FAMILIA Y FAMILIARIDAD.
Si bien la idea de familia ha ido evolucionando con los tiempos, cierta idealización y mitologización de la misma continua persistiendo actualmente. No cabe la menor duda de que la familia, para cualquier persona resulta ser clave y fundamental, tanto en la configuración de su carácter, como en la estructuración de su propia vida. Es indudable, que sin familia o grupo referencial, no se puede vivir y mucho menos existir. Tanto si se decide permanecer en ella, o bien tomar distancia de la misma, las experiencias con ella vivida, permanecen tanto en el corazón como en la mente del sujeto. Ademas la propia naturaleza humana, ha considerado que para poder crecer y desarrollarnos, hemos de nacer y vivir en grupos reducidos, reconocidos o denominados como familias y familiares. El grupo familiar, junto con su psicohistoria, tienden a convertirse en la referencia y en la nervadura que permiten y facilitan la esencialidad de la persona. Si bien no determinan a la persona definitivamente, no deja de ser menos cierto, que el humano jamás olvidará sus experiencias del ámbito familiar.
La familia como sistema primario de socialización, resulta ser clave y fundamental a la hora de comprender al sujeto. Se le considera como el sistema primario, no solo porque resulta ser el primero, sino porque además dicha socialización de la persona, se apoya o bien debería apoyarse sobre la experiencia de la “biología del amor”. La familia tiende a ser como una especie de puerta, en la que las bisagras que la sostienen se confeccionan por medio del amor. Tanto la sujeción como la expresión del amor, capacitan a la vez que posibilitan al sujeto para ser humano. Sin amor, el sistema familiar puede ser cualquier cosa, menos una familia. La estructura de la naturaleza humana, tiende a ser atravesada por el afecto. Existimos como humanos, justamente porque somos afectados y afectamos a los demás. Sin la bisagra del cariño, la vida humana sería impensable, o bien resultaría difícil poder vivir. Y en caso de vivir, dicha vida humana se encontraría, colmada de conductas y comportamientos humanos marcados por los síntomas que tratan de compensar la ausencia, el vacio y las carencias afectivas. La ausencia de afecto en el proceso de crecimiento y de maduración humana, genera sujetos marcados y condicionados por la sombra que se manifiesta y expresa a través del inconsciente, pues es consustancial al ser humano, amar y ser amado.
No se trata, y mucho menos se insiste en el amor con rasgos y tintes romanticos, que tanto la cultura destaca y explota. Aqui, se entiende el amor como la capacidad de reconocer y aceptar al otro tal cual es, según su naturaleza y su esencialidad. Amar es ver el rostro del otro, sin proyectar en el o en ellos mis deseos y mis expectativas. Amar, conlleva un elevado grado de madurez por parte del sujeto, dado que esa consideración afectiva, debería ser la partitura tocada por todo los integrantes de la familia. Todo amor libre y profundo, se encuentra y sobre todo se siente libre del deseo y de la voluntad de proyectar en los otros mis sombras. Amar, es cuidar y proteger desde la otredad. Desprendidos de nuestros egos, acogemos al otro, porque en esa interacción cada uno es, y en ese cada ser, todos somos y nos realizamos humanamente.
El progenitor, si no cuida y ama al hijo, no es padre, pues en el acto de estar presente, ayuda y acompaña a su hijo sin por ello dejar de ser padre. Amar, es estimular al hijo a ser el mismo. La afectividad en el espacio familiar, es como la posada en la cual se descansa para reponer fuerzas y de ese modo poder continuar. Ninguna expresión afectiva familiar puede establecer cadenas y ataduras. Se ama, al padre, al hijo, al hermano, etc, para que puedan y sean ellos mismos. El amor que ata, no es amor, pero el amor que vincula, libera a cada sujeto porque éste brota desde el compromiso y por lo tanto desde la responsabilidad. Pues los vínculos unen en un marco cuyas reglas facilitan el desarrollo y por lo tanto el crecimiento de cada persona. Vinculos y crecimiento son compatibles, pero vínculos y ataduras además de paradójicos, tienden a establecer en el sistema eslabones y cadenas de sometimiento y poder que se conciben y tratan como la expresión del afecto, pero no dejan de ser lo que son: “huellas indelebles del desamor”.
Con una impronta social, claramente marcada y caracterizada por el sentido y por el sentimiento de propiedad y por lo tanto de apropiación, resulta más que difícil, por no decir imposíble que la expresión y la manifestación del amor en todos sus ordenes y rangos de alteridad, resulte posible y factible. Para ello, vale simplemente una muestra, expresiones que se encuentran a la orden del día, tales como: “mi hijo”, “mi padre”, “mi hermano”, “mi pareja”, etc, tienden a ser expresiones linguisticas con un claro sentido apropiativo de la afectividad. Bien podríamos decir, que son estilos y formas verbales nada más, pero hay que dejar claro, que debajo de todo estructura linguistica, existe un sustrato ideológico que la sostiene, y que por lo tanto el lenguaje nunca es neutro, más bien responde y obedece a dicha ideología, aunque sea de forma automática e inconsciente. Por lo tanto, no es de extrañar que la familia sea percibida y tratada como el coto privado, en el cual puedo ejercer y por lo tanto desarrollar mi tiranía emocional.
Más allá del bien y del mal, somos personas que nos desarrollamos y por lo tanto evolucionamos dentro de grupos humanos, y la familia resulta ser un grupo humano que se encuentra sujeta y sometida a las ideas y por lo tanto a la tiranía del estado, y que el estado tiende a ser una trama compleja de intereses en la que los políticos y gobernantes, tienden a cumplir, desarrollar y ejecutar los deseos e intereses ímplicitos de la élite que detecta el poder. La familia sirve al estado, y el estado sirve a los intereses de los selectos. Por lo que la vía para crear y por lo tanto establecer un sentido instrumenlista de las emociones se abre para no ser cerrada. La cultura, desea y crea a la vez que produce subjetividades instrumentalizadas en las que las emociones de las personas, se elaboran y tratan como si fueran un mercado de valores con un credito e intereses al alza del cual hay que obtener y lograr los máximos beneficios. Aqui, las emociones no se consideran sentimientos que se expresan y que en dicha expresión emocional, todos crecemos y todos nos humanizamos. Las emociones, son un rasgo humano que no pueden y no deben tratarse como si fueran una transacción económica en la que el beneficio es lo único que importa.
La familia humana, no debería edificarse sobre el préstamo de elevados intereses, puesto que éste nos llevaría al endeudamiento afectivo, debido a que en dicha dinámica relacional y emocional, lo único posible suele ser el establecimiento de nudos y de cadenas saturadas por el chantaje emocional. En nuestras sociedades, tanto la reificación como la cosificación, han supuesto y nos han orientado en la dirección de un proceso de deshumanización del sujeto, debido a que los roles ejercidos y desempeñados por las personas (padre, madre, hijos, etc), se les ha investido de una naturaleza cuasi-divina que supera y anula al sujeto que desarrolla dichos roles y funciones. De modo, que se tiende a creer a la vez que considerar que un padre es bueno por el mero hecho de ser padre. Poco o nada importa su propio proceso personal de humanización. El simple hecho de ser padre, ya lo convierte en un sujeto bondadoso. La familia debería ser un nicho de acogida en el que todo proceso ideológico de instrumentalización debería ser suprimido, pues de no ser así, la gran mayoría de sus integrantes sufrirán a la vez que padecerán trastorno emocionales. En las patologías afectivas, verdaderamente lo que subyace es una distorsión cognitiva e histórica bajo la cual, tanto las emociones como los sentimientos tienden a ser reprimidos a la vez que sustituidos por el imperativo cultural. Cuando se produjo el salto de comunidad a sociedad, comenzamos el proceso de cohibición emocional.
La familia como tal, trasciende tanto los lazos juridicos y legales como los consanguíneos, siendo o debiendo ser una comunidad de afectos en la que cada sujeto en y por sí mismo adquiere una dimensión humana que fuera del espacio familiar resultaría difícil por no decir imposíble. Es cuando la familia adquiere la dimensión de familiaridad gracias a la reciprocidad afectiva sentida entre todos y cada uno de los integrantes de la unidad. Sin familiaridad, los vínculos resultan dificil de poder sostener, y por ello los sujetos en ausencia de la familiaridad huyen y escapan con prontitud de la unidad familiar. No es noble ni ético, establecer marcos afectivos forzados, pues éstos por si mismos desnaturalizan el propio proceso familiar.
La familiaridad, por momentos apenas si guarda estrecha relación con la familia, dado que esta última alude a principios jurídicos y legales, además de consaguíneos, mientras que la familiaridad, tiene que ver más con los esfuerzos realizados por las personas para entrar en un marco de reciprocidad afectiva que la más de las veces, poco o nada se encuentra conectado y relacionado con los atributos jurídicos y biológicos del termino familia. Para muchos, abandonar o bien alejarse de su familia pueden ser tanto la opción como la posibilidad de crecimiento personal. Familias enquistadas en el trauma y en el dolor, poco o nada ayudan y facilitan al crecimiento y desarrollo del proceso de individuación de la persona. En tales espacios familiares, las relaciones y la convivencia tienden a ser un motivo de sufrimiento extenuante en el que el sujeto puede diluirse y por lo tanto perder sus autenticas señas de identidad.
Si bien, la familiaridad implica a la vez que presupone un acto de responsabilidad, pues por medio de ella nos esforzamos en trabar vínculos reales y auténticos con las demás personas, y por lo tanto en cierto modo se convierten en nuestra familia, la propia familia se puede convertir en una institución en la que la estructura psiquica y afectiva del sujeto puede quebrarse y doblegarse por medio de la lealtad y la demanda del chantaje emocional. La familiaridad requiere responsabilidad personal y colectiva, y por lo tanto nos demanda un compromiso, mientras que la familia en principio tan solo requiere vínculos legales, que a veces ni siquiera comprometen a los sujetos. La familiaridad se asume, mientras que la familia se impone. Tal vez, si abandonásemos la idealización acerca de la familia, quizás ésta pudiera revigorizarse emocionalmente. Es posible que la compañía obligada a la vez que forzada en el espacio familiar, nos conduzca a la soledad absoluta. Siendo así, resulta y es ético ir en busca de la familiaridad, aunque ello implique abandonar la propia familia.
Cristino José Gómez Naranjo.
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