LA FAMILIA Y LO FAMILIAR.
Los humanos, comprendemos a la vez que percibimos como familia y familiar, tan solo al reducido grupo con el que tenemos y mantenemos lazos de sangre. Principalmente, aquellos con los que estamos emparentados. Tendemos a considerar, o por lo menos a destacar y sobredimensionar por momentos que aquello que nos une a ella, son más los lazos de sangre y el código genético que los nudos del amor. O bien que las ligaduras del afecto y la ternura, deben ceñirse y por lo tanto someterse a interpretaciones restrictivas y limitantes sobre la familia biológica, en las que ciertos biologicismos de índole supremacista procuran cortar de raiz toda emergencia afectiva que brote del corazón. La cuestión es, ¿ puede darse y surgir, una fraternidad, o una paternidad, más allá de los lazos de sangre?, o ¿establecer familias, que trascienda los vínculos del parentesco sanguíneo?, la respuesta es sí, y no solamente sí sino además es necesario.
La familia suele ser como la puerta de entrada para el gran escenario social y por lo tanto para la puesta en público para cualquier ciudadano. A la vez es la fuente primario de todo contacto, de todo afecto y de todo proceso de humanización del sujeto.
Resulta evidente, que la familia es algo más que el código genético y los vínculos del parentesco. También debería considerarse como un vínculo o marco, en el que los sujetos humanos se desarrollan y se posibilitan como tales con relaciones establecidas por el nexo del amor, dado que tal afecto es lo único que vincula a los humanos desde la esencialidad del ser, facilitando una dignidad humana como tal vez ningún otro sentimiento permita.
El amor como tal, es un sentimiento humano, alejado y despojado de todo contenido ideológico instrumentalista y por lo tanto de toda estructura narrativa coactiva e ideologizante. Las palabras por si mismas, o al menos el contenido de las mismas dentro de una estructura narrativa, no son más que mapas y modelos explicativos, pero nunca son la realidad misma, ni la experiencia sentida que ellas procuran describir, unicamente son aproximaciones explicativas de la experiencia vital y afectiva, pero no son las emociones. Conviene dejar esto lo suficientemente claro, puesto que muchas personas tienden a confundir o equiparar el termino amor con la experiencia afectiva del amor y de amar. Las palabras describen, pero no son el sentimiento. Lo reseñado previamente, no es tan banal ni mucho menos inocuo, debido a que las sociedades con un amplio bagaje cultural, tienden a intrigar y ocultar tras las palabras y a través de ellas toda una ideología de dominación. Poder y autoridad que tiende a confundir a los sujetos humanos.
Podríamos decir que al menos en el ámbito de la familia y de lo familiar, tanto el significado como el significante, tienden a ser disonantes y por momentos, inclusive diametralmente opuestos debido a que el significado y sentido emocional se diluye y pierde en un significante horadado por la instrumentalización ideológica, realizada a cerca de los sentimientos y de la expresión afectiva de los mismos. Aquí, más bien la familia se considera como un microsistema controlado y dirigido por el estado, cuya única finalidad es la de crear y fomentar sujetos sumisos que acaten las reglas y normas establecidas por el mismo estado. Se busca y se desea más, la dependencia de los humanos, que sus capacidades críticas y reflexivas.
La familia podría ser como un medio a través del cual la identificación con el macrosistema, no solo es posible sino además plausible. No sea trata de negar y cuestionar a la familia, sus posibilidades y opciones socioculturales, más bien todo lo contrario. Las familias no deberían ser disonantes con el macrosistema en el cual evolucionan y por lo tanto se desarrollan. Aquí, lo cuestionable es qué tipos de macrosistemas producen y generan las culturas, y sobre todo, cómo los humanos evolucionamos dentro de esas culturas. En una palabra, si las culturas dignifican, o bien someten la honorabilidad humana a imperativos que degradan el humanismo de las personas. Es decir si el estado, facilita y favorece la ecuanimidad, o estimula la indiferencia ética por medio de códigos morales que dejan entrever y permitir toda una serie de reglas relacionales imantadas por el poder, dominio y sumisión.
Si el magnetismo del poder seduce a los sistemas familiares, es posible que dichas organizaciones hogareñas alteren las funciones principales para las que fueron creadas. Es más que probable que el vinculo del amor, sea desvirtuado y por lo tanto distorsionado. Más que amor, se convierte en lealtad, y más que lealtad, ésta se transforme en sumisión al legado familiar-patriarcal. Pues sistemas cuya vertebración se desarrolla y fundamenta en “consensos implícitos rígidos”, se encuentran abocados al fracaso y sobre todo a la generación y al establecimiento del sufrimiento entre los humanos que los integran. En dichos sistemas familiares, la vulnerabilidad, así como el amor queda y permanece en entredicho, debido a que los acuerdos y consensos se encuentran caracterizados por la estrechez y la rigidez del sistema, que antepone y por lo tanto bloquea la homeostasis (equilibrio) familiar en aras de un postureo formal que angustia a cada uno de los sujetos que componen la unidad familiar, debido a que éstos se sienten inseguros dentro de un clan, que ahoga sus procesos personales de individuación, en pos de un encorsetamiento gremial que anula la esencialidad de cada persona. De modo que la subjetividad del sujeto, tan necesaria y precisa para ser humano, se orienta hacia un proceso de cosificación modélica, provocada y aceptada por el imperativo social. Bajo esa cosmovisión, el humano resulta ser un objeto y no un sujeto que carece de subjetividad.
Las familias caracterizadas por la ausencia de la “biología del amor”, poco o nada aportan a los sujetos que la componen, debido a que la eseidad de cada uno permanece en el limbo de los sueños, dado que el contacto corporal y psíquico se encuentra ausente. En estas familias el acogimiento y apoyo tanto al cuerpo como a las almas de sus integrantes, no se da por que no existe entre ellos. El agarre afectivo-corporal no se produce y los sujetos son como espectros de sí mismos. Tienden a considerar y a creer que la realidad es lo que es. Es decir lo que ellos ven, sin considerar que en ese ver, la ausencia del amor se encuentra presente, sustituida por un querer posesivo y dominante en el cual la potencial esencialidad de los otros, se reduce y reorienta hacia una proyección personal de mis inseguridades.
Tal vez somos inseguros por que quizás se nos sometió. Como dicen muchos “amar es obedecer”. No obstante amar es aceptarse y reconocerse, para desde nuestra mismidad y centralidad poder conectar con los otros y sus mismidades. Sin un “YO”, no puede darse un “OTRO”, pues resulta harto complejo considerar a los otros, si no soy capaz de considerarme a mi mismo. No somos nadie sin los otros pues la yoidad humana emerge en una inter-subjetividad en la que nos expresamos y nos manifestamos. No obstante el contorno de una yoidad en espacios y en momentos en los que el desarrollo personal como ser único y exclusivo es negado, crea un pálido reflejo de un yo que suele ser el resultado de la expectativas y esperanzas de otros a los que tomamos como referentes. Generalmente tales referentes en los sistemas primarios suelen ser los padres o aquellos que ejercen dichas funciones.
Desde la perspectiva de la biología del amor, los sistemas primarios autopoiéticos como la familia crean y generan sus propias condiciones vitales, y si dichas condiciones vitales se colapsan o se degeneran, el sistema entra en un desarrollo antagónico que desertiza casi todas las posibilidades humanizantes de los miembros del sistema. Estableciéndose como una especie de bucle cerrado en el que la oxidación emocional bloquea al sistema y lo predispone a la vez que lo orienta en la dirección del dolor y del sufrimiento. Los daños en el sistema familiar lo conducen a unas restricciones y coacciones bajo las que por momentos los sujetos alcanzan niveles de sufrimiento intolerables. Enajenados del yo, el sistema se retroalimenta del dolor porque las almas viven apenadas e ilusionadas en un falsario querer que les conduce a la inanición final.
Hemos de sobrepasar la noción clásica de familia y desde la biología del amor, entender y sobre todo aceptar que la familia va mucho más allá de los lazos de sangre. Familia y familiar es aquel grupo en el que te sientes acogido y protegido porque tu vulnerabilidad se encuentra a salvo. Reconocido y aceptado tal cual eres, te sientes apoyado en tu potencial como humano. La afectividad, posibilita la humanización del ser en un intercambio ecuánime en el que cada sujeto recibe la confirmación de sí mismo dentro de un proceso comunitario recíproco. Tal vez por ello existen familias que son familias sin tener vínculos de sangre. Dado que en ellas, lo que realmente prima es el espacio para la aceptación incondicional del ser de cada uno desde la fuerza emotiva del amor. Amar es facilitar y posibilitar el desarrollo del propio ser y el de los otros, sin coacciones ni condiciones. Somos, simplemente dejar que dicho ser se exprese. Aquello de “soy tu padre y por lo tanto me debes obediencia”, son ideas y pensamientos decimonónicos, además de un pleno ejercicio de violencia.
Las condiciones ideales de familia son aquellas en las que se posibilita una humanización de la esencialidad de la persona. Y allí donde te sientes respetado, aceptado y reconocido tal y como eres, ese es tu espacio familiar y por lo tanto tu familia. El lugar donde no te condicionan, ese es tu espacio familiar por que en él el chantaje emocional jamás se producirá, debido a que todos crecen y se desarrollan desde la incondicional aceptación de la singularidad de cada persona. Se crece y crecemos.
La autentica familia, va mucho más allá de los lazos biológicos y jurídicos. Al menos en las familias en las que los lazos vinculares se establecen por otros medios y vías, sus miembros son más responsables y conscientes, debido a que los vínculos se establecen con otros parámetros y con otra mirada. Las elección libre y consciente, vincula mucho más que los lazos de sangre, pues en general la familia biológica nos suele venir dada y determinada, mientras que la familia emocional es elegida desde la libertad y con la experiencia consciente de a qué modalidades relacionales se aspiran. La confianza, la responsabilidad, el respeto y el amor en la nuevas modalidades familiares unen y vinculan más que los lazos de sangre. En la familia elegida, las responsabilidad por el bienestar recae en todos sus miembros. Además la vulnerabilidad, así como la acogida del ser, es posible y factible puesto que cada uno es reconocido y aceptado tal cual es. Aquí las relaciones tienden a ser de índole cualitativa, debido a que la competitividad por un momento o espacio carece de sentido, ya que todos son uno en una unidad colectiva e integrativa en la que cada ser crece y evoluciona desde la frecuencia afectiva del reconocimiento y desde la aceptación. Cuando se es, ya no se requiere ni se busca espacios o momentos para el subterfugio del reconocimiento. Sencillamente el ser se manifiesta porque el espacio de la intimidad y de la acogida ofrece seguridad.
La familia biológica y jurídica, ofrece una identidad social y un espacio reconocible, dentro del marco cultural imperante. No obstante, no esta muy claro, o al menos resulta más que dudoso que pueda ofrecer un vinculo y un soporte seguro de afectividad en el que los sentimientos puedan expresarse sin ser recriminado por ello. Nuestros cuerpos son la materialización de una psique/alma amorosa, que tras los latidos de la vida trata de expresarse y manifestarse en cada instante de esta intensa vida. El cariño condicionado por las historias restrictivas, amenazan dicho amor, poniéndolo en peligro a través de un querer condicionado y mediatizado por dichas historias restrictivas, en las que la coacción, el chantaje, la amenaza y el poder imperan. De hecho el romanticismo, suele ser una historia distorsionada del amor. Por ello, las personas creemos y nos enganchamos en el romanticismo y huimos del amor. Amar es una responsabilidad y un compromiso, mientras que el romanticismo es una ilusión, que mientras sueño es posible, pero en el instante en el que me despierto se desvanece. El romanticismo destruye porque parte del supuesto y de la idea de que el otro y otros me pertenecen, “sin ti no soy nada. El romanticismo suele ser la desesperación y el miedo a la “soledad”. Mientras que el amor lleva al compromiso y responsabilidad con y por los otros, desde la profunda conciencia de la mismidad de cada persona, y por ello nos vinculamos en la aceptación plena con los otros. Un nosotros en el que el yo de cada persona cobra y tiene autentico significado y sentido. El romanticismo es una adicción, mientras que el amor es un compromiso libre y responsable.
Es posible la familia fuera de la familia biológica, puesto que en ella nuestra vulnerabilidad se siente acogida y reconocida. Estamos en casa, nos encontramos en casa, nos resulta familiar.
Aquel adagio que dice “que une más una gota de sangre, que mil años de amistad”, es una falsedad categorizada como un dogma de fe, pero por ello no deja de ser una falsedad. En donde se encuentre el corazón amigo, allí se encuentra mi hogar. El lugar donde puedes desnudar tu alma, te resultará familiar, ahí se encuentra tu familia y tu hogar. Más que un lugar o un espacio, la familia es un fluido latido de vida con el que sientes toda la humanidad a través de todos los poros de tu piel. La familia, más que un concepto e idea, es un modo de vida con el que respiras y te conectas al impulso vital del ecosistema.
Cristino José Gómez Naranjo.
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