BREVES REFLEXIONES SOBRE PSICÓLOGOS Y PSICOLOGICISMOS.
La psicología y los psicólogos, deberíamos considerar, que tanto nuestras orientaciones, como a su vez nuestras directrices y especificaciones, tendrían que estar inbuidas por un marcado y claro caracter terapéutico, que se oriente y que se guie por el sentido del bienestar del sujeto y de la comunidad a la que atienden y escuchan, que en definitiva es la que nos solicita ayuda y acompañamiento. Tendríamos que decir, o por lo menos indicar que dicho bienestar, debería ser tenido en cuenta desde la óptica y desde la mirada con las que el sujeto y su sistema contemplan el mundo, es decir desde su cosmovisión. Si no alcanzamos a entrar en su visión del mundo, la unidad familiar, nos dará la espalda por la sencilla razón de que en ese proceso de encuentro, nosotros no los hemos reconocidos y mucho menos aceptado tal y como se comportan. Pues nadie entra en una relación y se expone, si no es reconocido tal y como es.
Toda relación, y la terapeutica no es ninguna excepción, debe dinamizarse sobre el principio de la alteridad y no desde la proyección. En la psicoterapia, convergen tanto, el tiempo como a su vez el espacio de la consideración y de la modestia por parte de los psicólogos. La terapia es el arte del ser y del estar sin juzgar. En el sendero de la psicoterapia, está de más la arrogancia del conocimiento cientifico que anula e imposibilita a las personas, pues dicha arrogancia resulta humillante y ultrajante para con las personas que acuden al contexto y al espacio terapéutico. El conocimiento no es garantia de humildad, mientras que la modestia, es la mano con la que se orientan los sabios. No podemos dudar de que el espacio terapéutico son instantes y momentos de sabiduría en los que la hipertrofia teórica sobra.
Nuestras gafas de psicólogos, nos llevan a psicologizar y por momentos a dogmatizar, que todo aquello que observamos a traves de nuestra teoría, es lo que realmente le sucede al sujeto. Ponemos el mapa por encima de los hechos que las personas sienten y experimentan. Con nuestra tendencia a aplicar el modelo y la teoría que le subyace, obviamos a las personas. Nuestra mente psicologicista y nuestros psicologicismos reducen al ser humano a un mero objeto que sufre y padece algún tipo de trastornos y de alteraciones. En cierto sentido, forzamos y obligamos a que el sujeto y su sistema entren por el corsé de nuestro paradigmático modelo. Atrincherados con un modelo cuya epistemología tiende a ser reduccionista obviamos a las personas. Verdaderamente el conocimiento existe para vincular y conectar a las personas, y si no es así, resulta ser cualquier cosa menos conocimiento, pues en la sabiduría del conocimiento, reside tanto la humildad como la mirada del ser humano que considera al otro como su semejante. La altaneria de presumir sobre nuestro conocimiento cientifico está de más, ya que tal actitud se convierte en un acto de pura soberbia por nuestra parte. Una actitud jactanciosa y petulante que ni sirve y mucho menos ayuda a quienes solicitan nuestra ayuda.
Podemos entender por psicologicismo como tal, aquella tendencia en la que predomina el hábito y la costumbre por medio de la cual interprertamos todo lo que le ocurre al humano en clave psicológica, obviando el resto de circunstancias, condiciones y contextos en los que el sujeto se desenvuelve y evoluciona. Afectos, emociones, sentimientos, relaciones, etc, son observadas y tratadas desde la míriada del psicologicismo, que no deja de ser más que un mero reduccionismo acerca de la concepción sobre los humanos.
Las tendencias a categorizar la inmensa mayoría de las experiencias del ser humano en el plano o en el nivel del psiquismo, no deja de ser un sesgo que desvirtua la autentica y profunda naturaleza del ser humano. Previamente, hemos de ver qué entendemos por psiquismo en el humano, que para muchos, o al menos para la inmensa mayoría, el psiquismo suele ser la actividad cerebral producida y elaborada por la propiedad emergente del cerebro que se conoce con el sobrenombre de “mente”. Para demasiadas personas, el psiquismo se reduce a la vez que se limita sencillamente a una cuestión cerebral; incluso para muchos psicólogos, la psicología se reduce al simple estudio de los pensamientos del hombre. Sin negar la importancia del constructo del psiquismo, resulta más que evidente que dicho psiquismo se fragua en el contexto social en el que emerge el sujeto con todo un marco relacional primario, educativo y laboral que condiciona el proceso y la actividad mental del sujeto. Es más, dicho psiquismo emerge en el binomio relacional, sociedad-sujeto, en el que la mente, tiende a a ser la bisagra que une al sujeto con la cultura en la que nace. El psiquismo del sujeto no emerge de la nada, o de un interior oscuro y vacio de la persona, que de repente se llena o cubre como una especie de vacio humano.
La psique, es el resultado de un proceso evolutivo e interrelacional de sujeto y cultura, en la que entra una inmensa variabilidad de variables, madurativas biologicas y sociales del sujeto y de la cultura en la que éste emerge. Si no adquirimos una mirada y una visión etnopsicológica sobre los asuntos humanos, nos quedaremos en el mero trámite del psicologicismo. En una vía estrecha en la que todo responde y obedece exclusiva y básicamente a la mente del sujeto. Responsabilizar exclusívamnte a la mente del sujeto sobre sus disfunciones psíquicas, conlleva irremediablemente a culparlo a el de su situación. No solo lo culpamos, sino que además faltamos a la verdad, ya que toda persona es y se hace dentro de un contexto y marco social y cultural. Inevitablemente, los humanos somos seres colectivos, vivimos de la colectividad y además buscamos la colectividad. Por lo tanto, responsabilizar exclusívamente a la mente de la persona, es una irreverencia y un acto de irresponsabilidad por nuestra parte, ademas de una actitud profesional exclusívamente psicologicista.
Tanto nosotros como nuestra psicología, pueden conducir al ser humano a la debacle ética acerca de su propia naturaleza. Cuando nos obcecamos, quedamos y permanecemos obnubilados y atrapados por el modelo teòrico de referencia, es más que probable que podamos ejercer y realizar un daño y un sufrimiento imnecesario a las personas, apelando y basandonos en el modelo y su marco teórico. Bajo la máscara del supuesto conocimiento, nos ensañamos con el sufrimiento del paciente, si este no obedece y sigue nuestras prescipciones. Procuramos e intentamos que las personas nos obedezcan y nos sigan. No exploramos y caminamos junta a ellas, les demandamos y les exigimos que nos obedezcan. Nos encargamos en decirles qué tienen y qué deben hacer. Evitamos y esquivamos, tanto el riesgo como la aventura de entrar en sus vidas y en sus realidades subjetivas, es decir nos mantenemos al margen a través de las prescripciones que les damos.
Con la bíblia psicológica y con los psicologicismos que ésta recopila, coartamos y coaccionamos todo sentido de esperanza en ellos mismos. Con nuestra teorizada obsesión, mecanizamos su sentido de vida y por lo tanto los abnegamos y los avocamos a un sufrir sin sentido. De algún modo y en cierto sentido, los dejamos sin esperanzas. Pertrechados con nuestras teorías y nuestros modelos, creamos y establecemos una armadura que nos proteje y nos aleja de las personas. Obviamos a la vez que negamos, que tanto nuestras teorías, como a su vez los modelos que las sustentan, obedecen y responden a un sustrato ideológico producido por la cultura de la sociedad. La psicologia y sus modelos como todo, responden a un sustrato ideológico que genera y crea, y al mismo tiempo colabora con las subjetividades que se van estableciendo dentro del contexto y marco social. Nosotros, no nos encontramos exentos y mucho menos libre de las cadenas que la sociedad construye para atar y dominar a las personas. Sin alma crítica y pensamiento libre, tiende a ser muy complejo y difícil poder ser y poder desarrollar tanto una psicoterapia como una psicología que respete la dignidad del ser humano.
Bajo el epígrafe del modelo, soslayamos toda la riqueza de la diversidad humana para con el vademecum, diagnosticar, uniformar y por lo tanto eliminar toda singularidad y peculiaridad diferenciadora entre personas. Etiquetamos y clasificamos a las personas en compartimentos estancos, basándonos en la observación y descripción externa de sus conductas. Alienamos a las personas porque las descontextualizamos del medio social en el que se desarrollan y evolucionan. Como profesionales de la psicología, tenemos el hábito de estandarizar a las personas. Buscamos y hasta logramos etiquetar a las personas, sin ser apenas conscientes de dicho proceso. Eliminamos las singularidades humanas para contribuir al gregarismo existente que anula y silencia toda conducta reivindicativa y existencial, necesaria y precisa para poder vivir con dignidad.
Es más que probable que por momentos, olvidemos el arte de la psicología y por lo tanto de los psicólogos, que no es otro que el de poder desarrollar la capacidad y el sentido de estar y permanecer junto a las personas que nos demandan ayuda para dar sentido y significado, tanto a sus vidas como a sus existencias. El sentido de la vida, a cada sujeto le corresponde descubrir el suyo, nuestro mérito, si es que hay alguno, se limita a ser como una especie de neurona espejo en la que cada ser humano que nos pide ayuda pueda reflejarse. La vida se vive, no se teoriza ni se racionaliza, y para ello, los psicólogos con nuestros modelos y teorías hemos de ser congruentes con el principio vital, que no es otro que aquel que postula que toda vida es digna y por lo tanto merece ser vivida y dignificada.
La ética de los psicólogos, se sustenta en la posibilidad de poder establecer y crear un marco de otredad durante el encuentro terapeutico, en el que todas las miradas y todas las posibilidades, puedan hacerse posibles para que las personas puedan permitirse y por lo tanto confrontarse con las ataduras que les llevan a permanecer vinculados al sufrimiento. Dicha ética, debería motivarnos para poder trascender la corta mirada de nuestro psicologicismo teórico, bien venciendo, o bien acompañandonos de nuestras resistencias para entrar en el mundo y en el código relacional y de reglas de las personas que acuden a nosotros. Para poder estar, hay que ser, y para poder ser debemos sentirnos sin acritud, pues el camino de la psicología no es realizado, ni se encuentra dictaminado por las teorías, sino por humanos que se encuentran entre humanos.
Tanto la psicología como a su vez los psicólogos, no podemos y ni deberíamos entrar en la veneración cuasi-religiosa de que salvamos y ayudamos a las personas. No somos dioses, ni tan siquiera poseemos dones especiales Es más la humanidad, podría continuar avanzando sin nuestra presencia y sin nuestras teorías psicológicas. No somos ángeles ni arcángeles caidos del cielo que venimos a salvar a los hombres. Nuestra disciplina, considerada como un área humana que se sustenta en el método cientifico, debería trascender la vieja y obsoleta idea del rigor cientifico que ata las alas del espiritu humano, para ir en pos de lo único real, autentico e importante, que no es otra cosa que la fuerza vital, que colectiva e individualmente nos impulsa y nos lleva a vivir con intensidad y pasión la existencia que nos corresponde. Son las ciencias y sus ámbitos disciplinarios los que deben aproximarse a la vida y comprenderla, y no la vida acercarse y por lo tanto ajustarse a las ciencias. No deberíamos caer en el reduccionismo psicologicista de que la psicología, es una ciencia que con su metodo (el cientifico) ayuda a los humanos a salir de sus disfunciones. Tal argumento, no deja de ser lo que es, un mero y simple sofismo.
Más allá del bien y del mal, la psicoterapia, tiende a ser un arte cientifico, que tiene y comprende, mucho más de arte que de ciencia, pues todo conocimiento y saber humano que no nos conmociona e impresiona humanamente, deja de ser arte y se convierte en tecno-ciencia que objetiviza e intrumentaliza al ser humano. La psicologia nació para liberar el alma de los seres humanos, para que de ese modo pudiéramos convivir con plenitud y plena responsabilidad nuestras vidas. Por lo tanto, no encerremos el espiritu en la jaula de oro, pues los barrotes psicologicistas nos llevan a unos estilos y modos de vidas esclavizados, en los que la libertad resulta ser una mera quimera e ilusión. El arte de acompañar, que es una mera aptitud terapéutica, reside en asumir la responsabilidad humana y profesional por permanecer al lado de quien o de quienes desean y aspiran a transformar su humanidad y su sentido de vida.
Cristino José Gómez Naranjo.
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