HABLAMOS DE VIOLENCIA.
Entre humanos, la violencia suele ser una forma o modo de relación, bajo la cual el otro u otros apenas si cuentan, o mejor dicho no son considerados ni tenidos en cuenta para nada, salvo para que satisfagan por alguna vía, la caprichosa voluntad del matón. En el esquema de la violencia, lo que predomina e impera, es la voluntad y el deseo del depredador, por lo que éste solo ve a sus victimas como un medio y un formato para poder satisfacer sus ansias de poder, de miedo, o sus necesidades emocionales. Pues cada provocador, cuenta con su agenda oculta y motivaciones para maltratar, la cual únicamente conoce él.
Las romántica idea de que la violencia entre humanos ocurre de forma aislada y ocasionalmente, hemos de abandonarla, ya que ésta responde y obedece a un plan y estrategia, establecido por el provocador o provocadores. La violencia no surge por azar, sino que responde y obedece a un plan. La maquinación del violento y sus intenciones permanecen ocultas tras su estratégico plan. La paradójica y frustrante maravilla, es la de que el perpetrador, crea y establece un climax en el que casi todo parece casual. Pero hemos de considerar la posibilidad de que la violencia obedece y responde a intenciones y voluntades, y no a casualidades.
La violencia precisa de unos “provocadores” que buscan “victimas” a las que infligir hostigamiento. Los violentos son depredadores que se alimentan y nutren de las energías de otros humanos por medio del ejercicio de la violencia. Por múltiples y diversos motivos, al violento, le resulta intolerable e inaceptable, las diferencias y por lo tanto la “alteridad”. Las otredades humanas para los violentos, tan solo son consideradas desde sus necesidades proyectivas, por lo que el otro solo es un residuo en el que sacio mis insatisfacciones. El violento, carece de sentido de “mismidad”. Como buen depredador busca fuera de sí, lo que considera que le falta (carencias), debido a que interiormente se siente débil y frágil. Su estructura psíquica (ser), como el de todos los humanos, fue emergiendo durante los primeros septenios de la vida. Durante ese desarrollo y en esos momentos, por diversas causas, en los violentos, se producen ciertas distorsiones afectivas, como forma de sobrevivir y de adaptación. El eje central de sus existencias durante los primeros septenios de sus vidas gira en torno a la satisfacción de las necesidades de sus seres queridos. Por lo que crecen y se desarrollan bajo la ausencia de reconocimiento a su esencialidad afectiva. Crecen y viven desde el pilar del “no ser”. Se amoldan y acoplan a otros para ser amados y queridos, pero jamás lograran dicho deseo de ser amados.
En la compulsiva búsqueda del afecto, el timón de la ausencia amorosa, gobierna las vidas de los violentos. Un acoplamiento emocional pautado desde la “indiferenciación”, los lleva al sometimiento de los deseos y necesidades afectivas de sus referentes. Subyugados y esclavizados por las emociones de sus cuidadores, permanecen en un secuestro y cautiverio afectivo de por vida. Tan embelesados quedan por el “poder afectivo” ejercido sobre ellos, que al alcance de la adultez y supuesta madurez, tienden a ejercer y desarrollar patrones relacionales similares y análogos a los sufridos durante su desarrollo. Como cautivados y seducidos por el ejercicio de ese tipo de poder, tienden a ejercerlo y desarrollarlo en sus diversos roles y funciones sociales cuando son adultos (familia, trabajo, cultura, sociedad, etc).
Resaltar que, en la violencia lo que se produce son “alteraciones afectivas”, y no tanto cognitivas. De modo que el patrón violento, tiende a ser un proceso adaptativo disfuncional. El violento sabe y cuenta con el suficiente conocimiento como para saber y darse cuenta de que lo que hace está mal y que por lo tanto produce daño a los otros. Él/ellos, saben que hacen sufrir a los otros, y por ello ocultan, esconden y niegan el ejercicio de su violencia, así como los efectos de ésta. Lo que ocurre, es que su pasado afectivo, se ha congelado en un trauma emocional que se fue estableciendo durante sus etapas de crecimiento. Negó su ira y su rabia, hacia sus referentes afectivos, interiorizándola y autocastigandose por ello. Durante la adultez, la “Caja de Pandora” se abre, saliendo los demonios que en ella se encuentran. Es conocedor del daño que produce puesto que él ya lo padeció siendo niño. Es el sufrimiento encarnado. Por ello el violento es conocedor y sabedor de lo que hace.
Concibe el amor y los afectos, desde el poder y la dominación, y por lo tanto los otros solo cobran sentido desde el sometimiento. Para ellos amar consiste en controlar y doblegar a los demás. La igualdad y la reciprocidad, la viven con temor, miedo e inseguridad. Temen la heterarquía, pues estiman y consideran que en ella pueden diluirse y perderse. Es por lo que buscan ansiosamente la jerarquización y el poder, como vías y modelos de reconocimiento y aceptación. Los violentos, tienden a no revisarse y evitan cuestionar sus comportamientos. Más bien tienden a lo contrario, los justifican y explican de las formas más diversas e inverosímiles. No aspiran a tomar conciencia de sus circunstancias, porque desean evitar la sensación de vacío interior que sienten, y de no conectar con el niño herido que ocultan y guardan silenciosamente. El dolor infantil aún permanece en ellos, consumiéndoles su existencia.
Los violentos, suelen ser solitarios que crean un infierno a los demás, para de ese modo poder sobrevivir ellos. Lo paradójico es que ese cielo, suele hacer sufrir a los demás. La idea del amor hiriente y sufriente, no es más que una idealización romántica que distorsiona tanto la realidad como los hechos para dar cabida y justificación a modalidades relacionales entre humanos, que desde otras ópticas y desde otros planos, se verían como absurdas y disparatadas, porque lo que encubren son estilos violentos de relación).
La violencia, es una herida no restaurada ni reparada, en la que los afectados, tienden a quedar y permanecer atrapados, debido a que las reflexiones realizadas desde los diversos estamentos sociales tienden a ser superficiales. Los sistemas sociales, poco pueden ayudar, porque ellos mismos se encuentran imbuidos e impregnados de las ideas y creencias sobre la violencia.
La cruel violencia, cuenta con múltiples y diversas manifestaciones en los diversos contextos sociales en los que los humanos nos desenvolvemos. De modo que desde el ámbito familiar, hasta el político y el económico, el ser humano encuentra todo un abanico de formas y maneras para ejercer la crueldad y el daño.
La conciencia de la ausencia emocional sufrida, tal vez pueda abrir las puertas para salir del infierno del maltrato. Solo cuando sentimos lo que fuimos y tal vez podamos ser, abrimos las esperanzas de cambio para una responsabilidad conjunta, en la que amar y respetar se aleja del daño y del olor, para ir en la dirección y en el sentido de una corresponsabilidad emocional en las que todos/as, nos reconozcamos y nos aceptemos.
Cristino José Gómez Naranjo.
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