SOBRE LA COMPLEJIDAD HUMANA.



Nuestro realidad humana, se encuentra excesívamente saturada por narrativas desprovistas y vaciadas de todo contenido humano profundo, que pueda conceder sentido, y que al mismo tiempo pueda ofrecer cierto significado y valor a nuestras anodinas existencias. Más bien, nuestros estilos de vida, se encuentran colmados por la intrascendencia, evanescencia y la superficialidad, logrando alcanzar límites que probablemente rayan en la vulgaridad y en la chabacanería. Nuestra realidad social y existencial, se encuentra impulsada y acelerada por el motor de la producción compulsiva, que nos conduce a un comportamiento de índole depredadora y fagocitadora. Son procederes por medio de los cuales procuramos calmar a la vez que serenar nuestras ansias de subsistencia. Viviendo en una selva humana en la que fundamentalmente prima el “sálvese quien pueda”, los automatismos depredatorios entre nosotros, logran alcanzar límites insospechados, de modo que inconscientemente normalizamos, y hasta aceptamos la destrucción de los otros, con tal de permanecer sobre nuestros pies.

Encontrándonos en un letargo bajo el cual, nuestras capacidades reflexivas, se descubren imposibilitadas para el normal ejercicio del pensamiento, merced a que nuestra capacidad adictiva hacia los productos que el mercado nos ofrece, anulan nuestro juicio, vivimos en un ensoñamiento en el que negamos a los otros. Vaciados y carenciados interiormente, nuestra compulsividad nos aleja de nuestra centralidad. La avidez por cubrir dicho vacio, nos lleva a realizar comportamientos caracterizados y marcados por el saqueo, el despojo y la rapiña. Poco o nada, cuestionamos nuestros comportamientos para con nuestros semejantes. Apenas, si nos damos cuenta de que nuestro egoismo suele ser la puerta de entrada con la que dañamos a los demás. Nuestra ceguera, lograr alcanzar grados y niveles, bajo los cuales, ni siquiera percibimos que hacemos daño a los otros. Normalizamos la indiferencia, bajo el paraguas de la amable sonrisa. Nos decantamos por una teatralidad humana representada pero que no es sentida. Tendemos a confundir, o más bien a identificar la dulce y melosa voz de la estima y del aprecio con el amor, cuando en el fondo resulta ser lo que es, un mero y simple halago que infla nuestros egos. Tendemos a alejarnos del afecto, del respeto y de la dignidad que merece la alteridad del otro u otros.

Marcados por la vacuidad de nuestras existencias, nos tragamos y consumimos toda la basura que las leyes reguladoras del mercado ponen a nuestra vista y a nuestro alcance. Aislados en torres de marfiles facilitadas por las nuevas tecnologías de la comunicación, vivimos en un mundo casi virtual, en el que el contacto y por lo tanto la humanización con los otros, tiende a ser estereotipada y por lo tanto no autentica y sentida. Lo virtual siendo real, no es autentico, viviendo en la era del big data, toda la información gira en torno al dataísmo, caracterizado por la ausencia de vulnerabilidad e intimidad. Nos convertimos en máquinas, que consumimos y producimos datos que nos deshumanizan. Tragamos pero no digerimos. Consumimos pero no pensamos. Nos vestimos pero a su vez nos sentimos y nos encontramos desnudos. Nos comunicamos pero nos sentimos solos. Globalizamos, la miseria y la pobreza a través de la sobreproducción de lo innecesario. En vez de vivir, sentir y de relacionarnos desde la profunda intimidad, nos conformamos con la algarabia de lo evanescente. En vez de liberarnos, nos encadenamos. En vez de amar, proyectamos. Vivimos en una constante y permanente ordalía, creando y estableciendo el sufrimiento como casi la única opción para poder vivir. Nuestra desesperada soledad, nos conduce a destruir aquello que buscamos cuando lo encontramos. Apenas, si somos capaces de poder diferenciar entre, amar y querer; en éste último se manifiesta a la vez que se expresa, el sufrimiento y el agónico calvario, tanto personal como cultural de posesion y dominio hacia los otros.

Reducimos y significamos el querer, con la pretensión y el deseo de que los otros cubran y cumplan con nuestras proyecciones y frustraciones. Buscamos a la vez que esperamos, que los otros puedan satisfacer y agradar los deseos de mis sombras. Encerrados sobre nuestra espiral egoica, ni siquiera nos percatamos de que proyectamos sobre los otros. En cierto modo, normalizamos la violencia que ejercemos sobre los otros, y la normalizamos cuando no los aceptamos y reconocemos tal y como son. Únicamente esperamos y ambicionamos a que los demás cumplan con nuestras expectatívas.

Con una interpretación sobre el mundo y por lo tanto sobre la realidad, caracterizada por la externalidad y la exterioridad, construimos un sendero humano, trazado por la nimiedades consumistas de la trivialidad que procura abnegar del profundo significado y sentido de vida al que los humanos estamos avocados. Siendo seres complejos, caracterizados por un hondo sentido comunitario, nos estamos perdiendo en la deriva del oligopolio consumista de la vulgaridad. Creando torres de aislamientos, nos hemos pertrechados en la indiferencia y en la insolidaridad para con los otros. Generando y estableciendo una dialectica de lo estéril, nos encerramos en nuestros egos con una aparente y lacónica sonrisa, a través de la cual, justificamos nuestra cínica insolidaridad para con los demás. En la era de la comunicación virtual, es cuando más solos y aislados nos encontramos. Más allá del espiritu gregario, apenas si nos atrevemos a dar un paso. Con la máscara de la indiferencia contemplamos a los demás con la autosuficiencia que congela toda posibilidad de humanización. Enclaustrados en el marco de los protocolos establecidos, nos imposibilitamos para considerar el alma de los otros.

Sobrecogidos por el miedo a la indiferencia, nos estremecemos con el tentador ruido del estruendo cultural, ofrecido por el aplauso y la alabanza fácil. Necesitados de amor y de afectos, logramos alcanzar las ciénagas de la impostura emocional, plagadas de fingimiento y de engaño. Evitamos, la amorosa verdad, para ir en pos de una dramaturgia falsa e hiriente que lacera nuestros corazones. Tal y como indicaba Edgar Morín “carecemos de una visión integral y multidimensional de la realidad experimentada y sentida”, en la que con un sistema, o mejor dicho con una visión compleja, podamos aceptar la “unidad global” en la que los dominios y rasgos, no puedan ni deban ser concebidos a partir de sus componentes e integrantes, lo cual implica cierta ambigüedad y por lo tanto cierto grado de contradicción en la vida, que como humanos deberíamos aceptar. Todo se encuentra relacionado con todo, y por lo tanto todo se encuentra vinculado y conectado con todo, inclusive la indiferencia que ejercemos y que practicamos como humanos. Ni tan siquiera nuestra impostura afectiva para con los demás, nos libera y nos libra de nuestras responsabilidades con el caos emocional que hemos establecido. Con conciencia o sin ella somos responsables de la iatrogenia emocional establecida. Nuestros comportamientos, así como a su vez la proyección inconsciente que los impulsa, no nos exime de la responsabilidad por todo aquello que hacemos. No hay energía inconsciente que me permita vivir durante toda mi existencia en la mentira y en el engaño permanente. Pues en nuestra dialectica existencial con la vida, esta tarde o temprano, nos pone en el lugar que nos corresponde. Tiende, más bien a ser en otro plano y en otro nivel en el que cada unos de nosotros opta por autoengañarse, dicho plano en el cual procuramos e intentamos desplegarnos, sería el de la introspección personal, que nos conectaría con nuestra unidad del ser y del sentir. Evitamos ser para actuar desde el no ser. Nos caracterizamos por negarnos a nosotros mismos, de ahí, la inevitable opción de proyectar sobre los demás.

Tiende a convertirse en un hecho, el que nuestras experiencias, debido a nuestra disposición que es mental, lineal, y secuencial, apenas si puedan ser capaces de captar dicha complejidad. Nos aterra la inmensa vastedad del universo, porque dicha inmensidad nos evoca a la vez que nos recuerda nuestra propia pequeñez, y ello nos hace sentirnos minúsculos y por lo tanto insignificantes. Es por ello por lo que buscamos la lógica secuencial y explicativa de nuestras mentes, pero tanto en el fondo como en nuestras superficies, todos sabemos que ello es un ardid y un truco con el cual procuramos esquivar la profundad verdad de la vida.

Nos aterra nuestro sentido de insignificancia, porque tal sentimiento nos recuerda nuestra propia efímera existencia. Por ello acudimos a la artificialidad y a la arbitrariedad de la secuencialización y de la linealidad del tiempo y de nuestras existencias en dicho tiempo. Es como un recurso mental por medio del cual calmamos nuestra angustia ante la vastedad del universo. Nuestra mente sabe que por si misma, no puede abarcar y alcanzar la complejidad del universo y de la vida en el ensamblada, y por ello mentalmente fragmentamos, tanto la vida como las experiencias en ella vividas y sentidas. Nuestras mentes, han desarrollado la habilidad del control, pero no la capacidad de sentir y por lo tanto de emocionarnos. Evitamos toda voluntad intuitiva, dado que en la corazonada instintiva se encuentrar el palpitar de la existencia. La mente procura buscar lo aparentemente seguro y previsible, pero lo cierto es que la vida es de todo, menos segura y previsible. Buscamos certezas, no obstante todos sabemos que las certezas no existen.

La complejidad humana, se pierde y se diluye, bajo el epígrafe de “comunidades imaginadas”, que tiende a ser comunidades limitadas de personas que no se conocen entre ellas, pero que no obstante, suelen compartir un sentido de pertenencia, centrado y basado en una idea o noción de identidad. En tales comunidades, tanto la simbolización, así como a su vez la significación, tienden a dibujarse sobre una frontera caracterizada y marcada por la ambigüedad y la ambivalencia que provoca a la vez que favorece evidentes tintes supremacistas y androcéntricos. Ejemplos y expresiones que expresan y manifiestan dicha ambigüedad relacional humana son: “ el hombre cuenta con una inteligencia superior”, “hemos venido al mundo para cumplir y realizar el plan divino”, “nosotros los cristianos somos….”, “Con los emigrantes, aumenta el paro, la violencia y por lo tanto la inseguridad ciudadana”, “ La economia, es una regulación y reajuste del mercado”, expresiones de este tipo, borran y niegan de un plumazo, toda diversidad y complejidad humana. Complejidad humana en la que la mente y los intereses de clase entran en juego.

Presionados por los mantras sociales, entramos en una ceguera tanto relacional como emocional, bajo la cual respiramos el dióxido de carbono que emiten nuestras propias distocias sociales. Creamos y establecemos el mal que navega por esta realidad humana, y además de establecerlo e idearlo, culpamos y responsabilizamos de dicho mal a otros. Especializados en la asimetría de poder, tratamos de subyugar y dominar a los cercanos y allegados, con la finalidad y el objetivo de que ellos asuman y se responsabilicen del daño y del mal por nosotros creado y establecido. Siempre habrá algún dios vengador al cual ofrecer el sacrificio.

Eludiendo y evitando la complejidad humana y de los humanos, hemos entrado en un bucle iatrogénico claramente marcado por nuestra estupidez y nuestra sinrazón. Total y plenamente alejados de la unidad complementaria del universo, hemos entrado en la vulgaridad del dualimo, buenos-malos, que tanto caracteriza nuestro comportamiento ombliguista. Pues todo en el cosmo, se haya interconectado a pesar de que no podamos verlo o comprenderlo. El universo responde a las pautas y tambien a la incertidumbre. Nosotros solo respondemos a nuestros egos, simplificando aquello que no se puede simplificar, la complejidad. Negamos lo evidente, obvio y sutil, para construir y elaborar los artificial y lo vacuo.


Cristino José Gómez Naranjo.

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