ETERNIDAD: SUEÑO Y DESESPERACIÓN.




En mi pesimismo, todos mis sueños así como mis ilusiones, se sumergieron en el interminable e inagotable deseo por una eternidad imposible, irrealizable e inalcanzable. Pues inabordable y utópico suele ser casi todo aquello que se le ocurre a la caprichosa mente cartesiana, procurando sobrellevar lo infranqueable al límite del delirio, hasta el extremo de efectuar una elaboración creíble a pesar de todo su surrealismo. La mente tiende a ser perspicaz y aguada en cuanto a sus construcciones, y poco importa que éstas puedan parecer absurdas, con tal de que ella sienta que controla y manipula las situaciones y los momentos.

Conocedor del ejercicio de control y dominio que mi mente cartesiana ejerce sobre mí esencialidad humana, y versado en lo que ella elabora y construye no dejan de ser más que meras distorsiones y burdos mapas de la incognoscible e inalcanzable realidad, como humano limitado, tiendo a aferrarme al delirio mental de la racionalidad. Es como si aceptase la falsa realidad o la objetividad consensuada, al saber que mi mente jamás alcanzará y por lo tanto no llegará a comprender la “unidad” de la complejidad cósmica de la que procedo y en la que vivo. A mi mente le asusta la inmensidad del universo, ya que la susodicha grandiosidad le evoca a mi pensamiento su pequeñez y endeblez. Por ello mi mente procura y trata de elaborar alteraciones en sus mapas cognitivos para de ese modo calmar su angustia ante la vastedad del universo. Como un recurso que crea para olvidarse de su menudencia.

Mi mente en un acto de pavor e inmadurez, toma lo falso e incompleto como verdadero, rechazando de ese modo la compleja unidad existente e intrínseca que la vida implica. Mi mente evita y esquiva la complejidad y la unidad de la que todo organismo viviente procedemos, y la elude porque sabe que dicha unidad es incognoscible e inabarcable para una mente lineal y limitada. La vastedad del universo retrotrae a mi mente a un mundo simple, lógico, lineal y secuencial, ahí se encuentra y se siente segura, por lo que se esforzará por mantenerse en dicha zona de confort.

Orientado por la ceguera de mi ego, y como en un espejismo, mi ensoñada mente se encontró atrapada por el anhelo y por el delirio de una inmortal eternidad, bajo la cual, al igual que los caprichosos dioses del monte Olimpo, decidí aventurarme con el destino de los humanos, olvidándome de mi propia condición y naturaleza humana. Ante mi breve y efímera existencia, mis anhelos por la eternidad crecían exponencialmente a la velocidad de mi propia ansiedad. Como si de un plumazo dichas aspiraciones pudieran omitir mi mortalidad. Opté por entrar en los asuntos humanos a través del arte y del oficio de la psicoterapia. Consideré que a través de este trabajo tal vez podría redimir mi condición humana, tan plagada de luces y de sombras como de contradicciones.

Desplacé mis encuentros con las sombras a través de la estrategia previamente descrita: estudiando psicología para convertirme en un experto sobre problemas humanos. Investido del rol social y de su poder, nadie puede cuestionarte, puesto que tanto la sociedad como la cultura, me preparó y me habilitó para emitir etiquetas y diagnósticos aparentemente sociales. La sociedad nos enviste de un poder que puede resultar halagador y demoníacamente sutil, ya que con él puedo y podemos marginar a un humano de la cultura de la cual procede. Tan solo con una etiqueta, podemos enviar a un sujeto al ostracismo. El poder del psicólogo para marginar es tan grande, que ni siquiera somos consciente de ello. Tratamos de estar por encima del bien y del mal de que nos olvidamos de aquellos humanos que requieren tanto nuestra ayuda como nuestra compañía. Hemos hecho de la psicología, un cajón de sastre en el casi todo tiene cabida, hasta la propia inanición del humano por procurar reducirlo a un simple protocolo diagnóstico. A un conjunto de síntomas externos que se encuentra desconectados y descontextualizados de su realidad psicoemocional.

Estando turbado y confundido, tomo un sendero equivocado y extraño: observo a los demás a través del rol y de las expectativas de psicólogo. En lo tocante a lo humano, lo natural debería ser empezar a edificar la casa desde uno mismo, empezando de dentro hacia afuera, y no como hacemos los humanos de afuera hacia dentro, ¿Cómo puedo acompañar a otros, cuando ni me conozco, ni sé quien soy?. Es evidente que la arrogancia de mi desconocimiento, y sobre todo la huida de mi mismo, me condujo a buscar y a encontrar un refugio y por lo tanto un reforzador social, en la idea de convertirme en experto en problemas humanos, o sea en ser psicólogo. Necesite años para ver, reconocer y aceptar mi estupidez y mi ignorancia. Solo realizaba un camino hacia delante inconscientemente. Puesto que unicamente es la universidad de la vida, la que nos capacita en la singularidad humana a través de la experiencia directa e intuitiva con la verdad y la unidad. El resto, son medios formales y sociales y por lo tanto útiles, pero ni son la verdad, ni son la unidad de la que toda vida y por lo tanto todos los humanos procedemos. Quizás por ello hay momentos e instantes en los que me pierdo en la formalidad establecida por el protocolo social. Olvidándome de que tan solo son etiquetas sociales, las trato como si fueran un absoluto, una especie de tablas de la ley escritas y prescritas por alguien externo y superior a nosotros los humanos. Como si entre la ley humana y la ley social, seleccionase la segunda posibilidad.

Como si la complejidad cósmica nada tuviera que ver en la vida humana. A posteriori siento que dicha complejidad cósmica perturba mi mente y mi pensamiento, puesto que mi intelecto se estremece y se asusta con su pequeñez y su extrema fragilidad dentro de ese orden cósmico en el que él es apenas imperceptible. Me extraña a la vez que me asombra que mi fragilidad humana dentro de este universo, tal vez sea la única certeza con la que pueda contar. De hecho para mi mente, este tipo de pensamiento resulta más que subversivo, ya que ella se encuentra muy segura y a la vez protegida dentro de la torre de marfil desde la cual toma sus decisiones, sin implicarse ni comprometerse con el cuerpo ni con el corazón. Resulta evidente que mi mente, no desea perder su aparente control y por ello se afana en someter y en esclavizar mi unidad Yoica.

Por lo que mi azorada mente, se ha creado un reino de inmortalidad alejado de lo humano y de los humanos. Castrado por las teorías y modelos imperantes, mi cuerpo y mi corazón intuían, pero mi pensamiento negaba o rechazaba dicha verdad intuitiva. Solo con pretensión descriptiva y no justificativa, digo que nací en una cultura y en una sociedad que rechaza y desprecia tanto el cuerpo como las emociones a no ser que éstas resulten productivas para la cultura predominante. Aquí solo interesa la mente y el pensamiento productivo que nos enajena y separa de nuestra esencial unidad y humanidad. Tal vez por ello escogí el camino de mi propia negación personal, en pos de una aceptación social y baladí en la que no iba a ser cuestionado y por lo tanto aceptado. El costo de tal elección suele ser cuantioso puesto que conlleva la perdida de la soberanía personal.

Durante bastantes años, me debatí entre el ser y sentir profesional, y el protocolo institucional establecido. Mas tarde o más temprano, nuestro ser tiene que romper con dicha dicotomía. Solo existe un espacio y un lugar y éste es interno, por lo que el protocolo tiene que interiorizarse y consecuentemente humanizar la relación profesional. Muchas veces el status quo social establecido, no acepta dicha humanización. Tal vez por ello, demasiados psicólogos nos agarramos como clavos ardiendo al status quo. Vacíos y vaciados, procuramos que el poder social del cual somos investidos, cubran nuestras lagunas humanas.

Deseoso y ansioso por ocupar y tener espacio social, por ser visto y aceptado, me niego a mi mismo, elaborando y estableciendo un “proceso de doble vínculo”, dentro de un marco y contexto social en el que permanezco a salvo, pero con una decepción y desengaño yoico bajo el cual obro y actúo pensando en el qué dirán los otros agentes sociales. Un rico mundo interior silenciado y ahogado por no decir asfixiado: dos vidas o dos existencias en paralelo que como todo mortal neurótico asumo. Mi propio miedo al rechazo, me neurotiza dentro de una sociedad repleta de neuróticos. No obstante ser neurótico, ni me ayuda ni me libera, de mi miedo ni de mi ansiedad. Vivo en un ostracismo en relación a mi yoidad. Vivo de puertas para afuera, olvidándome de mi interioridad y esencialidad. Hasta que en ese proceso de evolución y de experiencia personal, mi ser se confronta con esa separación entre mente y cuerpo, entre lo que digo y lo que hago. Quebrándose el mapeo social hasta entonces establecido. Roto socialmente había que unirse con la propia mismidad desde otros parámetros y con otros criterios que intuyeran e incluyeran mi esencialidad dentro de esa “Unidad cósmica” de la que todo y todos somos una manifestación y por lo tanto una expresión. Una cadena de efectos del “Uno”. Somos manifestaciones de la “Unidad” a la que tanto agredo con mi negación de ella.

Siendo consciente de que mi propia inmortalidad puede emerger con mi muerte, la mente que me ha estado acompañado hasta aquí, se muestra irreverente y temerosa del proceso mismo de la vida. Tal vez porque ella no desea aceptar su fragilidad, nada contra la propia corriente vital en un acto de desesperación. En vez de integrarme en el reino de la vitalidad, mi mente anhela, busca y desea dirigir y gobernar dicho reino. No por sentirse superior, sino más bien para ocultar su propio miedo, es por lo que aspira a gobernar en el reino de la vitalidad. La torpeza e inconsciencia de mi mente es que con miedo no se puede vivir, al menos en plenitud. Por eso en mi arrogante deseo, espero ser más que la propia vida que se me ha sido dada.

Como un ángel descendido de los cielos, deseo ir más allá de lo humano. Quiero trascender la efímera existencia humana, desdibujando mi angustia de muerte tras la fachada de una supuesta bondad que oculta el miedo a desaparecer. Para mi mente, la idea de la muerte no es solo un pensamiento atroz y terrible, sino además miserable. Angustiada por su desaparición, se adiestra en el teatro de la beneficencia bajo un aparente rostro sutil y bondadoso, tras el cual todo movimiento o acción intima, próxima o cercana resulta histriónica. A pesar de desear y buscar dicha intimidad, me esfumo de ella puesto que en caso de que sucediera, mi alma quedaría desnuda y al alcance de la vista de todos. Algo que tanto a mi mente como a mi ego le resultan inaceptable al menos por el momento.

En ese “vivo sin vivir en mi/ y tan alta vida espero/ que muero porque no muero/., de la inestimable maestra Teresa. Posiblemente sea ahí, donde ahora siento que me puedo encontrar, o al menos procuro estar. Sin trucos, ni artificios lógicos, sin método hipotético deductivo, sin hipótesis y sin premisas. Como diría el esclarecedor maestro y místico Juan, en “Una noche oscura del alma”, en la que lo ya conocido, no tiene sentido y por ello buscas y confías en esa oscura luz que emergiendo del corazón rompa con la linealidad y la racionalidad de mi mente. Pues solo otra mirada es posible para la transformación y el acceso a la humanidad, necesaria e imprescindible, que nos haga sentir ese calor humano que tonifica y anima nuestras almas. Una mortalidad inmanente en la que el contacto humano franco y honesto, eleva nuestros recuerdos al rango de inmortales. Nuestra muerte resulta inevitable, pero lo que hacemos y cómo desarrollamos nuestra existencia quizás pueda y resulte inmortal. De ahí, la esperanza de que la luz emerja en esa noche oscura del alma, en la que que la contemplativa mirada se abra al inexplicable misterio de la existencia humana, dentro de esa amplitud cósmica a la cual pertenecemos.

Por lo que entre humanos, debería suceder un tipo de mirada que indicara a la vez que dijera que el cambio y la transformación entre nosotros es posible. Además dicho cambio es posible y deseable, porque es inherente a nuestra propia naturaleza el estar y sentir con y entre humanos. Como el niño que juega con el adulto, porque sabe que éste se va a entregar al juego sin reservas. O como el adulto que confía en si mismo, porque tú crees en él, acogiéndolo y reconociéndolo, sin sentirse juzgado por ti. Una mirada unificadora que reconoce que la diversidad de manifestaciones humanas proceden de la expresión de la unidad. Siendo diferentes, hemos sidos generados en la misma matriz estructural cósmica, ya que cada uno de nosotros es una expresión del “Uno”, que en el contexto de la vida y de los espacios humanos, no podemos ni debemos olvidar la interconexión y relación existente entre cada uno de nosotros. Pues al hacerlo, minamos nuestra propia existencia perdiendo y extraviando nuestro sentido de vida.

La mirada parcializada, jerárquica, dominante, explotadora y capitalista, suele ser una mirada mortal, puesto que con ella deshumanizamos lo más noble y puro con lo que contamos. Entramos en una vorágine de la productividad, de la acumulación y de la indiferencia. Tanto nuestro sentido de vida colectivo como personal, se pierde y se diluye dentro de una cacofonía, en la que cualquier expresión emocional realizada, tiende a instrumentalizarse desde la impostura cultural vigente. Quizás, parte de mi desesperación como a su vez la de otros humanos, pueda residir en la terrible desconexión en la que nos encontramos y nos sentimos. Por momentos somos y actuamos como una masa en la que el sentido de colectividad y por lo tanto el de pertenencia se disuelve como azucarillo en el agua.

En caso de que existiera, nuestro reino está aquí, siendo mortales y entre mortales. Un reino en el que el miedo racional a la mortalidad, debería ser descodificado y conmutado por un sentido y significado de vida bajo el cual a pesar de nuestras breves y efímeras existencias, podríamos tener un sentido inmortal de nuestras vidas, por sobre todo cómo las hemos vividos entre y con los demás. Siendo perecederos nuestras acciones podrían dejar una huella indeleble tras nuestras muertes. Más que morir hay que vivir. El único responsable de mi vida y por lo tanto de mi existencia soy yo. Lo único factible y humano, antes de morir es vivir. La paradoja, es creer y considerar la inmortalidad como una opción o posibilidad de vida. Somos ángeles caídos del universo cósmico, cuyo fin es el de poder tener una vida mortal, a través de la cual la unidad cósmica se manifiesta y expresa. De modo que nuestra inmortal mortalidad tiene un sentido y un significado. Centrándonos en el impulso por la vida y la vitalidad que esta conlleva, su final la muerte adquiere y cobra su sentido. No se puede ni se debe huir de la muerte, evitando vivir la vida. Nada más triste y penoso que angustiarse por lo que resulta ser inevitable. Pues una vida de tristeza, temor y enojos es lo contrario de la propia vida y de la existencia humana.


Cristino José Gómez Naranjo.

Comentarios

Entradas populares de este blog