A FONDO.
Los humanos tendemos a reflexionar muy poco sobre nuestra existencia. Limitadas y escasas, son las personas que se formulan la pregunta de ¿quién soy?, ¿para qué estamos aquí?. Y bastante menos son, los que piensan y reflexionan a cerca del sentido y significado de la vida. Vivimos aceleradamente, debido al estrés bajo el cual nos encontramos. Dicha angustia, no solo nos dificulta la respiración, sino que a su vez nos lleva a vivir con cierto grado de indignidad. Una existencia claramente marcada y dictada por la fachada social, nos lleva a ponernos la máscara de la personalidad, bajo la cual vivimos y convivimos una irrealidad idealizada, a la cual ya nos hemos acostumbrados. Habituados al fraude de la farsa establecida por nosotros, convertimos y tratamos el estilo de sobrevivencia que llevamos, como si fuera la única opción viable y posible. Caemos en los automatismos de la “irreflexión”, viviendo una realidad imaginaria e idolatrada.
Más allá de lo establecido y de lo aparentemente lógico, se nos escapa lo sutil que la propia vida nos ofrece. Como zombies, engullimos todo aquello que se nos propone y ofrece. Solo buscamos el acoplamiento social (adaptarnos), sin considerar el costo y el daño que dicha adaptación nos supone. Como muertos vivientes, devoramos todo lo que se nos muestra. Siendo compulsivos depredadores, nos tragamos todo, y apenas sí cuestionamos o reflexionamos sobre lo que se nos presenta. Más allá de lo que podemos ver y observar, resulta claro y evidente, que vivimos en un mundo de apariencias que tomamos por auténtico y único. Consideramos el mapa creado, como algo real, exclusívo y único, y por ello nos va cómo nos va.
Abrazamos la homogeneidad cultural, que se presenta ante nuestra mirada, en detrimento de la singularidad y exclusividad que cada uno de nosotros portamos. Más allá de cualquier razón, procuramos permanecer dentro de la igualdad igualitaria que prescribe la cultura y por lo tanto la sociedad. Dirigidos hacia un gregarismo, en el que el sentido de colectividad se pierde, nos diluimos y perdemos en la masa social, con tal de no asumir la responsabilidad personal por la existencia. Familiarizados con la idea de que otros asuman la responsabilidad, deponemos nuestra obligación con la vida y permitimos que otros la establezcan, dirijan y coordinen. No vivimos nuestras biografías, sino que más bien nos ajustamos a las expectativas de otros. Dicha acomodación, nos dificulta poder ser nosotros mismos. Vivimos y convivimos con la irreal realidad de que lo que somos constituye nuestra esencialidad. Pero nada más lejos de la realidad, pues hace tiempo que tanto las sociedades como los procesos culturales que las acompañan, procuran eliminar todo atisbo de idiosincrasia y por lo tanto de pensamiento crítico.
Educados y criados bajo el timón de la coacción, la evolución humana, se ha caracterizado por una ausencia y por lo tanto por una carencia de sujeción afectiva. Instruidos en un inconsciente, tanto colectivo como familiar, caracterizado por la instrumentalización y manipulación emocional, contamos con enormes fallas y vacíos existenciales y afectivos. De hecho el estilo de vida estresante que llevamos, suele ser un buen argumento para evitarnos y de ese modo no ver y esquivar la soledad emocional en la que nos encontramos. Si bien vivimos en colectividades, gran parte del tiempo nos sentimos solos, y por ello ocupamos dicho sentimiento de vacío, con actividades y desempeños, es decir con estrés. Organizamos y estructuramos formas y estilos de vida, en los que si bien las personas permanecemos en manadas, dichas multitudes apenas si cuentan con conectividad y emocionabilidad. De modo que el rebaño es impulsado por el motor del temor y del miedo. Pánico y terror por sentir, vivir y amar.
Carentes de la experiencia de la “sujeción afectiva”, deberíamos ir hacia nuestra propia corporalidad para de ese modo poder entrar y así romper el circulo de la ambigüedad y contradicciones emocionales en las que hemos sido socializados. Solo asumiendo las contradicciones, podremos llegar a la unidad esencial y especifica que somos cada uno de nosotros. Más allá del bien y del mal, cada uno de nosotros, tarde o temprano tendrá que verse y dialogar consigo mismo, y en ese breve e intenso momento, es cuando hemos de vernos tal cual somos, con luces y sombras. Solo el sentir corporal de nuestros sentimientos, liberará a nuestra cognición de los perjuicios que contiene.
A fondo, para poder ser libres y de ese modo crear y establecer sociedades cualitatívamente diferentes a las actuales, hemos de superar e integrar, el legado y mandato cultural de: “amar a dios sobre todas las cosas, y honrar a nuestros padres y madres, por medio del padre-estado-nación”. Más allá de lo dictado, prescrito y pactado, hay una autentica vida sentida desde el corazón, en la que cada uno de nosotros somos tremendamente importantes, porque en ella, las emociones y no la instrumentalización y la coacción, ocupan el inter-espacio humano. Solo a través del sentir, podemos ser. La cognición, al servicio del corazón, no da lugar ni espacio a la manipulación y a la instrumentalización.
Cristino José Gómez Naranjo.
Felicidades y gracias por tu iniciativa. Es y será un placer leerte.
ResponderEliminarGracias Julia, fuimos compañeros de trabajo, y por supuesto amigos. Amistad que se solidificó en el espacio y los momentos de trabajo. Gran parte de las ideas y pensamientos que describo, se originaron durante el tiempo que compartimos . A piel con los humanos, que nos facilitaron y brindaron la ocasión a la vez que la oportunidad de estar con ellos. Sobre todo junto a ellos.
EliminarGracias, Julia.