SIGNIFICADO DE LA VIOLENCIA EN EL ÁMBITO INTRAFAMILIAR.
Aunque pueda parecer perplejo y paradójico, la violencia es una modalidad relacional, a la vez que comunicacional, por medio de la cual, los seres humanos establecemos contactos y vínculos. No es necesariamente un rechazo del otro u otros, más bien todo lo contrario, un forzar y obligar a que la dinámica emotiva-relacional vaya en esa dirección. Si consideramos a los seres humanos, desde la perspectiva contextual en la que se desarrollan y evolucionan, hemos de tener en cuenta la mirada psicohistórica que éstos tienen de sí mismos y de su circulo de intimidad y cercanía. Pues los humanos tenemos infinidad de motivaciones y razones por medio de las cuales actuamos y nos comportamos, a pesar de que por momentos no somos conscientes de ellas.
La violencia, es la configuración del otro tal y como yo lo veo, puesto que me pertenece y en dicho pertenecer tiene cabida que el otro debe responder a mis expectativas y no a las suyas. Por lo tanto haré todo lo posible e imposible para que responda y cumpla mis deseos. En la transacción violenta, el otro no es contemplado como tal y por lo tanto ni existe ni tiene otredad-mismidad, salvo que se adapte a mis exigencias y requerimientos. Bajo el prisma de la posesión, el otro me pertenece y por lo tanto su existencia tiene sentido, significado y valor, en la medida en que me hace feliz a mi.
La violencia es el efecto de una configuración psicoafectiva, con la que normalizo las relaciones con los otros; debido a que mi sustrato emocional fue bloqueado y alterado en su origen para satisfacer las necesidades y proyecciones inconscientes de los referentes y cuidadores primarios. Por múltiples y diversas razones, los cuidadores primarios que deberían ser fuente de afecto, amor y acogimiento para el desarrollo de cada ser humano (biología del amor), le dieron la vuelta al sentido y al significado de la relación protectora, para transformarla y a la vez convertirla en una relación de pseudomutualidad, en la que el infante termina por convertirse en el objeto de deseo y de proyecciones del adulto cuidador (padre/madre). Acabando el infante por proteger al adulto, al ser éste el depositario de toda la carga afectiva que el adulto porta.
El maltrato es la expresión y manifestación desafectiva, de todo aquello que no tuvimos durante nuestro crecimiento, solo que lo revestimos de aparente ternura y preocupación por el otro. Bajo el epígrafe de por “tú propio bien”, hago lo decible e indecible para que seas feliz. No obstante el problema de dicha felicidad es que se alcanza sin preguntarte ni considerarte. En mi deseo de cuidado y de protección, interpreto al otro y hago lo que considero por el otro sin interpelarlo.
La violencia ejercida en el ámbito familiar, suele conferir poder, pero dicha autoridad se ejerce desde la ausencia y desde la carencia de biología del amor. La fuerza de ese poder se sustenta sobre el miedo y el terror de ambas partes, agresores-agredidos. Las victimas porque crecen en el dolor del maltrato y por lo tanto lo corporeizan, y los agresores porque aplican en infringen todo el dolor y violencia que ellos recibieron en su infancia, aunque la invistan del poder de su autoridad. Dicho esto, es el agresor el responsable de la violencia ejercida.
La familia, debería se un espacio y un contexto, en el que la fluidez y desarrollo emocional emanara y surgiera desde la especificidad y subjetividad de cada miembro que la integra. El poder ejercido y desarrollado con una perspectiva jerárquica rígida, languidece a todos los humanos que se orientan por dicha concepción. El único y verdadero poder (heterarquía), es aquel que establece canales afectivos, en los que el amor puede ser expresado y manifestado desde la esencialidad de la persona. Toda carencia emocional, surtirá su efecto en algún momento de nuestras vidas. Por lo que la madurez emocional, es precisa y necesaria para evitar todo proceso de empoderamiento que lleve a la instrumentalización de los otros para la satisfacción de mis necesidades.
El derecho a “Ser”, se sustenta en el amor, y por lo tanto en procesos relacionales humanos y familiares en los que cada persona es aceptada y reconocida como tal, lo cual implica a la vez que conlleva la aceptación incondicional del otro, en vez de la sutil manipulación e instrumentalización de los otros en el beneficio propio.
La violencia familiar puede ser cuestionada, si reflexionamos sobre el sistema de valores y creencias en el que nos apoyamos; claramente impregnado de misoginia, supremacismo, androcentrismo. En el sistema organizacional de creencias y valores, es donde reside la idea de poder como sumisión. Si no cuestionamos y transformamos el sistema, el maltrato permanecerá.
Cristino José Gómez Naranjo.
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