PRINCIPIOS E IDEAS GENERADORAS DE DESIGUALDADES E INJUSTICIAS ENTRE HUMANOS.
Si bien, gran parte de los humanos procuramos esforzarnos y luchamos por la igualdad y la dignidad de cada persona, independientemente de su credo, creencias y valores. No deja de ser menos cierto, que el mundo, por lo menos el humano, se encuentra repleto de experiencias y ejemplos, en los que las desigualdades, junto a las injusticias, tal vez puedan acabar con la propia humanidad.
Es tan evidente como obvio, que dichas injusticias, son llevadas a cabo por humanos en contra de otros humanos. El principio de contradicción, arropado a la vez que sustentado en la codicia implícita de unos pocos conocidos, los cuales son distinguidos como la casta, lleva a que todos aquellos mecanismos reguladores (leyes y derechos), establecidos y creados por los humanos, para poder preservar la dignidad de las personas, pueda parecer que solo es una mera puesta en escena, tras la cual se oculta la sed de poder y violencia de la élite. Por lo que es posible que llueva sobre papel mojado, en lo relativo a la dignidad humana, debido a que por momentos, el interés concreto y personal de la casta, se encuentra por encima del interés y bienestar colectivo.
Hablando con toda la claridad precisa y necesaria, el interés de unos pocos (élite, casta), se encuentra por encima del bien común, y por lo tanto de la esencialidad humana. Considerándose con el derecho, la casta, a hacer todo aquello que les place y les conviene. Aunque ello implique y conlleve la conculcación de los derechos de los demás.
La estructura elitista, ha organizado el planeta humano, de modo y manera que resulta complejo y difícil poder salir de dicha estructura esclavista. Quizás sea porque la clase humana, es el único organismo del planeta que se estructura y organiza en torno a una idea o noción que es conocida como “poder”. Entendido éste como dominio y sumisión. Todo lo que se derive y por lo tanto proceda de él, suele ser nefasto para aquella parte de la humanidad que sufre sus efectos. Para poder mantener tal concepción sobre el poder, ha sido necesario y preciso que el hombre se haya supeditado, organizado y constituido, sobre el principio de la contradicción paradójica, como forma para preservar los aspectos más codiciosos y tenebrosos de la élite, en detrimento de los oprimidos esclavos, que somos el resto de la humanidad.
Anclados entre la paradoja y la contradicción, la naturaleza humana se encuentra, o bien perdida, o bien afianzada en una amnesia de la cual cuesta salir y por lo tanto recuperarse. Y cuesta salir de ella porque, el miedo impuesto por la casta, suele ser un miedo que conlleva e impone un sentido de muerte y por lo tanto de destrucción y de perdida. Devastación que suele ser impuesta, a través del vértigo, generado por la angustiosa productividad y del consumismo al que ya nos hemos habituados. Estrategia (consumismo) por medio de la cual, tendemos a cosificar al resto de humanos, debido a que los vemos y los tratamos como objetos, que se encuentran en el mercado libre de la socioeconomía que nos hemos dado a nosotros mismos. De modo que nuestra actitud y manera de percibirlos y tratarlos, se aleja de toda calidez afectiva y emocional. Así que, en un contexto de aparente libre mercado, los humanos nos tratamos entre nosotros mismos, como objetos y mercancías intercambiables y sustituibles. Simbolizando, la sensibilidad humana como una bagatela intercambiable por cualquier objeto aparentemente apetecible.
Perdemos la ética humana, y nos entregamos a una productividad ideológica, bajo la cual el interés humano por el otro se ha orientado en la dirección del aprovechamiento personal, con lo cual nos incapacitamos e inhabilitamos para poder ejercer y desarrollar mecanismos y elementos humanos, que establezcan espacios y opciones de colectividades conscientes, en las que la diversidad humana fuera no solo posible, sino además real.
Hemos construido el edificio de la humanidad, sobre una base ideológica cancerígena que nos permite encontrarnos y permanecer en un estado casi crónico y agónico del que nos resulta difícil poder salir. Con una mente cargada y saturada de prejuicios y con ingentes pensamientos de contenidos moralistas, puritanos y fariseos, los humanos nos hemos henchido con una arrogancia que nos ha llevado a considerarnos dioses y por lo tanto los dueños del planeta y del resto de humanos que no sean o no pertenezcan a mi grupo o colectivo. Y para lograrlo a lo largo de la historia, hemos ido construyendo a la vez que urdiendo y elaborando toda una serie de principios e ideas que hasta la actualidad tienen vigencia. Principios que no han sido erradicados, ni se erradicarán. Antes, al contrario pugnan por permanecer bajo el arte del transformismo. Algo obvio y evidente, es que el poder no está dispuesto a ser compartido, por lo que la ideología recalcitrante que le subyace se reviste con su traje seductor, para que le sigamos siendo fieles y por lo tanto serviles. El poder seduce y se impone, pero ya no por la vía de la coacción y de la amenaza, sino por la vía de la fascinación y de la seducción.
El primer principio que gobierna y regula este cuadro humano, es la idea abrahámica, enclaustrada en una arraigada tradición patriarcal, bajo la que cualquier tribu humana tiene que estar liderada y organizada en torno a un hombre o varón, pues de esté emerge todo conocimiento, pundonor y valor. Por lo que todo aquello que no sea varonil será desechado y por lo tanto desconsiderado. Lo femenino, lo infantil y los ancianos, serán vistos y analizados por el ojo del macho y de sus cómplices. Con esta cosmovisión, la igualdad en la diversidad resulta imposible, puesto que el varón parte de la consideración y de la creencia de que él se encuentra por encima del resto de miembros que componen e integran la especie humana. El macho y el machismo, entienden que se encuentran por encima del bien y del mal, y que por lo tanto, todos y todo han de rendirle pleitesía.
Otro causa generadora de la desigualdad entre humanos, emerge del androcentrismo. Idea que considera al hombre como el protagonista y el eje central a la vez que exclusivo de la civilización. Sin machos, jamas hubiese existido la civilización. Al parecer la mujeres, ni han colaborado, ni participado, ni formado parte, de la civilización y de la cultura. Y sin lo han hecho, ha sido para apoyar y corroborar la idea hegemónica de que el varón es el único ser civilizado.
Otro preámbulo histórico interesante, es que nos encontramos en la era del “androceno”, periodo bajo el cual la incidencia del hombre en el planeta ha resultado nefasta, hasta casi llevar al ecosistema al “cambio climático”, motivado por la codicia y la consideración de que los recursos y la explotación de los mismos, es casi ilimitada. El antropocentrismo, nos ha cegado tanto que hemos roto la cadena y el equilibrio establecido en el planeta. La arrogancia varonil, nos ha llevado a creernos y a actuar como los dioses y por lo tanto como los dueños del planeta azul y blanco.
Casi todo lo realizado por el hombre, ha sido desde un perspectiva etnocéntrica, en la que hemos sentido que tanto nosotros como nuestro grupo o colectivo, somos y nos consideramos superiores a los demás. La colonización europea de los continentes americanos y asiáticos son un claro ejemplo. No solo se les impuso la cultura europea, sino que además se les cristianizó a la fuerza y se les expolió de todo aquello que tenían. Crimen por el cual aún Europa, no ha pedido perdón.
Contamos además, sobre todo los varones, con cierta aversión y odio hacia las mujeres. Aversión que solemos encubrir y por lo tanto ocultar y disfrazar bajo la frazada del afecto y del amor, cuando no es más que pura misoginia hacia lo femenino. La cultura y las expresiones y dichos varoniles, guardan todo un acopio de dicho miedo hacia la afectividad y resilencia , a través de un humor rancio y sexista.
El supremacismo como la defensa de un grupo, que se considera, siente y por lo tanto se tiene, como superior al resto de colectividades, aún subyace en las culturas y sociedades actuales humanas. El blanco tiende a considerarse superior y mejor que el negro; e incluso dentro de las religiones, alguna se considera y actúa como la única y verdadera. La élite, entiende que se encuentran por encima de nosotros y que por lo tanto debe imponernos su concepto e idea de globalización.
Toda esta serie de ideas, que llevan con nosotros tanto tiempo, han creado y establecido una tupida red de la cual suele ser difícil poder salir, debido a que a través del proceso de culturización y afectivización, se nos ha hecho creer que este es el único tipo de naturaleza humana posible. No obstante, con cierta perspicacia, podríamos adivinar que la organización humana tal vez podría estructurarse de otros modos y formas, en los que el dominio y el poder, no existiese, y en caso de existir tendrían otro sentido y dimensión entre los humanos.
Si absurdo es vivir en el miedo, más absurdo es sostener a quiénes edificaron y elaboraron las estructuras del miedo, a través de las mitologías, las religiones, el estado, la nación, etc. Conceptos con los que se ha impuesto una dinámica humana, centrada en las polaridades: dominador-dominado, superior-inferior, lideres-masas, etc, bajo las cuales se oculta toda una serie de estrategias, elaboradas, creadas y establecidas para que la inmensa mayoría, asumamos y nos sometamos, a la historia inventada por la élite. Élite, cuyo objetivo único y exclusivo, se reduce a no perder el poder conseguido y obtenido por medio de las artimañas con las que lo han obtenido.
La cuestión, es si podemos vivir y convivir con otras modalidades y epistemologías humanas, distintas y diferentes al actual y radical neoliberalismo en el que nos encontramos inmersos. La intuición y la experiencia histórica, indica que sí, pues ha existido culturas y por lo tanto civilizaciones que se han estructurado y organizado en torno a la colectividad. Rechazando conscientemente la praxis del poder y de la sumisión a un único sujeto envestido como rey o enviado divino, al cual el resto debía someterse y por lo tanto obedecer. En dichas culturas siempre se resolvía, las tensiones y los conflictos en la “casa del pueblo”, en la que toda peculiaridad individual y personal entre vecinos se resolvía en comunidad, ya que la idea predominante era la de la reciprocidad y el interés común y colectivo de la comunidad. Se procuraba satisfacer y atender a cada sujeto ya que existía un amplio consenso de “mismidad” dentro de la colectividad. Las persona, tenía voz y por lo tanto espacio. En la actualidad jugamos a la escenificación de la representación y por lo tanto otros deciden por nosotros.
Ahora jugamos a ser libres, pero no ejercemos la responsabilidad de dicha libertad.
Cristino José Gómez Naranjo.
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