iNOBLE HUMANIDAD.




A pesar de que la inmensa mayoría de los humanos, partimos de la idea hobbesiana de que “homo homini lupus”, de que el hombre es un lobo para el hombre, y que por lo tanto el Estado-Leviatan, debería de intervenir con su fuerza y su poder para poder limar esa naturaleza humana desalmada. Se entiende que el humano es perverso por naturaleza y que por ello el estado a través de la civilización debe intervenir en aras de que nuestros instintos sean encauzados y por lo tanto socializados. Aquí socializados, significa e implica, reprimir y contener. Por lo que nuestra naturaleza perversa debe ser socializada en pos de una paz y convivencia social plausible. Los instintos se perciben como negativos y por lo tanto el estado toma la decisión de controlarlos y de eliminarlos para de ese modo poder obtener la tan deseada paz social entre humanos. Es por lo que para orientar nuestra naturaleza de lobo, hemos de someter nuestra alma y cuerpo a un único soberano, el Leviatán, que suele ser el estado. Hemos de renunciar a la libertad en pos del supuesto bien común. El precio de la paz a cualquier coste, incluyendo la “guerra”. Por ellos muchos consideran y piensan que para obtener y garantizar la paz, lo mejor es poder tener un ejercito bien armado y fuerte (amenaza).

La historia ha tendido a crear y por lo tanto a colaborar con el falso mito de que nuestros antepasados cazadores-recolectores, eran unos ignorantes animales que se guiaban y por lo tanto se pautaban por sus instintos. Pero como casi todo mito, este también es falso. El cazador-recolector, pensaba y a la vez creaba. Su cosmovisión y por lo tanto su modo de vida (filosofía), era que el contexto o hábitat le proveería de todo. No necesitaba, ni buscaba dioses sacrificiales, como a posteriori el hombre civilizado creó e inventó. Por lo tanto su cosmogonía era radicalmente diferente a la del denominado hombre civilizado.

Es indudable que el mito del “salvaje” cazador-recolector ha sido una elaboración de la civilización cuyo objetivo es poder justificar los desmanes efectuados y realizados en pos de la misma civilización. La cultura ha realizado toda una serie de alegatos y de narrativas útiles e ilustres para preservar el status quo establecido, tras el derrocamiento y casi desaparición de los cazadores-recolectores. Éstos eran nómadas que se movían en amplios espacios en los que a su vez tenían y mantenían contactos con otras tribus de cazadores. No eran clanes cerrados, los intercambios y contactos eran mucho más de los descritos por la propia historia oficial. No cabe la menor duda de que eran sociales y comunitarios, en el sentido profundo y autentico del término compartir. Sus lideres se alejaban de la fanfarria de la ostentosidad y de la petulancia, y en el caso de que se inclinaran hacia esas aptitudes, la tribu no duda en destituirlos y en retirales la confianza. La humildad por encima de todo para guiar y orientar al clan. Se percibían y actuaban como un elemento más de la cadena o del árbol de la vida, generado, creado y establecido por el ecosistema.

Históricamente, se ha establecido como una especie de polaridad o dicotomía, entre la visión hobessiana en la que el hombre es malo por naturaleza, y la concepción rousseauniana de que el hombre es bueno por naturaleza. Según el impulso y transcurso ideológico, ha imperado una u otra cosmovisión. Lo que si resulta ser una evidencia histórica, es que hace unos diez mil años con el descubrimiento de la agricultura y de la invención de la propiedad privada y el asentamiento humano en lugares y poblaciones que a posteriori se conocerían como ciudades o villas, la cosmogonía colectiva humana dio un giro de 180 grados.

El giro copernicano dado por nuestra especie humana con el descubrimiento de la agricultura, nos separo definitivamente del cazador-recolector y de nuestros orígenes. El asentamiento territorial en zonas de humedales y de ríos para facilitar las labores agrarias, así como la domesticación de animales tanto para el uso de la actividad agrícola como para nuestro consumo, colaboró a la vez que facilitó un nuevo modelo y estructura organizativa entre los humanos. Entre ellas, la especialización y división del trabajo para de ese modo poder obtener el máximo de la agricultura como de los animales domesticados y explotados.

Las poblaciones humanas, paulatinamente fueron creciendo hasta alcanzar el rango de ciudades y aldeas. No solo optamos por la especialización del trabajo, sino que a su vez el liderazgo y creencias religiosas ofrecieron un giro de tal nivel que de algún modo se abrieron las puertas para la creación y el establecimiento de nuevas clases sociales, como por ejemplo las “castas”. El asentamiento de humanos y animales en lugares estratégicos, contribuyó a la generación de nuevos virus que provocaron enfermedades entre los humanos (la peste, etc) debido a la cercanía y convivencia de animales y humanos que facilitaba el trasvase de tales virus hacia las personas. El establecimiento de la agricultura-ganadería, comenzó a sentar las bases para una estructura organizativa humana centrada y dinamizada por los “excedentes” y la “acumulación”. Los años de buena cosecha, el exceso de producto se reservaba para cuando llegase los periodos de sequía. Con ello se gestó una clase social conocida como los burócratas o administradores, los cuales almacenaban y repartían en épocas de escasez. A su vez dichos administradores eran elegidos por el jefe o rey. Rey o Señor que se había consolidado en el poder a perpetuidad. Unido a la casta religiosa, crearon y establecieron otra categoría social conocida como “ejército”, con la cual infundían el terror y el miedo al resto de la población. El rey era la expresión de la voluntad divina en la tierra, y por lo tanto se armó y estructuró para que su poder fuera eterno y omnipotente y a la vez hereditario. Poco importaba que ello fuera inexacto y falso, pues de lo que se trataba era de que dicha casta conservara y preservara el poder y los privilegios con él asociados. Fueron por decirlo de algún modo, los estados iniciales e incipientes del “capitalismo”: excedentes, acumulación, apropiación indebida, propiedad privada, etc.

Aunque el comunitarismo interesado, creado y establecido durante el proceso de transición hacia la agricultura y la ganadería fue estableciendo diversos grados de desigualdades entre los humanos, no queda muy claro que el ser humano sea egoísta e insolidario y que exclusivamente nos movamos por nuestros intereses personales. La propia historia da muestras de que los humanos son esencialmente lo contrario al egoísmo y que la naturaleza depredadora del humano no resulta ni tan clara ni tan evidente como se nos ha pretendido hacer creer. Existen y se han dado episodios de humanidad y de solidaridad entre humanos. Baste por ejemplo observar la reacción de las personas en caso de catástrofes, como ante la adversidad las poblaciones muestran y reaccionan con solidaridad, y son las autoridades que orientadas por el pánico son las que provocan más desgracias. Tal vez por que el pánico de la élite es motivado por cómo ellos se perciben a sí mismo. Es decir como seres despiadados que proyectan dicha imagen hacia los demás, considerándolos de la misma naturaleza que ellos, es decir simples desalmados.

Tal vez la élite, tan solo pugna por mantener y conservar sus privilegios, para lo cual poco le importa crear y establecer todas unas fuerzas de seguridad que acuartelen y preserven sus botines. Tal vez, el resto de humanos, siendo mortales, seamos una combinación paradójica de luces y de sombras con esperanzas puestas en poder resolver nuestras contradicciones. O quizás en algún instante o momento de consciencia colectiva, podemos refutar el ideario implementado por la élite, en la confianza de transformar esta realidad social injusta y desigual.


Cristino José Gómez Naranjo.

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