OTRA MIRADA AL MALTRATO INFANTIL
Desde tiempos inmemorables, tanto el maltrato como la violencia asociada a él, que se ha ejercido sobre los niños y niñas, ha sido una tónica constante en la vida y dinámica de las diversas sociedades y culturas que nos han precedido. La humanidad nos ha ofrecido múltiples ejemplos de lo que no se debe hacer con la infancia. Las sociedades por medio de la culturización, lo que han hecho es negar y distorsionar cualquier tipo de violencia y maltrato, infringido a la infancia. Bien por medio de la estructura narrativa de los cuentos, valga como ejemplo “Pulgarcito”, “Blanca Nieves”, “Juan sin miedo”, “Cenicienta”, etc., bien a través de la multinacional “Disney” y sus películas edulcoradas, ha sido reencuadrada, toda la barbarie aplicada sobre la infancia. El magnicidio efectuado con la infancia, se ha tratado de transformar y convertir por medio del fariseismo como una gran preocupación y bienestar por esos mismos niños/as. Por medio de la racionalización, se trata de justificar toda la barbarie realizada con los infantes. De modo y manera que la sociedad adulta, no se ha cortado un pelo en desarrollar estrategias y valores culturales, con los que la preocupación y la ocupación por el mundo y realidad de los niños/as, no consistía más que en una mera simulación, para en el fondo ocultar y esconder la avidez depredadora de los mayores por los niños/as.
La concepción jerárquica de los adultos, ha confeccionado un patrón de corso con el que ha sido justificado y explicado todo lo que se le ha hecho a niños y niñas. Ha calado culturalmente de modo que todo lo realizado a la infancia, ha sido por el propio bien de los niños/as, aunque para ello nunca se haya contado ni pedido opinión y mucho menos considerado las necesidades especiales de esa infancia.
Si bien la humanidad ha castigado y vejado a la infancia, y posteriormente por medio de las distorsiones culturales-cognitivas, dichas vejaciones han sido convertidas en modos de preocupación por la niñez, lo único que se ha mantenido en el tiempo ha sido el constante maltrato a los niños/as, y la negación del mismo. Por medio de la invisibilización y de las distorsiones sociales, las diversas culturas sociales, han hecho del mundo y realidad infantil, lo que han querido y como lo han querido; se ha antepuesto y priorizado siempre el ego cultural de los adultos en detrimento de los niños/as.
Como explicaba el pediatra italiano, Michael Zapella en su libro “No veo, no oigo, no hablo” en referencia al autismo infantil, también en los contextos socio-culturales, se aplica análogas reglas a la realidad y experiencia infantil. La intervención con los niños, referida a su experiencia de dolor y sufrimiento en contextos y dinámicas de maltrato, al igual que con el autismo, se le aplica el “no veo, no oigo, no hablo, y no doy sentido ni valor ni significado a tu sufrimiento”.
Generalmente en tiempos no muy lejanos, y también en la actualidad, tanto los expertos socioculturales (psicólogos, educadores, pediatras, jueces, fiscales, trabajadores sociales, etc), como la sociedad en general, tenía la tendencia a negar la experiencia de sufrimiento y dolor de la infancia. Las investigaciones sobre maltrato y violencia infantil, van en la dirección de que niños/as, cuando manifiestan y expresan acciones violentas y de maltrato sobre su persona, tales manifestaciones suelen ser ciertas y verdaderas; no obstante los valores sociales imperantes y machistas, tienden a descreer y a desacreditar las manifestaciones de los niños/as acerca de los abusos cometidos sobre ellos. La misma literatura e investigaciones, indican que los abusos y maltratos sobre niños/as, es ejercida por adultos que mantienen un vinculo con el niño, es decir son personas conocidas por los infantes, y dentro de los contextos y medios en los que los niños/as se desarrollan y evolucionan, los cuales suelen ser el medio familiar y el educativo. Más del 90% de la violencia realizada sobre la infancia ocurre y es efectuada por personas que conocen y mantienen un estrecho vínculo y relación con el niño. Si esto es así y casi todos los implicados y relacionados con la infancia lo saben, ¿qué nos lleva a mirar para otro lado?
Tal vez, una cultura teñida por valores sexistas y machistas, en la que el cuidado y protección a la infancia solamente tiene cabida a nivel teórico, permite mirar para otro lado, cuando el dolor y sufrimiento infantil se expresan, tras la violación de los derechos más elementales del niño/a. Si la investigación postula que los niños no mienten y mejor dicho, no tienen concepto ni estructura y mucho menos sentido de la mentira, ¿por qué? la sociedad no les cree; quizás sea porque la sociedad simula la protección de la infancia, y al final cuando entra en colisión la protección infantil con el interés de los adultos, de alguna manera sutil, prima los valores e intereses del adulto por encima del de los niños.
Cuando una sociedad y cultura no garantiza la ayuda y protección a los más vulnerables y por lo tanto a los más necesitados, debe revisar, toda su estructura, así como su sistema de creencias y valores, ya que el verdadero y autentico sentido de lo social, radica y consiste en proteger a los más vulnerables, pues de no ser de este modo, esa sociedad, más que justa, lo que hace, practica y realiza es la confección de una camino y vía, en la que todo es valido; por decirlo de alguna forma, el fin justifica los medios. Y no se le puede dar un sentido y significado al abandono de los más vulnerables (niños). El interés sumo de los poderosos y dominantes, acompañados de sus sombras, no puede ni debe darle la espaldas al dolor y sufrimiento de los niños y niñas vejados.
Se da cabida al eufemismo de la justicia, pero realmente no se hace justicia. Todo consiste en simular e idear ámbitos y espacios para desarrollar la igualdad, pero en el fondo y en la superficie lo que se da y existe es una sublimación de los valores de los vulnerables a favor de los ideales y valores del modelo neoliberal instrumentalista, en el que realmente no tienen cabida los niños, o si la tienen, es desde la perspectivas y con los deseos de la moral abyecta de los adultos corrompidos. En un modelo instrumental y con unos valores sustentados en la necesidades minoritarias de la clase dirigente, tal y como actualmente ocurre en las sociedades posmodernas, el interés y protección por la infancia se simula pero no es real ni autentico.
En un igualitarismo insano, en el que subyace una cultura con valores machistas, lo femenino e infantil, apenas si tienen cabida y expresión, y de tenerlo sería desde la expresión etnocéntrica del sentimiento machista, con lo cual todo valor infanto-juvenil se desvirtúa, o mejor dicho se ubica y mira por medio y con los anteojos de la cultura sexista. Desde esta óptica y con este prisma, jamás se creerá a un niño/a, pues de hacerlo supondría cuestionar todo el status quo establecido, con lo cual tanto la cultura, así como los valores avalados por dicha cultura, junto con los privilegios asociados a la misma y las personas que los disfrutan pierdan su poder y dominio.
La tragedia de este imperialismo neoliberal al alza, lleva al descrédito de las estructuras narrativas de niños/as que han sufrido maltrato y abusos. Se tiende a no creer a los niños, además de culpabilizárseles y castigárseles por hablar y expresar su dolor. Cuando una sociedad no da cobertura al dolor y sufrimiento de sus seres más vulnerables, genera un canal subterráneo en el que tiene cabida todo grado y nivel de violencia, que por supuesto suele ser negada en los ámbitos públicos. Pues aquello de lo que no se habla (dolor infantil), no existe, pero el que no exista, no quiere decir que no haya sucedido. Se relega a los niños/as a un sufrimiento y dolor no compartido y por lo tanto negado y reprimido. Su energía vital se enquista (trauma), ya que la sociedad a través de los adultos, les niega el espacio y el tiempo para compartir y elaborar tal experiencia traumática.
Toda sociedad debería garantizar la protección de los más vulnerables y encaminar todos sus esfuerzos en dicha dirección. Se sabe y sabemos por las diversas investigaciones realizadas hasta el momento que los niños/as, no mienten. Sabemos que por su propia naturaleza, aún no tienen un ego tan estructurado y sofisticado como el de los adultos, y sobre todo sabemos que los niños dependen para todo de los adultos. También sabemos que son los adultos quienes instrumentalizan, adulteran y manipulan, pues tales capacidades no están plenamente desarrolladas en los niños. Y sobre todo sabemos que los niños giran en torno al cariño y amor que los adultos les brinden, y además sabemos que los adultos abusan y utilizan dicho amor infantil en su beneficio propio y personal.
Sabiendo todo esto, resulta difícil poder comprender y sobre todo explicar, cómo la sociedad en general le da la espalda al maltrato y violencia infantil. ¿Qué le queda a un niño/a, cuando cuenta y narra una experiencia traumática de estas características?, y no es creído, o bien es cuestionado; probablemente encerrarse sobre si mismo y no hablar ni compartir más dicha experiencia dolorosa. Pero por callar, tanto el sufrimiento como la experiencia, éstas no dejan de existir, Irán al inconsciente convirtiéndose en sombras negadas, preparándose de este modo, un futuro depredador. Los niños/as traumatizados, jamás confiaran en los adultos, rumiando internamente y en silencio todo el daño y dolor infringido por su depredador o depredadores, y la incomprensión aplicada por los adultos sociales en los que el niño confiaba, suele ser tan dañina como la ejercida por el propio depredador.
No hay mayor sufrimiento que aquel que no puede ser compartido y por lo tanto reconocido, pues a pesar de haberlo padecido, no se le puede dar un sentido y significado. ¿Cómo pedirle a un niño/a, algo tan paradójico e incomprensible, como olvídate de tu agresión y abuso? Es la sociedad por medio de los adultos significativos en los roles que desempeñan, quienes deben realizar el esfuerzo de proteger, aliviar y reconducir el dolor y sufrimiento de los niños y niñas. Los datos y estudios sobre la violencia y maltrato a la infancia ahí están; todos conocemos dichos estudios, y es nuestra responsabilidad y no de la infancia responderles, incluso cuando con eufemismos y con tergiversaciones y distorsiones sociales, enmascaramos y protegemos a los depredadores.
En la posmodernidad, los datos sobre el maltrato infantil y las acciones para evitarlo, no se corresponden. Todo gira en torno a pseudo-explicaciones y argumentaciones de poder en las que se culpabiliza al niño/a por expresar y manifestar su dolor sobre la violencia ejercida sobre él. Se dice “toda acción violenta sobre el niño/a debe ser denunciada”, y a renglón seguido toda pragmática humana, se encamina y dirige a entorpecer y dinamitar todo proceso de conocimiento e información sobre el maltrato al niño. Sabemos básicamente y esencialmente que los niños y niñas no mienten al expresar y manifestar actos violentos sobre su persona, no obstante siempre cuestionamos y no le damos credibilidad a lo que dicen. ¿Tal vez no será más exacto y real? Que simulamos apoyar y acompañar a los niños, y que en el fondo lo que deseamos y esperamos es que esta armadura social establecida y montada no se derrumbe. Vivimos en un mundo de adultos y para adultos, aderezado con condimentos machistas los cuales nos indigestan, pero que en su apariencia externa, tienen un sabor agradable. Pero no nos engañemos, todos (jueces, profesores, psicólogos, médicos, etc), hemos de ser sensible y tenemos que desarrollar humanización en el proceso de acompañamiento del alma herida del niño/a que ha sufrido maltrato infantil. Un alma inocente tan solo puede crecer y desarrollarse a través del apoyo sostenido de los adultos que se libran y liberan de los perjuicios culturales existentes, que a lo más que llevan es a condenar a la infancia.
Cristino José Gómez Naranjo.
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