NATURALEZA DEL DEPREDADOR.




En términos humanos, podríamos“. entender por depredador, aquel sujeto, que para poder vivir o al menos intentar llevar una vida entendida como normal, precisa y necesita nutrirse de la energía psíquica y anímica de otros seres humanos. Para la depredación humana, se precisa contar con un ser, cuya esencialidad apenas si es percibida y sentida por la propia persona, la cual se considera a sí misma, desde el prisma de la baja autoestima. Autoestima que suele encubrir y disfrazar con una puesta en escena, en la que se muestra como un sujeto con carácter y seguro de sí mismo. Cuando más bien es todo lo contrario, débil y maleable.

La naturaleza depredadora, se suele caracterizar por contar con una “yoidad”, difusa, ambivalente y refractaria, la cual ha ido emergiendo en el proceso evolutivo personal de cada uno de nosotros. Un nulo o escaso proceso de individuación, nos lleva a contar con un yo débil, que tiende a perderse y difuminarse en la masa. De algún modo ese yo, tenderemos a compensarlo y protegerlo, con lo cual le damos la vuelta a la tortilla, amurallando y fortificando dicho yo, bajo el antifaz de la dureza y fortaleza; entendidas éstas como un proceso de alejamiento de la humanización que tanto caracteriza la reciprocidad afectiva y emocional entre humanos. Por lo tanto el depredador no comparte, solo aparenta y pretende compartir, pero su finalidad es la dominación y subyugación del otro. En definitiva, dominio, poder y control sobre los demás, bajo cualquier modalidad y formato.

Destacar a su vez que el depredador durante su infancia, marginó y abandonó su propio existir, para procurar vivir el proyecto vital de otras personas, generalmente el de sus seres queridos y amados, con los que convivió y departió sus primeras etapas de vida. Acomodándose y adaptándose a los deseos y aspiraciones de sus seres queridos, opta por esta vía como medio y procedimiento por el cual entiende y considera que puede ser reconocido y aceptado por los otros. De modo que el depredador, se desarrolla y crece desde un “no ser”, o mejor dicho desde el “ser de otros”, olvidándose de sí mismo, para establecer una “mismidad”. Su identidad la orienta y la organiza desde la mirada de los seres a los que ama. En cierto modo, aprende a verse como lo ven. Todo lo que hace es para ser reconocido y aceptado por esos otros. Desde la coacción afectiva y física, los referentes se imponen e invaden el psiquismo del depredador. Éste, únicamente vive para sus cuidadores.

Suele ser difícil poder romper o bien transformar reglas y normas, si no se ha tenido, ni contado con modelos o referencias alternativos al control, dominio y sumisión. Y resulta complejo dicho cambio, debido a que los más diversos procesos que suelen darse entre humanos se caracterizan por una fuerte carga emotiva. Sin emociones y sentimientos, el humano dejaría de ser lo que es: humano. La emocionabilidad suele ser el motor impulsor de la dinámicas entre las personas. Además ese afecto y amor, ha de ser liberador para el ser humano, puesto que tal sentimiento se sustenta sobre la base de la reciprocidad que admite, acepta y reconoce la diversidad y por lo lo tanto la especificidad y exclusividad de cada humano. Se ama por lo que se es, y no tanto por lo que se espera.

En esta paradoja, de pretender e intentar ser no siendo, el depredador consume toda su energía, debido a que procura buscar y encontrar fuera lo que ya posee, que es su propia esencialidad. No obstante en el albor del desarrollo, humanamente precisamos y necesitamos a otros para poder sobrevivir. Sin ese cuidado y protección, jamás podríamos sobrevivir. Por lo que es preciso y necesario un tiempo a la vez que un transito para llegar y poder alcanzar la autonomía y por lo tanto la interdependencia. Cuando llega ese momento, el sujeto humano se encuentra en una encrucijada entre recuperar su esencialidad y por lo tanto ser el mismo, o bien seguir negándose a sí mismo para de ese modo contentar y dejar tranquilos a sus progenitores. Lo primero supone e implica un cambio y una transformación y por lo tanto una ruptura con el origen y el sistema primario. Lo segundo, suele ser un suicidio emocional que nos infligimos a nosotros, para con ello salvar la idealización e idolatración efectuada y realizada sobre el sistema primario (familia). Viviremos con nosotros pero sin saber realmente quiénes somos. Lo dramático, es que tendemos a repetir patrones, reglas y modalidades relacionales, al no cuestionar el sistema relacional primario. Por lo que consecuentemente pasamos o transitamos de depredados a depredadores, ya que no podemos hacer aquello que no se nos han enseñado, y ni siquiera hemos podido observar a nivel comportamental. Hacemos aquello que vemos y aquello que nos han enseñado y mostrado, debido a que es lo único que conocemos y sabemos hacer.

Es claro que la psicohistoria vivida y sentida inconscientemente, puede marcar la pauta para convertirnos en depredadores humanos. Sin la menor intencionalidad e involuntariamente, podemos erigirnos en aquello que no deseamos ser. Siendo humanos que nos realizamos como tales, a través del contacto y de las relaciones, éstas pueden, bien potenciar nuestra esencialidad, o bien bloquearla y delimitarla. Por lo que el proceso de depredación se hace y construye en el contexto relacional humano. No se nace, ni se tiene una tendencia innata a ser depredador. Los humanos somos seres históricos y sociales, lo cual implica a la vez que conlleva, que generalmente nos comportamos, respondemos y obedecemos a reglas, normas y patrones. Reglas y patrones que cuentan con una fuerte y potente carga emotiva y afectiva, puesto que emergen en primer lugar dentro del sistema primario y originario, el cual se caracteriza por la proximidad, vulnerabilidad y afectividad que garantiza la protección y cuidado del sujeto.

Es indudable que el depredador humano, cuenta con estrategias y plan para depredar, pues ésta conducta no se debe ni al azar ni a la improvisación, sino que más bien responde y obedece a un diseño pensado y elaborado. Nuestras conductas responde a necesidades consciente o inconscientes, y por ello todos nuestros actos se dirigen a satisfacer tales conductas y necesidades. Los depredadores, tienen la tendencia a buscar tipos y modalidades de relaciones basadas en la complementariedad, y no tanto en la simetría, puesto que la complementariedad facilita una posición superior y otra inferior, dentro de la dinámica relacional. Ejemplo de relaciones complementarias: profesor-alumnos, médicos-pacientes, cuidador-cuidado, hijos-padres, etc. En esta modalidad relacional, el depredador tiende a imponer implícita o explícitamente su criterio y por lo tanto su poder. El otro es un medio y un vehículo para lograr alcanzar su autosatisfacción. Poco importa la realidad y necesidades del otro, puesto que aquí el sentido de otredad queda supeditado a mi deseo de poder y dominio sobre el otro. El otro solo tiene validez y sentido en la medida que satisface mi ego. Es un instrumento, y no un ser humano. Por ello el depredador cuenta con un doble código: uno el social, publico y externo, y el otro interno e íntimo que únicamente conoce él (depredador). Con este doble código, desarrolla, planea y construye toda una estrategia de control y poder sobre sus victimas, a las que va aislando y sumergiendo e induciendo hacia su ámbito y medio de poder, en el que ya se muestra tal cual es, puesto que sus victimas se encuentran y sienten solas, debido a su tenaz y elaborado plan de aislarlas, dominarlas y controlarlas. El depredador sabe cómo hacerlo, debido a que durante su infancia, otros dominaron su cuerpo y alma a través de las emociones y sentimientos que le impusieron, por lo que sabe cómo hacer sentir a sus victimas para ejercer de ese modo sobre ellas toda una sensación de omnipotencia y de omnipresencia. Sabe cómo ejercer el terror sobre sus victimas para paralizarlas y que así dependan emocionalmente de él. Suele ser como una especie de santo en la plaza, pero una especie de terrorista afectivo en las distancias cortas e intimas con aquellos a los que controla. De ahí, su insistencia por aislarlos e incomunicarlos del resto de personas, para que de ese modo pierdan su espiritu crítico y dependan exclusivamente de él. Creada y establecida, tanto la estrategia como el plan, desarrolla todo un ritual por medio del cual, conduce a su victimas hacia sus objetivos y deseos personales, sean éstos los que sean, y sin importarle un ápice los otros.

La depredación, es el uso y empleo, tanto implícito como explícito, de la violencia y del maltrato como eje central y dinamizador de las relaciones entre humanos. La cultura occidental, tan androcentrica y marcada por la misoginia, así como con su claro cariz antropocéntrico claramente influenciado por las religiones abrahámanicas, facilita y estimula entre seres humanos, modalidades relacionales y depredadoras en las que los otros se convierten en rampa de lanzamiento para la autosatisfacción personal en la que solemos quedarnos atrapados. Pues la cultura, se caracteriza por la banalización de la esencialidad humana, la cual es intercambiada en un mercado de valores por la trivialización y la superficialidad de un “queda bien”, más allá del cual, no deseamos ni pretendemos ir.

El maltrato, como la imposibilidad de ver y aceptar la realidad personal del otro, abre una puerta al absurdo paradójico de prescribir algo y realizar todo lo contrario. Pues una cultura androcentrica, jamas se privará de su patriarcalismo. Más bien todo lo contrario, realizará todos los esfuerzos posibles y viables para permanecer a través de la estrategia del transformismo, que consiste en cambiar las formas sin perder la esencia. Si la supremacía machista no es puesta en cuestión y ni siquiera es debatida, la transformación humana hacia valores de equidad e igualdad no será posible. Por la sencilla razón de que quién tiene el poder jamás se encontrará en disponibilidad de compartirlo. Debido a que básicamente somos sociales y culturales que contamos con una historia y un legado, somos los únicos que podemos transformar dicha realidad social, saliendo del atasco histórico en el que llevamos siglos. Dicho atasco es el “machismo”, que desprecia toda diversidad, especificidad y realidad humana que no sea la del macho. Mientras no cuestionemos el androcentrismo en el cual nos encontramos anclado, existirán depredadores gracias a que el halo de la cultura y por lo tanto de la sociedad, los acoge y protege. Una familia, no debería ser patriarcal, ni un estado o gobierno tampoco, no obstante las argucias y justificaciones socio-culturales, lo permiten, justifican y hasta por momentos lo alientan.

Cristino José Gómez Naranjo.


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