LIBRE ALBEDRÍO: REALIDAD O ILUSIÓN.





Las culturas del viejo continente han elaborado un eufemismo, tras el cual se esconde una imagen mental e hiperracionalizada, pero idílica sobre un concepto e idea muy atractiva y sugerente para el hombre. Dicha idea, no es otra que la del “libre albedrío”. Si nos atenemos a la realidad humana, tanto en sus aspectos biológicos como a su vez en los socio-culturales, uno se puede preguntar, ¿dónde se encuentra el libre albedrío? del que tanto se habla y del que a su vez se dice que caracteriza y diferencia al ser humano del resto de organismos. No será el libre albedrío, un tema socorrido tras el cual, la condición humana encubre y camufla la explotación, dominio y sumisión de una inmensa masa social por parte de la élite. ¿No será un espejismo? con el que la élite seduce a la masa social, para de ese modo tenerla al fin sometida. Similar a la soga de oro con la que al final nosotros mismos nos atamos. ¿No será un truco de clase social? Elaborado por la élite con la finalidad de que no percibamos el yugo al que nos someten. ¿No será que jugamos y por lo tanto nos relacionamos en los planos sociales, con las reglas de la élite?.

Nuestra humanidad a pesar de los destellos de lucidez con los que cuenta, muestra que nuestros cuerpos se encuentran determinados o al menos condicionados por el ADN contenido en los diversos genes que heredamos de nuestros antepasados familiares. Por otro lado, los diversos contextos culturales en los que hemos nacidos, más que liberarnos, nos han condicionado y determinado. Toda nuestra circuiteria cerebral, sinapsis, procesos de mielinización, hasta el desarrollo de la corteza frontal, depende de un sin fin de circunstancias en las que apenas la voluntad de cada uno de nosotros puede incidir y sobre todo decidir. Ni siquiera venir al mundo es una elección y decisión nuestra, tiende a ser algo en lo que otros previamente toman la decisión. Cada instante de humanidad se encuentra urdido en un avatar de complejidad en el que la voluntad y el deseo de la persona es lo menos influyente y probablemente lo menos decisivo de ese proceso de humanización. No obstante nos agarramos a la fantasía del libre albedrío.

Quizás el libre albedrío, no deja de ser más que una mera ilusión, tras la cual se oculta el descarnado capitalismo y el excesivo individualismo que demanda los vigentes escenarios socioculturales. Sea lo que sea, nos queda cierto romanticismo en relación al libre albedrío, y ello a pesar de saber y conocer la realidad humana presente. Tendemos a ser el reflejo de las paradojas, que como humanos hemos proyectado a través de nuestra historia evolutiva. Contando con la capacidad y la habilidad para narrar algo, lo cual implica poder contar con una estructura y relato peculiar, al mismo tiempo hacemos lo contrario a lo narrado y descrito, nos lleva al callejón sin salida de lo absurdo e incongruente, que conocemos como civilizaciones. Las evidencias, resaltan la obviedad de que nuestros contenidos y nuestros continentes, apenas si cuentan con unos mínimos de coherencia y de sentido común. Somos el animal más ilógico y contradictorio que existe sobre la faz de la tierra. Contamos con la rara habilidad de engañar y de engañarnos a nosotros mismos, y bajo esas circunstancias en lo humano, todo es posible, lo mismo y lo contrario a la vez.

Quizás, olvidamos que el comportamiento social de los mortales, y por momentos la conducta humana anómala suelen ser un embrollo difícil de poder explicar, y sobre todo de poder comprender. Una cuestión como el comportamiento humano, en el cual intervienen una infinidad de factores tales como, el ambiente prenatal, las hormonas, la química cerebral, las señales sensoriales, los genes, las experiencia tempranas, la evolución en sus diversos planos, tanto el biológico, así como el cultural y el contexto ecológico, no pueden ser abarcados y explicados exclusívamente por una mente lineal-racional. Somos cualquier cosa, menos racionales. Basta con una simple mirada a nuestra historia humana para poder comprender que la razón y la racionalidad, no es una de nuestras características o rasgo distintivo. Eso si, racionalizamos nuestros comportamientos asesinos y nuestras conductas más deplorables, bajo el epígrafe de supuestas ideas religiosas, o el cínico sentido del considerado “bien común”. Sea lo que lo que sea, lo que subyace en el inconsciente colectivo e individual humano, imponemos gratuitamente a los otros nuestra voluntad y criterio. Somos colonizadores de almas y espiritus, debido a que como colectividades nos movemos como peces en el agua bajo la inexpresividad de la masa. No buscamos y mucho menos deseamos las colectividades o los grupos. Buscamos masas, que bajo el palio de cualquier símbolo, llamado, bandera, patria, religión, etc, dirima en la ecuación “Nosotros-Ellos”. Ellos, que tienden a ser distintos y por lo tanto diferentes, los vivimos y sobre todo los sentimos con miedo y temor, y por ello los conocemos y reconocemos como “los sin nombres”. Calificamos a dichos humanos como: inmigrantes, negros, moros, pobres, apátridas, etc, muestra a la vez que indica, nuestra indiferencia y proceso de deshumanización para con ellos. No ponemos un rostro a los otros, los. observamos y contemplamos a través de categorías. Les robamos el alma con nuestras estrictas y rígidas jerarquías y clases.

No solo somos mente y ego, que realizan una interpretación reduccionista del genero humano. Abarcamos mucho más que la mente lógica-lineal con la que contemplamos y abordamos el mundo. La mente no se encuentra libre del cerebro que la crea. Y la mente como propiedad emergente, no puede librarse tanto del cuerpo como de las emociones que éste porta. En todo ser humano, su cuerpo, su cerebro, su corazón y su yo con el ego incorporado, forman e integran una nervadura compleja que no puede ni debe obviarse. Somos colonizadores de almas, dispuestos a convertir y reducir al ser humano a una ecuación egoica-racional. La fragmentación, mente-cuerpo, nos lleva a degradar o al menos no reconocer las fuertes incidencias e influencias del cuerpo en nuestro ser. Las sociedades con sus bagajes culturales, han elaborado concepciones en las que el cuerpo tiende a ser considerado como un demonio y un resquicio de toda la inmundicia de las personas. El cuerpo ha sido, literalmente machacado por la historia que los humanos hemos elaborado, y en la posmodernidad el cuerpo ha sido instrumentalizado a través del ejercicio físico y del deporte en pos de una estética corporal impuesta por los cánones elitistas.

Tendemos a concebir nuestra realidad en categorías separadas y compartimentadas (dicotomías), con lo cual procuramos centrarnos en los posibles límites de tales categorías, o cuerpo o mente, o corazón o cerebro, o individuo o grupo. De modo que perdemos el sentido de unidad y de holicidad del ecosistema en el que los humanos evolucionamos. Evitamos y huimos de la complejidad, debido a que nuestra mente se ha acostumbrado a una linealidad y a una secuencialidad que solamente existe en nuestras cabezas, o más bien en nuestras mentes. La complejidad nos asusta, debido a que muestra nuestras limitaciones, y la mente ni acepta y ni encaja sus limitaciones.

Vivimos en una realidad social que además de ser virtual, gira en torno a la racionalización. Gravitamos sobre la razón, sobre todo para distorsionar las experiencias vividas. Pero la vida trasciende la mera razón, puesto que ésta tiende a ser impredecible, ilógica, pasional, emocional y desbordante, y esto precisamente es lo que no acepta la racionalidad humana. Por ello, tenemos y mantenemos la caldera mental en un estado hiperactividad como forma y medio para controlar la apasionante vida. Somos una sombra de humanidad, que evita su propia humanidad, por medio de la actividad y compulsión mental. Creemos en las certezas y en la películas mentales que organizamos para evitar y esquivar el sentido profundo y el frenesí que la corriente vital de la misma vida nos ofrece.

Atamos y condicionamos el libre albedrío a través de normas y leyes que pretenden regular y predecir lo más noble de la humanidad: nuestra pasión por la vida. Nos sentimos seguros bajo la norma y el control, pagando un precio elevado por ello, viviendo en masas sociales que sufren el silencio del corazón coaccionado por encriptamientos sociales de ciega lealtad a la tiranía normativa de lo previsible y de la desafección emotiva que padecemos y sufrimos.

No resulta tan sencillo caminar en la dirección de las sociedades igualitarias, puesto que la igualdad social demanda una negociación compleja y constante en la que se requiere y es necesario revisar el poder, la avaricia y la explotación del humano. Por mucho que la historia humana haya sido condicionada y determinada por la acumulación de la riqueza y del poder, a su vez dicha historia humana se ha caracterizado por los movimientos populares que van en contra de ese poder y esa jerarquía. Cualquier humano que tenga la mínima oportunidad caminará hacia la justicia e igualdad, pues la sumisión no es algo natural e inherente al humano. No nos sometemos, al menos sin ofrecer resistencia. Por mucho que nos hagan creer, que siempre ha habido ricos y pobres, todos sabemos que esa narrativa humana es totalmente falsa. El poder relacional, no ha sido posible porque los usurpadores no se encuentran dispuestos a compartir el poder que nos han confiscado y expoliado, y principalmente al mismo tiempo, en el fondo de nuestros inconscientes nos hemos adherido a la narrativa del usurpador por el miedo que le tenemos a sus represalias en caso de que nos organizáramos para rebelarnos contra su fuerza y poder (el miedo).

Incluso la falacia del libre albedrío impuesta a través del neoliberalismo (capitalismo) y del excesívo consumo que nos ofrece una aparente libertad, condiciona y limita nuestro libre albedrío, ya que anestesia nuestras conciencias individuales y colectivas que permanecen atadas a la compulsión del consumo de un aparente bienestar sostenido en la máxima desigualdad e injusticia. No hay igualdad social en el proceso de acumulación de riqueza, por lo que el aparente libre albedrío es lo que es, una simple y mera apariencia, tras la cual la élite nos atan las manos y silencian nuestras aspiraciones y deseos de igualdad social.


Cristino José Gómez Naranjo.


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