proceso histórico, pues de hacerlo, el vencedor ha de aceptar y considerar a la vez que admitir el agravio que ha ejercido sobre los dominados. El hombre, siempre ha realizado un gran esfuerzo para justificar la violencia que ha ejercido sobre los otros. De hecho, los anales se encuentran saturados por el extremado ejercicio de la violencia, y de los genocidios realizados por los humanos sobre otros humanos.

Es más que probable que en la prehistoria de la humanidad, es decir antes del descubrimiento de la agricultura, hace unos diez mil años aproximadamente, la inmensa mayoría de los humanos confeccionaban a la vez que realizaban entre todos sus actividades, es decir, recogían los frutos, cazaban, cuidaban a la prole, etc, tanto mujeres como hombres. Las diferencias sexuales, no presuponían ni implicaban una distribución del trabajo basada y centrada en el género. Con el descubrimiento de la agricultura y con el dominio del fuego, la vida de los humanos dió un giro de 180º grados, pasamos de nómadas a sedentarios. Nuestra cosmovisión del ecosistema, comienza a presentar un desplazamiento y un cambio. El humano prehistórico, se apoyaba mucho más en la comunidad, y su existencia personal, adquiría sentido desde la comunidad. Ni tan siquiera se ocupaba y se preocupa por tener un excedente, y su afan acumulativo apenas si existía.

Con el sedentarismo y con la agricultura, y sobre todo con la nueva modalidad de organizar y de estructurar el trabajo, si que se lograr alcanzar y se obtienen los excedentes y por lo tanto comienza el interés y el deseo acumulativo de los hombres, e inevitablemente se abren la puertas para el ejercicio de la especulación. Con todo lo que se avecina, el nuevo hombre de la agricultura y de la civilización comienza a gestar su gran hazaña, que no es otra que considerar al hombre prehistórico, es decir a los cazadores-recolectores como “hombres salvajes y primitivos”. Tiende a ser el conmienzo de otro nuevo proceso de mitologización, para justificar y explicar su atroz ignominia, expresada en el rostro de la desigualdad entre humanos, tuvo que calificar y categorizar a sus antepasados como “salvajes”. De algún modo, creamos y establecimos como una especie de camino, para justificar nuestras propias conductas y comportamientos. Para ello, tuvimos la perspicacia de emplear nuestros cerebros en la creación y en la elaboración de toda una serie de abstracciones, conceptos e ideas, que posteriormente acertamos a cosificar e instrumentalizar. De modo que muchos fenómenos naturales, respondían a la voluntad de los dioses, y que por lo tanto para mitigar la cólera de las divinades, dichos hombres se proponían a si mismos, como intermediarios entre la voluntad divina y la humana.

Al ir creándose los excedentes agrícolas, estos tenían que ser almacenados, supervisados y administrados por ellos al resto de la comunidad, creando y estableciendo toda una burocracia que ejercía y ejecutaba el poder. De modo que la puerta para poder establecer el poder y por lo tanto el ejercicio de la desigualdad entre los hombres, se abrió para no volver a cerrarse nunca. De hecho la historia, al menos implícitamente porta un relato justificativo y hasta explicativo de por qué unos hombres han explotado y dominado a otros. Es más la historia, o mejor dicho sus narradores, se han encargado de explicitar que el ser humano es combativo y violento por naturaleza, y que por lo tanto las comunidades, más o menos igualitarias apenas si se han surgido en la convivencia humana. Tal argumentación, no deja de ser otra mentira más elaborada por los dominadores.

Tal cosmovisión fue constituyéndose paulatinamente, de modo que logró confeccionar una mirada sobre el mundo elaborada con los ingredientes causantes y generadores del desequilibrio entre humanos y por lo tanto de la desigualdad existente y predominante. Una de ellas resultó ser la confección de las culturas y religiones de índole abrahamicas, muy marcadas a la vez que caracterizadas por su naturaleza patriarcal. Si bien las religiones resultaron ser útiles como medio y forma de organizar y de estructurar las diversas comunidades humanas, no deja de ser menos cierto, que cuando dichas comunidades van alcanzando y acercándose a la condición de ciudades-estados, los hombres se organizan para ejercer, controlar y desarrollar dichas religiones. De hecho se origina la casta de los patriarcas. Es más, las religiones más extentidas a la vez que más practicadas, se encuentran en manos, o bien sus fundadores resultaron ser hombres. El budismo (Sidharta Gautama), para el cual, las mujeres son perfidas, y no deseaba que se hicieran monjas, y en caso de serlo eran inferiores al hombre. El cristianismo con su misoginia hacia Eva, la cual sedujo a Adán y por su culpa entró el pecado en el mundo de los humanos. El judaismo, en el cual, los hombres se permiten pensar y además decir “Gracias por no haberme hecho mujer”. El islam, el cual reserva el paraiso para los hombres repleto de virgenes. El induismo, en el cual una vaca adquiere más valor que una mujer.

La crónica narra, que la divinidad realizó un pacto con Abraham, llamando a dicho trato o alianza, la circuncisión; Génesis 17,10, “Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros”, acuerdo o alianza que posteriormente es ratificada por Paulo de Tarso (Pablo), en su carta a los Corintios, 14,34-35, en donde dice “Las mujeres guarden silencio en la iglesia, pues no se les está permitido hablar sino que estén sumisas, como lo establece la ley. Y si quieren saber algo, que se lo pregunten en casa a sus esposos; porque es indecoroso que una mujer hable en la iglesia”. No hay ningún tipo de dudas, de que tanto implicita como explícitamente, las religiones han dado un espacio a su divinidades masculinas, las cuales a su vez han transferido dicho poder a los hombres en la tierra. Pero tiende a ser un poder concedido o transferido tan solo a unos pocos hombres.

El calidoscopio humano, no solo se conforma con las religiones y sus actitudes patriarcalistas, en las que el hombre ocupa un lugar primario y privilegiado para de ese modo poder ejercer y desarrollar el control y por lo tanto el poder social. Al mismo tiempo cuenta, con una mirada androcentrica, en la que la única contemplación posíble es y debe ser la masculina. Si además, dicha mirada, la complementamos y enriquecemos con rasgos etnocéntricos, admitiendo a la vez que aceptando que mis parámetros de la realidad social, son los unicos posíbles con los cuales se puede considerar las diversas realidades humanas. Es más que probable que la puertas del capitalismo, junto con el derecho a la propiedad privada, por medio de la cual podemos excluir y explotar a los otros, abonen el campo de la marginalidad social, que tanto abunda en nuestros tiempos. Además, si a ello le añadimos un grano de misoginia, el caldo universal de la desigualdad entre humanos ya se encuentra elaborado. Y si además en estos tiempos actuales de la posverdad, le añadimos la creación del capital transnacional, el cual se extiende por varias y diversas naciones en una forma y modo económico que trasciende y por lo tanto supera los espacios nacionales, la puerta para el establecimiento de los paraisos fiscales, establecen a la vez que enraizan, el poder y por lo tanto la desigualdad entre humanos. Generalmente, lo comun de todas estas acepciones y rasgos, es que tienden a acumular el poder y la dominación en manos de unos poquitos hombres, estableciendose una desigualdad que degrada y denigra al resto de humanos.

La dialectica sociohumanista, ha tomado la deriva de agudizar, aún más las desigualdades entre humanos, pues tanto la posverdad como la posmodernidad en su camino transhumanista, admiten y aceptan casi todo, pues el valor es la ausencia y carencia de valores. En un proceso de relativización absoluta, al humano se le desnaturaliza y se le vacía de su propia humanidad. En un mundo en el cual la riqueza se privatiza, concentrándose el poder en unos pocos, así como la miseria y la pobreza se globalizan, no queda margen para poder desarrollar la ética humana y el humanismo. Más bien lo que se desarrolla a la vez que se pone en práctica es una moralina de corte ambiguo y ambivalente en la cual todo adquiere sentido y dimensión, aunque ello implique a la vez que conlleve la explotación y la muerte del otro y de los otros. Baste como ejemplos el genocidio armenio, durante 1915 y 1923, , el Holocausto, entre 1941 y 1945, o el Samudaripen, entre 1941 y 1945, que es el exterminio de los gitanos por parte de Alemania y Europa, Camboya, entre los años 1975 y 1979, el genocidio de Ruanda sobre la tribu de los tutsi, en el año 1994, o el genocidio yazidi, en el año 2014. Todos ellos y unos cuantos más, jalonan la historia humana, y muestran de lo que los humanos somos capaces para mantener, conservar y luchar por la desigualdad, con tal de dominar y someter a los otros. El mal se adueña de nosotros hasta convertirnos en genocidas. Es más, el mal somos nosotros mismos, pues alcanzamos tal nivel de enajenación, que, o bien morimos, o bien matamos. Elevamos a categoria universal nuestras creencias, tanto religiosas como políticas o económicas, hasta el extremo o el límite de imponerlas por la vía de la muerte o del genocidio.

Mientras el hombre blanco capitalista, creyente y supremacista se aferre a su sistema de valores, el resto de la humanidad, al menos para él, seremos rastrojos y despojos humanos que hay que retirar y por lo tanto eliminar de la faz de la tierra, pues para ellos ni tan siquiera somos humanos. Cuando un humano, no puede mirar el rostro de otro humano, comienza el epitafio de la propia humanidad.

No podemos quedarnos en el marco teórico de las leyes ni de las normas, pues éstas solo se acogen a la ambivalencia que el marco sociocultural les facilita y proporciona. Las leyes y las normas son establecidas por los hombres, y no son justas o injustas, más bien son patriarcales, sexistas, misógenas, machistas, etc, pues es este el calidoscopio que impera en el mundo humano. Un rico jamás estará dispuesto a compartir, pues su naturaleza se encuentra constituida por la codicia. Se debe expresar y por lo tanto decir con toda la claridad, mientras que el marco institucional es el que resulta ser, codificado con valores y creencias de tipo supremacista, existiran hombres que se consideren y por lo tanto se sientan superiores a los demás pues la carga ideológica de dicho marco institucional les favorece y les ayuda a mantenerse en el status de dominadores.

Si tan solo nos quedamos en las reflexiones teóricas, y con nuestras conductas no ponemos en cuestionamiento el patriarcado y todo lo que conlleva e implica, seremos complices silenciosos de la desigualdad entre humanos, amen de que colaboramos y participamos con las injusticias. Los sufrimientos a los humanos, los realizan otros humanos. En el nombre del disparate, llamado valores y creencias, destruimos, las almas y los corazones de los otros.

Nuestra transformación y cambio, puede llevarnos al extremo de sentir la angustia de muerte, pues todos somos conscientes de que si tratamos de ser coherentes y dignos para con los otros humanos, la ola genocida existente e impuesta por el poder, bien nos podría aniquilar. Solo ser consciente de dicha angustia resulta sanador, lo contrario, implica y significa servir al sistema implementado, y por lo tanto ser complice de la desigualdad y del sufrimiento humano.


Cristino José Gómez Naranjo.






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