COLONIZACIÓN DEL ALMA.





Resulta ser una cuestión más que controvertida la de la colonización del alma. El debate se encuentra motivado, porque que resulta bastante más que polémico y discutible la propia existencia del alma, o al menos, poder demostrar su presencia por medio de los métodos clásicos y conocidos, los cuales tienden a apoyarse en las leyes de la mecánica newtoniana, puesto que el alma en caso de existir, no cuenta con una materialidad formal, análoga o similiar a la de nuestros cerebros, o nuestras vísceras.

Su existencia se encuentra más bien en el plano de la consciencia (alma cuantica). Y consciencia, entendida como algo que trasciende y traspasa el mundo de lo racional cognitivo, y por lo tanto el ámbito de la materialidad. Pues consciencia y estados de consciencia, implican a la vez que supone mucho más que darse cuenta o percibir a través de la cognición. Es una percepción que va mucho más allá de la razón, procurando abarcar o bien tratando de poder intuir la unidad del ecosistema vida, y lo que ello conlleva a la vez que supone.

Quizás, el alma pueda ser el medio a través del cual, los humanos podríamos reflexionar y contemplar la conectividad existente entre la vida y todos los organismos que en ella nos hayamos.

Alma, que vislumbra y se plantea el sentido y el significado de la vida y de la existencia humana, y que por lo tanto va más allá de la bioquímica cerebral y de la organización estructural de nuestro cuerpo. El ánima o la psique, probablemente sea aquello que nos caracterice y fundamente como seres humanos. Aquello que nos hace y nos convierte en humanos, tiende a ser la reflexión sobre el sentido de la vida, ¿para qué vine a este mundo?, no es una reflexión o pensamiento baladí, y mucho menos una cuestión o asunto que otros seres y organismos se pregunten o consideren. Básicamente, somos los humanos los que procuramos buscar y dar un sentido y un significado a nuestras existencias. Tanto para lo bueno como para lo malo, tratamos de darle un valor y por lo tanto un sentido a nuestras vidas. Sentido, que bastantes veces, tal vez más de las deseables, se encuentra embotado y distorsionado por las diversas capas socioculturales que desfiguran la propia existencia del ser humano.

Nuestra existencia, y por lo tanto nuestros modos de vivir, ni deberían ser tan vanales y mucho menos tan triviales. A pesar de que el imperativo social y cultural, se esfuerza y empeña por orientarnos hacia el sendero del consumismo y de la productividad, bajo la bandera de un sistema de valores y de creencias sustentado en las distorsiones cognitivas y racionales que nos lleva a aferrarnos a un tipo de pensamiento mítico-religioso de indole mágica, en el que toda esperanza de vida es depositada en las manos de divinidades y de modelos socioeconómicos que nos someten a un calvario innecesario de entregas y esfuerzos, bajos los cuales tanto nuestro ser como a su vez el alma que tenemos, se encuentran y se sienten como si estuvieran en presidio. Constreñidos en una carcel repleta de barrotes, elaborados y diseñados por creencias religiosas y económicas que explotan nuestro ser, nuestras almas se consumen y se degradan. Dentro de la prisión social, nos alejamos de los principios vitales elementales y por lo tanto de nuestras almas. Nos aferramos a las cadenas, porque tememos asumir la responsabilidad de nuestro existir. De algún modo sabemos, que si optamos y decidimos escoger caminos diferentes a los sugeridos y establecidos por el imperativo cultural, seremos penalizados y castigados por tal elección. De hecho, la cultura, nos forma y nos prepara para exaltar la ignorancia y el desconocimiento, puesto que dentro de ella, resultamos ser dóciles y manejables. Por lo que todo principio reflexivo, que pueda elevar el alma hacia su plenitud y su total consciencia de sí misma, tiende a ser condenado por la cultura imperante. No se desea la libertad, sino el destello de la misma que como el reflejo de un espejo carece de memoria y que por lo tanto puede impostarse.

La fuerza de la costumbre cultural, nos conduce a un estilo de vida inadecuado, que nos lleva a una existencia vacía, la cual procuramos cubrir y suplir con la compulsividad consumista de la posesión, bien de objetos, o bien de sujetos a los que instrumentalizamos por medio de la proyección inconsciente de nuestras propias necesidades irresueltas y por lo tanto negedas. Pues la obra representada, así como el arte de la vida, se han centrado en una falsa e inadecuada manifestación de lo humano, en la que precísamente a lo humano, se le ha desvestido de su carácter eminentemente humano. Lo humano deja der ser humano, para tan solo entrar en el acto de la representación en la cual todo resulta ser falso. Dicha falsedad, tiende a ser tomada y considerada como la única verdad posible, y por ello nuestras almas y nuestros corazones sufren.

Una realidad humana repleta de chascarrillos, vulgariza nuestras existencias. Habituados al exabrupto y a la estupidez, engrandecemos la fanfarria de la vulgaridad, en detrimento de nuestra autentica y profunda esencialidad, nos hemos acostumbrado al regarte corto y a la portería grande, en la que todo tiene cabida y sentido, menos lo realmente profundo y valido, como bien puede ser un alma con talante y plenitud de dignidad dispuesta y predispuesta a desarrollar y explorar el valor de la vida, desde la mismidad que ilumina la otredad en la cual deberíamos convivir y desarrollarnos.

Bajo el hechizo de la bisuteria, nos hayamos ipnotizados por la necedad y la idiotez de lo superfluo. Aferrados a nuestros egos, nos incapacitamos para considerar y caminar en la dirección de la diversidad subjetiva que nos caracteriza a cada uno de nosotros. Confeccionados por el molde del desconocimiento y de la incultura, vivimos el plano de la inconsciencia como el único posible y soportable para nosotros. Evitamos la verdad, porque el encuentro con ésta nos conduce a a asumir nuestras responsabilidades y nuestra dignidad. Nos aferramos al trauma de la inmadurez emocional, para de ese modo poder proyectar sobre los otros, tanto nuestras expectativas como nuestros miedos. Exigimos y pedimos a los demás, lo que no somos capaces de ofrecer y de dar nosotros. Por medio de la magia burguesa, descargamos y proyectamos nuestras sombras en los otros, erigiéndonos al mismo tiempo en odiosos ángeles que apenas si tenemos compasión y consideración con los otros.

El ruido de la vulgaridad, nos aleja de nuestra esencialidad. Entramos en una dimensión de lo banal, viviendo en la insustancialidad y en la irrelevancia de lo nimio. El alma se adormece con los vapores de la intrascendencia, y mientras tanto el vivir se nos diluye entre las manos con los velos del apego y de la ilusión. Nuestra desesperada alma, procura revelarse contra la ignominia del oscurantismo establecido por el analfabetismo, pero las corrientes de la ignorancia suelen ser abundantes y atractivas, tanto como para que las almas se abneguen en dichas corrientes. El estruendo y el fragor creado y establecido a nuestro alrededor, nos desubica y por lo tanto nos desorienta acerca de lo fundamental y de lo esencial, que no es otra cosa que la conectividad con nuestra esencialidad.

Desapegados y desconectados de nuestra mismidad, entramos en el circulo de la compulsión y de la inseguridad como vía para cubrir y suplir tanto nuestros miedos como nuestras inseguridades. Establecidos y centrados en la externalización, apenas si consideramos y mucho menos contemplamos nuestra interioridad. Conectamos con nosotros y con los demás desde la superficialidad, y sobre todo desde la negación, tanto de nuestras emociones como de nuestros sentimientos. Compensamos y por lo tanto sustituimos nuestra vacio y soledad interna por la avidez compulsiva de que otros calmen y sacien nuestra soledad. Es decir tras nuestras proyecciones, ocultamos nuestra soledad, y tras nuestra soledad existencial, depredamos emocional y espiritualmente a los otros. El sentido de los otros y de sus otredades, se reduce y se limita a alimentar a mi ego.

La colonización de las almas, se origina en la aceptación de la impostación de lo sociocultural. Pues más allá o tal vez más acá de todo rol social, el devenir relacional de los humanos, debería converger en una encrucijada, en la que las diferentes almas contribuyen a establecer un espiritu colectivo dinamizado por un nosotros alejado de las disputas establecidas por los egos. Una ética centrada en la dignidad humana, no precisa ni necesita de egos, ni de artilugios y recursos que argumenten y justifiquen la dominación del sujeto. La ética, considera y contempla, la cultura domina y subyuga. Nuestra piel cultural, tal vez ha desnudado y vaciado nuestras almas, bloqueando el impulso vital de la esencialidad, trasformando o bien convirtiendo, o mejor dicho pervirtiendo la vitalidad humana para hacer de ella como una especie de instrumento manipulable, bajo el cual toda verdad esencial, se reduce a un simple producto de consumo, que establece en nuestros corazones y por lo tanto en nuestras almas una dependencia aditiva a las distorsiones afectivas con las que nos autocompadecemos.

Sin momentos para el desarrollo del ser, solo queda hastío y vacío, el cual cubrimos a la vez que suplantamos con psicodependencia emocional, que se traduce en nuestra constante y reiterativa compulsión por instrumentalizar a los otros. La inflación del ego, ciega nuestra mirada, incapacitándonos para considertar y reconocer a los otros tal cual son. Vaciados de nosotros mismos, eperamos y deseamos que otros colmen nuestras ansias y nuestros miedos, así como a su vez nuestras sombras.

El sentido, significado y el valor de la vida, no se encuentra en un sermón cargado con todo un sentido y valor religioso, ni tampoco en un discurso sobre el bien común, sobre todo cuando dicho bien común es dictado y prescrito por la élite. El sentido de la vida reside y consiste, en trazar y elaborar trayectorias humanas y humanistas en las que todo ser humano tiene un espacio y por lo tanto un lugar. Reconocer, es aceptar que mi mismidad, únicamente es posible y pausible en un marco en el cual observo y considero el rostro de los otros, pues sin alteridad, no es posible la mismidad.

Un alma colonizada, es un alma secuestrada y sometida por el imperio cultural, bajo el cual deja de ser ella misma, o sea se abandona a sí misma para a su vez entrar en el vacio existencial, bajo el cual todo aquello que se aproxime a ella será intrumentalizado, sometido y dominado. Un alma colonizada, suele ser un alma depredadora.


Cristino José Gómez Naranjo.

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