DIFERENCIAS ENTRE EL YO Y EL EGO.



Si consideramos al “yo” como el principio de vertebración y unidad del cuerpo y de las emociones, que tiende a ser orientado y pautado por la cognición. Cognición, que procura e intenta dar sentido, significado y valor a nuestras vidas, nos encontraremos hablando de humanos y de humanidad, que procuramos e intentamos dar alcance y valores a nuestras existencias a través de las transformaciones relacionales en las que entramos con los otros humanos. Es en el contacto y en la cercanía con los otros donde nuestra vida adquiere un profundo sentido.

Intensos y fuertes vínculos en los que cada mortal encuentra su sentido de vida por medio del lazo y conexión, establecido en la alteridad del proceso de colectivización en el que hemos evolucionado, crecido y desarrollado. De ese modo nuestra unidad yoica se va construyendo en espacios de interdependencia, que nos confieren esa singularidad especifica que nos convierte a cada humano en único e irrepetible. Indudablemente nos humanizamos en los espacios relacionales que la vida nos ofrece.

En la complejidad evolutiva del yo de cada persona, tiende a emerger un rasgo típico y característico, conocido como “ego”. Siendo parte integrante e importante del “Yo”, tiende a separarse de éste, y a considerarse a sí mismo como único y exclusivo. La complejidad humana, fruto de la propia naturaleza del ser, como a su vez también de la enorme incidencia de la cultura en los sujetos, tiende a provocar un resurgir del ego, desmedido y desviado de la unidad existencial. El salto cualitativo de animal a humano, ha implicado ciertas lagunas y sombras en cuanto a una serie de aspectos y comportamientos del hombre. Dicha opacidad, tal vez se deba a una concepción sobre el “yo” humano errónea y distorsionada, basada en el excesivo protagonismo concedido al ego.

La altivez del ego, surgida de su exagerada importancia, implica una escisión en la unidad del ser integrada por la unidad Yoica que preserva la conformidad del “ser” como una unidad psico-física-social. La ramificación egoica se percibe a sí misma como algo independiente y diferente del punto de partida del cual emerge, que nos otro más que la unidad del Ser. El ego, fruto del dualismo cultural en el cual nacemos, decide tomar el timón y orientar la vida humana hacia la hiper-racionalización bajo la cual nos encontramos. Dicha simplificación conlleva una desfiguración de la esencialidad humana, la cual se encuentra sujeta a la trivializacion y banalización de lo fundamental en el sujeto.

Un ego descorporizado, nos introduce en la vorágine de la mediocridad, bajo la cual todo lo intrascendente lo reformulamos como vital y necesario, mientras que lo que es fundamental y esencial, lo minimizamos. Entramos en la moral del mercadeo de valores, y en el trapicheo de las conveniencias personales, dejando toda ética humana en la trastienda. Priorizamos el “me gusta”, dentro de unos cánones estéticos políticamente correctos, bajo los que cualquier compromiso, solo es aparente. Mientras que la esencialidad humana, tiende a ser silenciada por medio de una comercialización desleal en la que casi todo es permitido. Se tolera, la traición, el engaño, la sumisión, el dominio, el poder, la mentira, la muerte, con tal de quedar y estar por encima del resto de humanos. La codicia, transformada en productividad y rentabilidad, abre las puertas a los demonios y a los dominios, de la humillación y de la indignidad.

Un ego descontextualizado y convertido en rey, tiende a destronar y destrozar la esencialidad humana. Esencialidad que se rige por el principio de la ética y de la dignidad de los “otros”. Otros con los que convergemos, sencillamente por ser humanos. Humanos caracterizados por la diversidad y las diferencias que nos convierten en únicos e irrepetibles. Exclusividad humana que genera una colectividad a través de la individuación que nos hace reconocibles dentro de una sociedad tolerante. El ego atrapado en el fragor de la polaridad dualista: “Yo-Ego”, se desvanece ante la maravillosa realidad emergente, en pos de una idealización supremacista por medio de la cual, procura y trata de imponer e imponerse al Ser.

Esencialidad humana, que tiende a ser silenciada por las mezquinas aspiraciones del ego, que tras su disfraz, oculta su astucia para proponer e imponer como valores, el individualismo y el exclusivismo que la clase dominante propone. Valores, centrados en el poder y la dominación por medio de las cuales, se nos pretende mostrar y decir que la autoridad de la élite, es el resultado de su inestimable capacidad e inteligencia. Convirtiendo el deseo y la avidez en valores al alza.

Para ello, la tendencia codiciosa, ha de ser transmutada en valores aparentemente atractivos. De modo que méritos, como la productividad, rendimiento, obediencia, acumulación, son muy apreciados y muy estimados por la sociedad. Pero en el fondo de todo ello, lo que está sucediendo es una grave desigualdad y explotación entre humanos, que lleva a la deriva a la especie humana. Los valores socioeconómicos imperantes, han determinado una realidad social, caracterizada por la polaridad “dominadores-dominados”. Valores y creencias surgidos en procesos ideológicos supremacista, conducen a que los dominadores lo tengan “todo” y a que los dominados sufran y padezcan la miseria impuesta por los tiranos. Los propios explotados y dominados asumen y se identifican con el modelo de explotación que les lleva a dicha situación de esclavitud. Asumiendo que otro tipo de realidad humana, no es posible, o sencillamente que pensar en ello es pura utopía.

El esfuerzo energético realizado, para limitarnos con el pensamiento único, en el plano socioeconómico, es único, exclusivo y bastante llamativo. Tanto que somos incapaces de imaginar y suponer otro tipo y modelo económico diferente al actual.

Dentro de la vorágine de este ego codicioso y avaricioso, que ha sido fragmentado y separado de la esencialidad de las personas. Vivimos en una realidad social patética, en la que unos pocos nos dominan y nos explotan. En nuestro inconsciente desconocimiento, encajamos y aceptamos la explotación como la única realidad plausible y posible. Pero en el fondo de todo ello, lo que subyace es un atroz miedo a subvertir y por lo tanto a transformar la realidad social actual. Y tememos porque en ello nos va la vida. Somos consciente de que si transformamos la vigente realidad del planeta, la élite con sus ejércitos y medios, nos aniquilarían. La angustia de muerte, nos paraliza, llevándonos a la aceptación de las desigualdades e injusticias, que actualmente dominan la realidad y la relaciones humanas.

Cristino José Gómez Naranjo.



Comentarios

Entradas populares de este blog