“QUERIDA TRASTIENDA”.

Metafóricamente, podríamos concebir la trastienda, como aquel lugar o espacio en el que ocultamos todo aquello que nos resulta desagradable. Fundamentalmente aquellos aspectos o rasgos que guardan una estrecha relación con nosotros y nos resultan irritantes. Creamos y establecemos un pequeño universo de índole residual, en el que guardamos todo aquello que nos resulta penoso, molesto y engorroso. La trastienda, se asemeja al cubo de la basura de la casa, solo que sin opción ni capacidad para reciclar. Debido a la rigidez e inflexibilidad de nuestra estructura mental, apenas si regeneramos y aprovechamos el contenido y el materia que depositamos en la trastienda.

La trastienda, como lugar oscuro e incómodo, suele producirnos pavor y terror. No debemos olvidarnos que tanto su gestación como creación, así como ahora su mantenimiento y conservación, depende de cada uno de nosotros. Somos quiénes elaboramos, creamos y establecemos los fantasmas, monstruos y dragones, y por lo tanto quiénes los alimentamos. La trastienda como cuarto oscuro, oculta aquello que nos resulta inconfesable. Tan innombrable y vergonzoso nos resulta, que convivimos con el contenido de la trastienda durante toda nuestra vida, sin mantener dialogo ni reconocimiento a dicho material. Nuestra ingenuidad nos lleva a considerar y creer que si obviamos el material escondido en la trastienda, éste apenas si nos afectará. Nos obstante dicho material, a pesar de ser ignorado por cada uno de nosotros, adquiere y tiene su propia existencia, de modo que nos afecta e incide en nuestras vidas.

Dar la espalda al contenido de la trastienda, conlleva e implica que más que humanos, parezcamos demonios poseídos, que luchamos irremediablemente contra nosotros mismos. Esa parte reprimida y oculta de nuestro ser, incide y afecta nuestra conducta y por lo tanto incide en el modo de comportarnos. La trastienda, estructurada y elaborada con hilos que entretejen el miedo en cada uno de nosotros, acaba por adueñarse y apoderarse de nuestra persona. El pavor y el pánico, marcan las directrices y por lo tanto el camino de nuestra existencia. Nos autoflagelamos con el incienso de la “rigidez” e “inflexibilidad”, que nos lleva a centrarnos y a establecer un mapa de nosotros, que nada tiene que ver con la auténtica y verdadera esencialidad humana de cada persona. Somos fervientes seguidores de una disciplina que banaliza la “yoidad” humana, en pos de un decálogo y tablas de la ley que nos ridiculizan a través de una deformada bufonada, bajo la cual consideramos que nos sentimos protegidos y reconocidos por el grupo social. Pero, es lo que es, una simple parodia, alejada de lo profundo y existencial. Como un distintivo, que nos conduce a la sumisión, tras una aparente y supuesta libertad.

Nuestras existencias tienen un desarrollo y un curso en contextos sociales, en los que nuestra corporalidad debería integrar los aspectos esenciales y fundamentales que forman nuestra esencialidad. Suele ser en los contextos socioculturales, donde nos perdemos a nosotros mismos, debido a que las presiones y tendencias de la cultura, nos pone entre la espada y la pared. La cultura tiende a una cierta homogeneización de los sujetos. A través de los diversos sistemas: familia, escuela, educación, y demás instituciones, la sociedad impone, tanto su modo de estructurarse y organizarse, así como también sus reglas.

La trastienda de cada uno de nosotros, se asemeja a una especia de jaula de grillos, que procuramos e intentamos mantener oculta, en el lugar más recóndito de nuestro espacio inconsciente. De algún modo y forma, nos esforzamos para que los grillos permanezcan en silencio. Empleamos ingentes cantidades de energías, para que dicha jaula no se percibida por los otros. A pesar de que la jaula sea de oro su contenido nos incomoda y pesa. Deberíamos tomar conciencia de ella, realizando un trabajo personal que nos transforme, pues de lo contrario continuaremos siendo prisioneros de ella. Toda nuestra existencia bajo el peso de la trastienda.

Nuestra aflicción y pena, generada por la trastienda, comienza en los albores de nuestra existencia, dentro los grupos y sistema primarios de los que procedemos. Conectados y vinculados, a referentes de los que dependemos tanto física como emocionalmente, solemos quedarnos atrapados en los requerimientos afectivos y emocionales de nuestros cuidadores y protectores. Sistemas creados y establecidos para el desarrollo evolutivo de las personas a través del afecto, suelen enquistarse en dinámicas relacionales y de apego que rayan en la inquina emocional. Adultos que implícitamente proyectan y descargan su agenda emocional en sus hijos/as, coaccionan y bloquean la evolución afectiva de sus hijos. En un proyecto de cuidados y protección para el desarrollo y adultez, tiende a predominar la “agenda emocional” de nuestros progenitores. Inconscientes de sus propios bloqueos emocionales, elaboran un proyecto y sentido de vida en el que la “mismidad” y la “yoidad” brillan por su ausencia. Adultos educados y desarrollados en la psicodependencia afectiva, entienden y perciben que su esencialidad básicamente, dependerá de los otros, y consecuentemente obrarán y actuarán en función de la voluntad y necesidades de los otros, sin contemplarse y considerarse a sí mismos.

Un desarrollo, caracterizado por la ausencia de biología y sujeción emocional y afectiva (biología del amor), puede establecer un sendero evolutivo y experiencial en el que el respeto, dignidad y amor por uno mismo, se pierde y confunde con la idea de servir y atender las demandas de los otros. La yoidad se pierde en una alteridad (nosotros) ambigua y difusa, en la que la individuación e identidad queda subyugada por una modalidad de gregarismo en el que el sujeto no tiene opción ni posibilidad de expresión. Estructuras grupales primarias, sometidas a lealtades en las que los roles y sus funciones, suprimen y eliminan todo rasgo y manifestación afectiva, cosifican y robotizan el impulso afectivo y emocional que debería caracterizar a los grupos humanos. Emociones, afectos y sentimientos, distorsionados por la hiper-racionalización, nos hace más vulnerables y frágiles, debido a que nos desconectamos tanto de nuestro cuerpo como de nuestro corazón. De hecho, la cultura ha elaborado el dualismo mente-cuerpo con la finalidad de que obviemos y rechacemos todo aquello cuyo origen es corporal (pecado).

Humanos que sobrecargamos el fardo de la culpa merced a la idea de “pecado”, quebramos nuestra esencialidad en busca de un amor y afecto que nunca tuvimos y siempre merecimos, por el simple hecho de ser humanos. Silenciamos, nuestros cuerpos y nuestros corazones con la jaula de grillos que incorporamos a nuestra trastienda. En ausencia de la biología del amor, silenciamos nuestros corazones con los falsos ídolos familiares idealizados.

La conciencia de un cuerpo y de un corazón, que fueron expuestos a las demandas y exigencias sociofamiliares del momento, puede ayudarnos a retirar el velo del autoengaño en el que hemos caído y por lo tanto vivido. Velo impuesto en nombre del amor y de la estima a la familia, pero que al fin y al cabo nos limitaba y coaccionaba nuestra “yoidad”.

Cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles, y ello a pesar de la familia en la que hayamos nacido. Debería caer la luz sobre nuestras trastiendas emocionales, para así poder reconectarnos con lo que nunca dejamos de ser: humanos con plena libertad y dignidad, capaces de amar desde la interdependencia.

La trastienda, ni puede ni debe instrumentalizar al humano ni a su honestidad. Somos, el hecho de estar en la corriente de la vida, nos lleva a estar conectados y vinculados con ella. No tendríamos que ser instrumentalizados y por lo tanto proyectados y distorsionados en la trastienda. Escuchar y atender a nuestro corazón, es un sendero para reconocer y acoger la trastienda y por lo tanto limpiar el polvo de la distorsión emocional a la que hemos sido expuestos, y que tanto daño nos ha producido.

Cristino José Gómez Naranjo.








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