LA MENTE Y SU MISTERIO.





La mente, tendemos a considerarla desde una perspectiva “unidireccional, es decir desde sus aspectos lógicos y formales. Pero la mente, suele ser compleja, y no tan lineal, debido a que se haya vinculada a las diversas partes que integran el ser (cuerpo, corazón, familia, etc).

A su vez, la mente tiende a desarrollarse entre humanos en contextos claramente caracterizados por la “ambivalencia” y la “contradicción”. No hemos de olvidarnos que la mente, es el proceso clave, tanto en la evolución como en el desarrollo de la humanidad. Y ello es debido a que la mente, suele ser el instrumento con el cual generamos los pensamientos e ideas. Por lo tanto suele ser el sustrato y base de todo proceso de culturización y de civilización. Por ello es, implícitamente la piedra angular y sostén de la narrativa humana. Somos lo que somos, por lo que narramos y cómo lo narramos, tanto de los demás como de nosotros mismos. Los humanos nos hemos construidos a través de la historia como supuestos seres civilizados. Por medio de la pictografía, de la transmisión oral o escrita, la humanidad ha dejado su legado a las generaciones venideras. El poder de la palabra, junto a la mente y a su fabricación de ideas y pensamientos, ha creado a la vez que generado un orden humano muy especial y excepcional. Hasta límites en los que conceptos tales como, familia, estado, nación, lealtad, emociones, etc, son la urdimbre con la que se ha tejido dicha peculiaridad humana. En nombre de tales ideales, el hombre se ha enaltecido, alcanzando el máximo de nobleza y luz. Pero, también en nombre de algunos de esos ideales, nos hemos convertido en demonios, realizando y ejecutando las mayores tragedias de la humanidad.

Como humanos, nacemos y crecemos y por lo tanto nos desarrollamos en la polaridad dicotómica, entre la “historia” que suele ser escrita y narrada por los vencedores, con lo cual únicamente se contempla el relato de los victoriosos, dejando y considerando la historia de los perdedores como marginal e inenarrable. La “psicohistoria”, da cuenta de aquella historia que no es la oficial, es decir la de los sujetos anónimos. La psicohistoria, viene a ser como la síntesis, tanto emocional como corporal, experimentada por el sujeto. Es la interpretación personal y subjetiva de su sentir, dentro del marco y diversidad relacional en el que se encuentra. La historia, tiende a adormecer la psicohistoria y por lo tanto niega y obvia la emotividad humana que no se sujeta y somete a los cánones y reglas preestablecidas.

En dicha ambigüedad y absurdo histórico, emerge la fragilidad y la vulnerabilidad del ser humano. Si ya, nuestra propia inmadurez biológica, nos lleva a depender y necesitar de otros, hasta alcanzar y lograr la adultez y por lo tanto la autonomía e independencia física. Las circunstancias paradójicas y contradictorias de esa misma historia, nos puede llevar a una fragilidad psíquica, en la que tanto la inestabilidad como la inseguridad emocional, podrían convertirse en la constante de nuestra existencia. Contextos y espacios sociales, creados y establecidos, desde y para la “dependencia” y por lo tanto para la sumisión, establecen marcos socio-relacionales-afectivos, edificados sobre la absurda paradoja de la contradicción. De modo que el padre-estado, tiende a tutorizar, regularizar y normativizar, sin preguntar ni consultar con sus ciudadanos. Los progenitores, se predisponen a planificar el futuro de sus hijos, sin preguntarles a ellos. Las diversas instituciones y redes establecidas, tienden a interpretar al sujeto humano desde una óptica de propiedad. Como si los humanos fuéramos dominio de las instituciones en las que nos desenvolvemos. Cuando, en pura lógica, debería ser al revés: son las instituciones las que se se deben adaptar a los ciudadanos, sucede que somos los ciudadanos los que nos tenemos que adaptar a las instituciones y a la demandas establecidas y exigidas por éstas. Se debe a que lo institucional, se ha alejado y tomado distancia de lo humano y de la humanización, a través de un proceso protocolizado en el que la deshumanización predomina. Más que el sentir y dar espacio a las emociones, se busca la escenificación e interpretación. Jugamos más un papel, interpretamos, más que vivimos y experimentamos.

Escenarios sociales, cimentados sobre el arte de la capacidad interpretatíva, facilitan una fuga y escape de la realidad. Al menos de la realidad sentida, vivida y experimentada por el ser humano. Pues en el marco de la grupal socialización, se tiende a castrar o subliminal, todo aquello que rezuma individuación del sujeto. Las sociedades huyen del espíritu crítico y del alma reflexiva, pues tales condiciones del ser, generan y establecen colectividades más justas y ecuánimes. Las instituciones, suelen tener la tendencia a reificar las normas y reglas por medio de las cuales regulamos nuestra convivencia. De modo que la emotividad y los sentimientos quedan sometidos a un proceso de cosificación por parte del estamento social.

Es en estos contextos sociales e institucionales, absurdos y paradójicos, en los que la mente humana nace. Una mente establecida para la coherencia y la unidad del ser, se disocia y permanece bipolarizada para de ese modo poder sobrevivir dentro del marco cultural establecido. Por lo tanto es la contradicción dualista, la que conduce a la mente a crear y establecer momentos e instantes “íntimos” y únicos en los que el humano se reconoce y acepta tal y como es. Y momentos en los que escenifica y representa lo que la sociedad espera y desea de él. El misterio de la mente aparece en el instante en el que el ser humano blinda su emocionabilidad para protegerla de los absurdos públicos sociales. Desde el sistema primario (familia), hasta el resto de sistemas sociales, se nos ha educado en el no reconocimiento de nuestra corporalidad y en el rechazo de los sentimientos propios, en pro de la impostura y del costumbrismo cultural de lo establecido. Que tiende a primar y priorizar lo institucional: familia, trabajo, etc, por y sobre el sujeto. Tal priorización social, no deja de ser una “interpretación” que castra el sentido de mismidad de la persona. El misterio consiste en alejar la mente del cuerpo, por medio de la disociación del “ debes social”, con el cual el sujeto queda sometido, anteponiendo la grupalidad, al sí mismo. La propiocepción, tanto corporal como emocional queda desplazada y soterrada, debido a la hiper-racionalización social implementada.

De modo que los denominados sapiens, permanecemos atrapados y sobrecogidos, entre el sentir profundamente corporal de nuestras emociones, y la lealtad inconsciente propuesta e impuesta por el grupo, sea este, el familiar, laboral, etc. En el mundo de los macrosistemas, los individuos perdemos la subjetividad que nos caracteriza en aras de una masa sin reseñas ni identidades. La descorporeización de la mente en pro de un dogmatismo racionalizado, deja a la mente desnuda, ante la voracidad socio-consumista. La mente sufre en silencio, la negación y el rechazo de su yoidad. Gran parte de nuestra crispación se debe a que vivimos de espaldas a nuestro autentico y verdadero sentir, el cual a su vez ha sido reemplazado por un sucedáneo social de escaso calado humano. Sufrimos por un deber impuesto a un sentir, en el que el sentido de las emociones se diluye en la ambigüedad social predominante. Somos, lo que dicen y esperan de nosotros. La mente narrativa, se olvida de nuestro yo, aferrándose a las expectativas de aquellos seres a los que amamos, y mientras tanto permanecemos en el sufrimiento innecesario por no abrir las puertas del sentir, y por miedo a perder a los que queremos. Todo ello, produce en la mente un agotamiento que la lleva a la angustia vital del estrés. Es decir vivir, sin sentir.

Cristino José Gómez Naranjo.




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