SOBRE LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS.
Lo descrito, es un relato totalmente subjetivo sobre mi experiencia laboral y profesional durante 38 años en un servicio público y autonómico sobre atención a las familias e infancia. Lo que conocemos como Servicios Sociales Públicos.
Es un relato subjetivo por la sencilla razón de que los humanos jamas podremos ser objetivos, a pesar de nuestros deseos por tratar de serlo. Nuestra parcialidad y arbitrariedad afectan e inciden en nuestras descripciones, pero al menos intentaré ser lo más imparcial posible. La objetividad como algo externo a las personas y que consecuentemente hemos de localizar, encontrar y procurar aplicar, resulta ser una entelequia, un constructo falaz, creado y establecido por los humanos. Algo parecido a una verdad o regularidad que marca y pauta nuestros comportamientos. Leyes eternas y previas al origen humano que determinan nuestra conducta. Leyes puestas solamente por la mente humana que dan cabida a nuestro forma y modo de pensar. Pero que la vida es mucho más sutil y trascendente, debido a que se entiende que va más allá de lo mental.
Todo lo contrario, lo humano es un proceso, cuyo resultado procede y tiene su origen en la pasión y en la emoción. Emociones que a su vez han sido impregnadas de diversas interpretaciones. Hermenéutica y sentido que sí deberían encontrarse moduladas por una “ética”. Honestidad y rectitud humana de la que apenas si se habla en los círculos sociales. Coherencia y honestidad que olvidamos y obviamos al hablar del proceder de los hombres. Como si éstos fueran simples agentes mecánicos que respondieran a una leyes preexistentes. Cuando lo humano es creado y establecido por el alma humana, la ética siempre se encuentra en el fondo y en el trasfondo, a pesar de que por momentos no seamos consciente de ella.
Las organizaciones humanas, al menos las públicas adolecen de dicha ética. Y carecen de ella porque tanto en el proceso evolutivo como en el del crecimiento de los humanos, se ha introducido una infame y abominable variable denominada “Instrumentalización”, con la que al humano dentro su propio proceso de humanización, se le vacía de todo su contenido emocional y afectivo, para inocularle, metas, objetivos y fines entendidos como sociales, pero que al fin y al cabo de sociales tienen muy poco. Más bien son intereses marcados e impuestos por la élite que dirige, controla y manipula a las masas. El patrón de lo ímplicitamente impuesto y tácitamente esperado por las masas, lleva siglos organizando las colectividades humanas. Debido a la estructura jerarquizada y establecida por la élite que con sus habilidades y distorsiones han engañado al rebaño humano.
Más bien son objetivos marcados y determinados por una lastrada sociedad, y del sobrentendido y tan socorrido: por el “bien del niño/a”, y el de su familia, abrimos el tarro de las esencias. Lo malo es que lo hallado en dicho recipiente expide un olor, a cutre ideología recalcitrante que barnizamos con el sobrenombre de pseudociencias sociales y por medio de las cuales, desempeñamos y desarrollamos sobre las familias y menores todo un ejercicio de abuso y despotismo, bajo la indumentaria de científico y experto social. Sin piedad, anulamos y despersonalizamos a las familias y a sus hijos, y como Poncio Pilato, nos lavamos las manos. Ejercemos y realizamos un maltrato institucional en el que apenas si pensamos y reflexionamos. Carentes del sentido de otredad, nos sentimos total y plenamente convencidos de que lo que hacemos con la familia es lo bueno y lo correcto.
La irreverencia de experto social, nos lleva a mirar a las familias por encima del hombro. Inflados con un supuesto conocimiento de lo social, nos ponemos por encima del bien y del mal, sin importarnos las humillaciones que les infligimos tanto a los menores como a sus familias. Hemos transformados la benevolencia y la humildad en una actitud y por lo tanto en un comportamiento indolente e irreverente para con los menores y sus grupos primarios. Tras la armadura, somos refractario a todo aquello que ocupa y preocupa al sistema familiar. Tras ese supuesto conocimiento de experto, se oculta todo lo atávico que portamos en nuestro inconsciente, pero que en el contexto y en el espacio del trabajo, elevamos a la quintaesencia. Reciclamos nuestros demonios, poniéndoles alas, porque la cultura y la sociedad con sus reglas y juegos nos lo facilita y permite.
Durante esta larga experiencia laboral de atención a la familia e infancia en un espacio y contexto público, pude observar de todo o de casi todo, salvo aquello que resulta fundamental e imprescindible y por lo tanto necesario para facultarnos a abordar y por lo tanto poder acompañar a los niños/as, y sus familias. La clave fundamental y por ello necesaria no es otra cosa que: la capacidad, así como la sensibilidad de estar y escuchar al grupo en su conjunto. Es decir humanizar el proceso de acompañamiento a un sistema cuando éste acude al Servicio Público, supone ser receptivo a dicho sistema.
Salvo honrosas excepciones, nunca contemplé una actitud humana de escucha y atención. Más bien todo lo contrario, una actitud de imposición y de irreverencia, investida y arropada por el supuesto poder con el que nos viste el rol publico de profesional ( educador, trabajador social, psicólogo, etc). Amparados en el corsé de funcionarios públicos, los profesionales de los servicios sociales, nos atribuimos ciertas prerrogativas que exceden el decoro y la dignidad de las personas atendidas. En el ámbito de lo humanamente social, nos distanciamos de dicha humanidad, ubicándonos en la torre del saber y del conocimiento. O sea juzgando y recriminando a quienes nos solicitan ayuda.
Escuchar, no implica adoctrinar y mucho menos pautar y dirigir bajo el supuesto paraguas de las ciencias sociales. En los contextos y espacios humanos, no existe ni la exactitud, ni la precisión y mucho menos lo cierto y predecible. Ya que todo es un campo abierto a lo interpretable, por lo que la diversidad humana en este campo es plausible, posible y hasta deseable, además de necesaria.
Qué sucede en la organizaciones públicas de atención a la infancia y familia?. En lo público, a simple vista suelen encontrarse tres realidades o dimensiones: la de los usuarios o ciudadanos, la de los políticos y cargos directivos y la de lo trabajadores de dichas organizaciones. También suele suceder que los intereses de estas tres dimensiones humanas suelen ir en direcciones y sentidos opuestos, por lo que en un principio esas realidades se oponen y contradicen; al menos en la practica, y ello a pesar del formalismo con el que se pretende mostrar que usuarios, profesionales y políticos tienen los mismos objetivos y fines.
Si a la divergencia y contraposición de intereses, le unimos una idea surgida entre los profesionales de la intervención social conocida por el apelativo de “científico social”, las personas que precisan y necesitan de tales servicios públicos quedan a merced del albedrío e intereses de los profesionales que les pretenden ayudar. Pues tras el epígrafe de científico social, se oculta toda una jerga supuestamente científica, bajo la cual los profesionales nos amparamos y protegemos. Pero dicha jerga pseudocientífica no es más que todo un conjunto de valoraciones e interpretaciones efectuadas por los profesionales. Ademas valoraciones con connotaciones negativas sobre las personas que atendemos en el servicio. Apreciaciones con las que ocultamos nuestra ira y rabia hacia el demandante con una capa de tierna cientificidad. Arrogancia que se esconde tras un rostro bondadoso y siniestro, que oculta, instrumentaliza y manipula un supuesto saber y conocimiento de experto para subyugar y dominar al otro (poder). En un claro ejercicio de poder, buscamos y procuramos someter a los niños y a sus sistemas familiares.
Si al poder profesional con sus correspondientes miserias, le acertamos a vincular la desazón y el desconocimiento de los cargos políticos y directivos que integran y forman parte del organigrama del sistema. Queda la puerta abierta para que el caos y el desorden revestido en una jerarquía incongruente e invertida, domine, asuma y controle el contexto publico y social.
Políticos y directivos que distribuyen prebendas entre los profesionales que ellos mismos, han privilegiado. Trabajadores que hacen de jefes, y jefes que se inhiben. Trabajadores que se arrogan, reclaman y exigen funciones administrativas. Trabajadores que coaccionan y amenazan a sus compañeros, bajo el auspicio de ese poder concedido irregular e indecorosamente, hasta el extremo de rayar en la obscenidad.
Profesionales y jefes que se confabulan para que todo permanezca igual. Se establece un climax profesional en el que todo es posible, menos la paz y la cordura, y el objetivo para el cual fue creado y establecido el servicio (proteger a las familias e infancia), queda desvirtuado. Pues todo se cocina en los despachos de los jefes de servicio: conspiraciones, alianzas, privilegios, etc. Todo lo implícito y obvio es negado tanto por jefes como por trabajadores. El marco informal, pero real, por medio del cual el servicio o sección funciona, es negado por quienes colaboran y contribuyen a dicha informalidad.
Es una locura paradójica con dos estructuras: la formal por la que nunca se rige y la informal que es la negada pero con la que se funciona. Jefes y trabajadores se retroalimentan en esta catarsis iatrogénica. Si algún trabajador pretende cuestionar o reflexionar sobre esta paradójica organización estructural, rápidamente es cuestionado por el sistema implementado, a través de la descalificación y la desautorización. Descalificaciones que han cobrado forma en expedientes disciplinarios hacia esos trabajadores. La orquestación: jefes de servicio y trabajadores, ha llevado al éxtasis confabulatorio de organizar, preparar y dirigir denuncias contra trabajadores que han acabado en los juzgados. La mezquindad y la ruindad, los ha guiado y pautado hasta alcanzar y llegar a tales extremos. La mediocridad humana de dichos personajes, les ha llevado a catalizar su ira y odio para con los trabajadores que simplemente deseaban que lo laboral fueran esencialmente laboral. Cuando los límites se borran o bien se carece de ellos, el contexto se convierte en un infierno, debido a que la ética humana tiende a ser suplantada y sustituida por todo un acopio de rencores, disfrazados en un vademecum protocolario que pretende a la vez que desea esconder el odio al diferente y por lo tanto distinto.
Como si de un “Consenso implícito rígido” se tratara; jefes (cargos directivos) y ciertos profesionales, establecen alianzas en las que la jerarquía formal queda claramente dañada, o bien poco clara, confundida y alterada. Hasta el extremo de que en ciertos momentos y estados, la organización colapsa, debido a que un trabajador o bien un número reducido de ellos, actúan e intervienen, como si fueran los jefes y por lo tanto proceden como superiores del resto de trabajadores y compañeros.
Si un cargo o jefe de servicio, ofrece una prebenda o privilegio a un trabajador (Claves informáticas, para un control y ejercicio de responsabilidades administrativas, siendo educador), lo jerarquiza y por lo tanto lo habilita y faculta ante el resto de trabajadores del servicio. Lo eleva por encima de los demás de forma injusta, cruel y tirana. Se establece un caciquismo, en el que lo aparente se convierte y se erige en la verdad. Mientras que la realidad y los usuarios del servicio, se diluyen. Todo se familiariza y reduce a una disputa de egos, en la que el sentido público del trabajo se pierde, debido a que nos acostumbramos y aclimatamos a esas peculiaridades del servicio. Singularidades que han sido establecidas y creadas por esos profesionales y esos jefes.
No es algo inherente y consustancial al “Servicio Público”, sino más bien propio de la naturaleza humana de ciertos hombres y mujeres que en sus inestabilidades afectivas y mentales, encuentran un lugar y espacio ideal en el ámbito laboral y profesional para desarrollar y ejercer su tiranía. Sujetos sedientos de poder, que con una estrechez de miras y de personalidad, adquieren sentido, dominio y autoridad, en el espacio y en el contexto laboral, profesional y publico. Terminan por convertir lo Público y el lugar de trabajo en un espacio familiar y personal para ellos. Fuera del espacio laboral, no son nada ni nadie. La vida se les va y se les consume en el contexto del trabajo. Es ahí donde son reconocidos y aceptados. Buscan solo su gloria, y poco o nada les importa el servicio y las personas que a él acuden. Por ello, siempre procuran jugar con la ventaja de los privilegios, pues sin ellos no son nada ni nadie.
Continuamente se encuentran dispuestos a calentarle la silla al político o cargo que aparezca. Sus egoísmos y cicaterías siempre los llevarán al despacho de la confabulación y de la conspiración. Tanto sus bajas autoestimas como sus limitadas personalidades los convierten en personajes demoníacos, corroídos y carcomidos por sus ansias de poder. Perciben y conciben el poder como una opción y posibilidad de humillación hacia los otros.
La tiranía de la despersonalización y por lo tanto la de la deshumanización, que se esconde tras el traje del rol profesional, protegido por los cargos directivos, prepara el terreno de la intervención social para que en él las malas hierbas crezcan en su total plenitud. El odio, la rabia, los celos, la envidia, la ignorancia llevada a su grado superlativo bajo supuestos mantras científicos sociales. La incapacidad y la negativa a trabajar en equipo para abordar una realidad humana y compleja, establece torres de marfiles en las que el profesional se encarama para desde ella dictar sentencia sobre los niños y sus familias. Con un lenguaje técnico-científico y sus latinazgos, nos cubrimos de una brillantez con la cual embriagamos y empobrecemos a la familia que seducida por nuestra oratoria se considera y se percibe inferior y por lo tanto menos que nosotros.
Con expresiones y giros enunciados y manifestados por este tipo de profesionales, marcan con claridad su sentido sobre la humanidad, la profesionalidad y también de la interpretación que tienen y conciben sobre la “intervención social”: “las familias tienen faltas de carencias…..”, “te guste o no te guste, ese es el padre que tienes…”, “ hay que empoderar al padre o a la madre….”, “a los adolescentes, primero se les descabeza y luego se negocia con ellos…..”, “ claro la ley lo dice, pero luego la interpreto yo…...”, o “como no vas a querer la teta de la vaca…”, “Por hache o por be….” Toda una serie de frases e intenciones que en el contexto descrito, tienen y a la vez adquieren un sentido dramático y desgarrador, pues son el culmen de un proceso de deshumanización bajo el cual ciertos profesionales no solo actúan, sino que además se consideran y sienten superiores a las personas que acuden al Servicio.
La intervención psicosocial, como un momento y espacio de encuentro entre seres humanos, tiene que adecuarse al arte del poder ser y del poder estar. Sin dichos poderes el proceso de humanización sería harto difícil de poder lograr. El conocimiento académico es necesario, pero solo y exclusívamente con él no vamos a ninguna parte. El saber universitario e intelectual sin la partitura emocional y afectiva, no es más que una despiadada mecanización en la que el supuesto experto tiraniza y somete al sistema o unidad familiar. La soberbia del conocimiento y del rol profesional, pueden establecer un cuadro humano, profesional y laboral en el que el espacio y el Servicio público se conviertan en un infierno. Averno cuya creación y elaboración es de total y plena responsabilidad de los orcos que en los despachos de la conspiración y de la confabulación han orquestado tal dramaturgia.
Cristino José Gómez Naranjo.
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