ESTADO NACIÓN Y FAMILIA.
A partir del siglo XX, con el desarrollo de la vigente tecnología científica y fundamentalmente con la expansión de las recientes tecnologías de la comunicación, el estado ha logrado incidir a la vez que afectar, el sentido y el significado esencial que la familia tenía para el sujeto. Resulta evidente que la administración gubernamental, ha logrado ejercer y desarrollar un poder sobre la familia, confeccionando los hogares en base a sus intereses y deseos. Por lo tanto, la función clave y esencialmente afectiva que la unidad familiar proporcionaba y ofrecía al sujeto, ha sido reemplazada por el subterfugio de instrumentalizar a las personas a través de la planificación concienzuda de la productividad y del rendimiento, para que de ese modo pudieramos permanecer sometidos a los criterios impuestos por el estado. Tal eficiencia, la logra alcanzar el estado por medio de los planes y sistemas educativos que acierta a implementar en el organigrama educativo de la nación. El estado, puede poner en funcionamiento la cosmovisión e ideario elitista, sirviéndose de los sistemas y de los diversos planes educativos. Las orientaciones de la nación, tienden a seguir a la vez quer a responder a la voluntad de la casta elitista.
Es una realidad tangible y constatable, la de que el estado ha conseguido imponer a las unidades familiares, sus creencias y estilos de subjetivización de individuos. El estado ha instaurado un autentico oxímoron, al establecer la categoría de “ciudadanía”. Decretándose la noción de ciudadano, el sentido comuninatario de las personas se fue diluyendo gradualmente en dicha ciudadanía, y el estado por medio de la regulación y de la legislación, se fue apropiando tanto de las familias como de las personas que las integran. En cierto modo, tanto el estado como la élite que lo refrenda, diseñaban y dictaminaban las normas y las reglas por las cuales los sistemas familiares tendrían que regularse.
La descripción del estado como unidad de destino a través de una historia y valores comunes, impulsó y motivó a establecer límites a las tierras y a los océanos. Unidad de destino, creada y establecida por la élite pensante y dominante. Se estableció un todo (nación, pais), al cual sus diversas partes deberían integrarse por medio del sometimiento a la ley de los fuertes, poderosos y dominantes. Los estados, establecieron como mínimo dos categorías de ciudadanos: los dominadores y los dominados y por lo tanto toda la estructura estatal giraba en torno a esta sutil dicotomía. Los estados han anulado el proceso de individuación de las diversas etnias que lo integran. El estado ejerce y desarrolla un poder central al cual nunca va a renunciar, y del cual la familia y las personas que la integran tampoco pueden escapar, salvo que un proceso especial y extraordinario nos conduzca a un desarrollo y toma de conciencia que haga extremecer la dictura relacional y emocional creada por las naciones. Sin un despertar colectivo, resultará imposible el surgimiento del discernimiento.
La constitución de las naciones-estados, facilitó el giro orientativo de la familia en la dirección de un instrumentalisto, bajo el cual toda dinámica expresiva y emotiva tendía a ser reprimida. Contener y por lo tanto someter los estados emocionales y la expresión de sentimientos, tiende a cosificar a la vez que considerar y tratar a los humanos como si fueran objetos. Por lo tanto el problema de los objetos y de la objetivización humana, es que se les utiliza y emplea sin considerar y por lo tanto contemplar sus estados psíquicos y emocionales. El sentido básico y primario de la familia, que no es otro que el del afecto y el de sentirse amado, se diluye en una retahila y en una letanía en la que los humanos nos desesperanzamos al sentirnos y encontrarnos forzados por la moral de la obligación. De modo que nos encontramos y sobre todo nos sentimos forzados a obedecer a nuestros padres, tambien a quererlos y por qué no a serles leales también. Poco, o nada importa sus conductas y sus comportamientos para con cada uno de nosotros, ya que el imperativo legal y cultural, ordena que los obedezcamos y los amemos por el simple hecho de ser nuestros padres. El estado, nos instala en una ordalía, dificil de superar e imposible de poder integrar. Honrar a nuestros padres, suele ser el legado que los estados y sus leyes nos impone, porque el pater familia significa y representa la autoridad estatal en el espacio familiar.
Muy poco, o casi nada importa, que la familia pierda su sentido afectivo, pues éste puede ser sustituido por el contravalor del chantaje emocional. La familia, como emergente de la nación o país en el cual surge, no solo adquiere los convencionalismos y tabúes del estado, sino que a su vez por adquirirlos, entra en una dinámica perversa de crueldad y de maldad, por medio de la cual puede arruinar y aniquilar las almas de las personas. Si no, qué son, las familias habituadas a las transacciones violentas en las que predominan, el maltrato, el incesto, etc. O las familias, curtidas en los intercambios depresívos o psicóticos, que atrapan y enredan a sus integrantes en relaciones endiabladamente confusas, dañidas y patologizantes. De ahí, el refran de “quien bien te quiere te hará sufrir”. Las personas somos proclives a confundir, o bien a equiparar, amor y posesión, y por lo tanto, tendemos a considerar que las personas nos pertenecen, es decir somos sus dueños, de algún modo, nos convertimos en propietarios de seres humanos. Expresiones del tipo: mi hijo, mi esposa, mi hermano, mi madre, etc, son el fiel reflejo de lo que la sociedad entiende por amor. Un amor que se incentiva y estimula desde y con el sentido de propiedad privada: “ es mío y por lo tanto soy su dueño.
Dentro del marco de la apropiación y de la dominación de los otros, es coherente que se active a la vez que se fomente toda una estrategia con la que se normalice y se naturalice el desarrollo de la violencia como modalidad vincular entre sujetos humanos. Si soy capaz de sentir el amor como poder y dominio, cobra y adquiere sentido que subyuge a los otros a través de la seducción del chantaje afectivo. Tal vez, el chantaje emocional no sea un recurso ideal y deseable para establecer vínculos entre humanos, pero lo que si es cierto, es que tiende a ser una fuente que garantiza la lealtad y la permanencia dentro del grupo familiar. Que dicha lealtad, se logre alcanzar por miedo al terror afectivo, nada importa. Hemos de honrar a nuestro padre y a nuestra madre por encima de todo. Hemos de sufrir, padecer y delirar por el amor de nuestros padres, que en el sendero coevolutivo de dicho amor, nos despersonalicemos suele ser el precio que tenemos que pagar. Que nuestras psiques y nuestras almas se desgarren y entren en el bucle del desamor, suele ser la factura que pagamos por unas migajas de afecto parental. Además, tienden a ser sobras que se nos ofrece con cierto sabor envenenado, pues el amor desde la posesión, no es amor, más bien es sumisión y entrega que mata y adormece nuestras almas y nuestros corazones. Es la prueba de fuego por la cual, tanto nuestras familias como el estado nos obliga y nos fuerza atravesar.
La tendencia generalizada del estado por normalizar la violencia, conlleva a que la incorporemos a nuestro patrón comportamental y por lo tanto a que la interioricemos y aceptemos, Para que dicho proceso de integracción y de aceptación de la violencia pueda llevarse a cabo, es preciso a la vez que necesario, que el propio estado desarrolle y por lo tanto aplique la estrategia de la banalización de la violencia. El estado, trivializa toda una serie de actitudes, frivolizando y minimizando, a través de una socialización sutil y encubierta que se manifiesta y expresa por medio de frases y de constructos que alentan y sostienen conductas y comportamientos con claros tintes violentos. Expresiones del tipo: “el negro”, “el inmigrante”, “sudaca”, “mariquita, “el pobre”, etc, muestran a las claras las expectativas de los sujetos que integran dicho estado o nación. La voluntad estatal por normalizar, regularizar y homogeneizar, ha quebrado el orden de la diversidad humana, en pos de una dictadura que ha establecido y creado una masa humana con claros y evidentes tintes de comportarse como un rebaño. Tanto la sumisión al estado, como a su vez a la familia, no solo anula el espiritu crítico del sujeto, sino que a su vez nos introduce en el oscuro tunel de la oscuridad y de la inconsciencia con la que herimos y dañamos a los demás. Un alma herida, sea madre o padre, tiende a ser un firme candidato para extender y continuar con las cadenas del maltrato. Haremos, lo que nos han hecho, por la sencilla razón de que no sabemos y no podemos hacer otra cosa.
Un alma, que ha sido maltratada y violentada, tiende a ser un alma humillada y dócil que se diluye en la amalga de la multitud, pero que por ello no deja de sufrir y de padecer, y que por lo tanto dicho dolor, lo transmitirá y lo reproducirá en las siguientes generaciones de humanos. La depredación por la depredación, no es el estado natural del ser humano, más bien es la muestra y el resultado de nuestra desesperación. Por lo tanto el cuarto mandamiento “honrarás a tu padre y a tu madre”, ha de ser cuestionado en toda su profundidad, principalmente, cuando la dignidad de cada ser humano que integra y compone la familia corre peligro.
Es hora de cuestionar a la familia como contexto y espacio seguro, en el que niños y niñas crecen y se desarrollan con amor. Bastante más de la mitad del maltrato a niños y niñas suele ser ejercido en el ámbito intrafamiliar, espacio en el cual se les debería proteger y amar. La violencia a la infancia, tiende a ser ejercida por aquellos adultos que mantienen un vínculo emocional con esos niños. De repente el amor se transforma en violencia. Además, no cabe duda, de que tanto la formación, así como la estructuras de las dinámica familiares, van a depender en gran medida de las diversas psicohistorias vividas y sentidas por cada sujeto que integra y forma la familia. Ello conlleva a la vez que significa que el trauma, bien reelaborado y abordado, o bien el trauma negado y distorsionado y consecuentemente proyectado permanezca en la unidad familiar. La idealización del sistema familiar, conduce a la negación y por lo tanto al rechazo del dolor y del sufrimiento personal (trauma) experimentado, y ello en sí mismo, resulta ser el garante de que el desamor permanezca por generaciones en tales familias. La responsabilidad por asumir el dolor y el sufrimiento recibido, conlleva a la transformación y por lo tanto a la regeneración del sistema familiar.
La locura del amor, no puede ni debe exonerar las responsabilidades de quienes golpean, chantajean, humillan y vejan. El amor de un padre, no reside y mucho menos consiste, en el ejercicio y en la ostentanción de un poder humillante que mina la otredad y la esencialidad del alma de su hijo. Ser para poder estar, cuando el hijo o hija, precise y necesite. La parentalidad, no consiste ni reside en las necesidades y deseos proyectivos de los padres, sino más bien en considerar y contemplar las necesidades evolutivas de los hijos.
Cristino José Gómez Naranjo.
Comentarios
Publicar un comentario