¿POR QUÉ SOMOS COMO SOMOS?.


Nuestra naturaleza humana resulta ser insólitamente asombrosa, a la vez que fascinante. Como humanos, contamos con la capacidad y la voluntad para implicarnos en las causas más nobles y extraordinarias, como a su vez somos capaces de conducirnos de la forma más mezquina y devastadora posíble. Tenemos, tanto la capacidad para obrar el bien, como a su vez ejercer el mal. No cabe la menor duda, de que como humanos, tanto nuestros comportamientos, como a su vez las ideas que los orientan y pautan pueden entrar en flagrante contradicción, tanto que por momentos e instantes, nos resulta casi imposible reconocernos a nosotros mismos. No cabe duda alguna, de que realmente, somos paradójicos y desconcertantes. Lo cierto es que como especie humana, somos el resultado y la consecuencia del proceso evolutivo del ecosistema, que compartimos con el resto de especies y de organismos. Cierto es que hemos ido adquiriendo un incuestionable grado de complejidad durante nuestro transcurrir. Complejidad, que muchas veces ni comprendemos y que por lo tanto a su vez nos cuesta aceptar con cierto equilibrio y cierta responsabilidad.

La vida en sí misma, al menos para nosotros, resulta ser un misterio complejo y de difícil comprensión para nuestra limitada mente. Misterio que por momentos e instantes, nos lleva a nuestro tan consabido sentimiento de angustia. En el mismo instante en el cual se originó el big bang, y dentro del orden implicado que éste portaba, el misterio de la vida, ya se encontraba inscrito; únicamente se precisaba tiempo para que las condiciones precisas y necesarias facilitaran la manifestación y la expresión del gran misterio de la vida. Millones y millones de años, para que la vida humana con toda sus características apareciera. En el orígen de nuestro universo, y en el tiempo evolutivo que ha transcurrido, apenas si somos un nanosegundo, en el maravilloso despertar de la vida durante el acontecer del big bang. En el surgimiento del big bang, y en el tiempo que ha transcurrido desde entonces, como especie apenas somos algo significativo, no obstante la inmensidad del cosmo nos asusta, y dicha vulnerabilidad procuramos y tratamos de compensarla con una sobreactuación del ego que nos acompaña. Imbuidos por nuestra arrogancia y nuestra desesperación, transferimos nuestro sufrimiento y nuestros miedos al restos de seres del ecosistema. Nos hemos convertido en una plaga para el planeta.

Resulta, más que evidente que para el surgimiento de la vida, al menos en su ámbito más complejo, se precisó a la vez que se necesitó, toda una eclosión de factores y condiciones determinadas, dentro de unos parámetros y rangos que facilitasen el surgimiento de la vida animal. Sin tales condiciones, la vida humana, jamas hubiése sido posible. Por ello, la vida, secillamente resulta ser un atractivo misterio, que no depende ni de la voluntad, ni del deseo del hombre. Para bien, o para mal, la vida con su vitalismo, no depende del hombre, y quizás por ello, nosotros apenas si la valoramos y la consideramos en su justa medida. Pues somos arrogantes con la vida, y creemos, a la vez que consideramos, que somos dueños de ella y que por lo tanto nos pertenece, y podemos hacer con ella lo que nos plazca, incluso segar otra vida humana. Por regla general, los humanos tendemos a rechazar y a negar aquello que no controlamos y por lo tanto no manejamos a nuestro antojo, y por ello somos y actuamos con plena y total irreverencia ante la fuerza e inteligencia vital que ofrece y presenta la vida.

Si el resto de organismos que comparten con nosotros la tierra, pudieran expresarse en un lenguaje claro e inteligible sobre la especie humana, manifestarían todo el temor y el miedo que nos tienen, pues somos la única especie capaz de acabar con el planeta. El género humano, no tiene parangón a la hora de manifestar y de expresar su capacidad para hacer el mal. Nuestra capacidad destructiva carece de límites. Somos capaces de generar el mal y el sufrimiento, de modo y forma que éste pueda hasta parecer irracional. Es más, sin los humanos, el mal y el horror no estaría presente en la tierra. Quizás, seamos la mayor manifestación de la malignidad en la tierra. Somos capaces de destruir a otro humano. No dudamos, en declarar la guerra en nombre de la paz, y tampoco dudamos en rearmarnos para que nuestros vecinos vivan atemorizados. Tendemos a ser ventajistas, rentistas y mentirosos, si con ello obtenemos y tenemos ventajas en nuestras relaciones con los demás. A su vez, tendemos a hacer todo lo contrario de lo que predicamos. Y por supuesto, nos consideramos mejor que nadie. Parece ser que nuestra humildad, brilla por su ausencia. Al parecer, tanto nuestra capacidad agresiva como nuestra codicia, no tienen límites. Es como, si nos fuera consustancial, el ser como somos, pura arbitrariedad y egoismo.

A pesar de ello, nunca hemos sido tan egocéntricos como lo somos ahora. En la encrucijada de la “Ilustración”, cuando la humanidad se decantó, apenas sin dudarlo por la razón y por el uso racional que hacemos de la razón, fue como si le diéramos las espaldas a la facticidad corporal para en su lugar sobredimensionar y sobrevalorar el proceso del pensamiento “Pienso, luego existo”. De algún modo se dió un giro, que sin dejar de ser humanos, ya codificabamos con otros parámetros y registros. La razón fue elevada a la categoría de divinidad. No obstante como humanos, ni el cuerpo y ni el corazón dejaron de ser y por lo tanto de actuar y de estar presentes en cada uno de nosotros. No obstante, el incipiente fenómeno de la razón, o mejor dicho la sobredimensionalidad que se le dió en su momento, nos condujo a una doble fractura, cuerpo por un lado y mente por otro. Tanto la mente como su proceso mental, tienden a ser hiperracionalizados, de modo y forma en el que la razón casi se convierte en un cajón de sastre. Erigiéndose la racionalización en una clara franquicia, válida y útil a la vez que necesaria para alejarnos y distanciarnos de nuestros propios cuerpos, y tambien de los demás.

Con el proceso de racionalizar, lo que procuramos, tratamos e intentamos, es poder establecer toda una serie de estrategias y de modalidades útiles y necesarias para poder justificar todo un conjunto de creencias y de valores asentados en la dominación de unos hombres por otros hombres. Desarrollamos la habilidad de la ambivalencia para embaucar a otros seres humanos. De alguna forma saltamos por encima del caracterizado sentido comunitario tribal, gestado y establecido desde un marco basado y centrado en las “otredades” de los sujetos que formaban y establecían el clan. Ahora, nos hemos organizados y estructurado bajo el criterio pragmático del utilitarismo en el cual la competividad, la explotación y el dominio, adquieren una nueva dimensión y valor. Consideramos a los humanos en claves de rendimiento de trabajo y por lo tanto en cocientes de productividad que me van a producir un rédito y por lo tanto unos excedentes, es decir unos beneficios. Por lo tanto obramos en consecuencia, y acabamos por insensibilizarnos y endurecernos, en relación al resto de humanos. Nos endurecemos y poco o nada nos importa lo que les ocurra al resto de humanos. Se abre la caja de Pandora para que los demonios humanos devoren a otros humanos. Por ejemplo, de ese modo se justifica y se explique nuestro conspicuo silencio con el exterminio de los gazatíes. Si aterrador resulta ser ya, lo lo que se les está haciendo, mucho más lo es nuestro atronador y cómplice silencio ante dicho crímen. Qué nos está sucediendo para que cínicamente miremos para otro lado. Cómo humanamente nos mantenemos impune e indiferentes, ante el dolor y el exterminio de todo un pueblo. Somos humanos, o somos una masa indiferenciada e indiferente que se pliega a los más oscuros y tenebrosos intereses, hasta el extremos de ver y de permitir e incluso tolerar un genocidio.

Vivimos bajo el totalitarismo de la indiferencia hacia los otros. Auspiciado por la desesperación de la “masa”, dentro de la cual crecemos y nos desarrollamos, carecemos y perdemos todo sentido de individuación y de subjetividad. En cierto sentido, se diría que en su totalidad y en su plenitud dentro de la masa, nos despersonalizamos. Dentro de la masa, fría y acrítica, vivimos y sentimos nuestra propia soledad. Puede parecer un absurdo, pero no lo es, la masa humana carece de pensamiento crítico, es más la masa humana ha sido creada y elaborada para satisfacer los deseos y pensamientos totalitarios del iluminado del turno. En la masa como tal, no hay nada de humano y de humanismo, solo es una huida hacia adelante, como un acto de desesperación en el que inconscientemente evito mi propia soledad, aunque ello implique y signifique bestializarme.

Desde la acritud y con crueldad obedezco al iluminado que niega, tanto los hechos como la verdad, pues él se orienta por las leyes de la naturaleza que le indican y que le dicen que una etnia o grupo suelen ser los elegidos para marcar y dictaminar los destinos de la humanidad, y que por lo tanto su misión es guiar a dicha masa para que se cumpla con las leyes naturales y divinas. En el caso de que algo o alguién se oponga a dicho destino y leyes naturales, pues se le elimina, ya que somos una “unidad de destino”, y el “ pueblo elegido”. Por lo tanto, se debe de cumplir con la misión y el destino totalitario, por que ha sido dispuesto y determinado por dichas leyes naturales. El conspicuo silencio de las masas, guiadas por su lider y su camarilla resulta tan desolador, que por momentos e intantes, casi se puede perder las esperanzas de vivir una vida colectiva, dentro del marco de la dignidad que todo humano debe tener y sentir. En la masa, solo hay deshumanización, ya que el proceso de individuación personal se niega y por lo tanto se rechaza. En la masa nada es posible, pues ella se encamina a enaltecer al “elegido”.

Por qué somos cómo somos?, tal vez las respuestas a dicha pregunta, resida en cada uno de nosotros. Lo que es indudable, es que el mundo y la realidad humana, deben ser transformada en pos de un contexto y de un espacio en el que, tanto la dignidad como la comunidad de humanos han de ser tratadas y consideradas como tales. El vil instrumentalismo de los aranceles, impuestos por el visionario lider, lesiona y altera el sentido y la emotiva humanidad de cada sujeto. Más allá del bien y del mal, algo es cierto, y es que a pesar de nuestra naturaleza, no hemos venido a esta vida, a eliminar gazatíes, gitanos, moros, etc, pues somos diversos y nuestra fuerza así como nuestra esencialidad, reside en dicha diversidad. La complejidad de lo diferente y de lo distinto, es lo que nos vincula y nos humaniza. Los iluminados, las facciones, los dictadores, los fascistas, y el resto de ismos, tienden a ser cortinas que oscurecen el autentico y verdadero sentido de la humanidad. Son lo que son, el resultado de la oscuridad humana.

La ética humana, reside en la aceptación étnica y humana del planeta, superando, eliminando e integrando toda la basura instrumentalista e ideológica del totalitarismo supremacista en el que vivimos actualmente. Ni dioses, ni patriarcado, ni aranceles humanos y monetarios, y mucho menos totalitarismos rancios y deshumanizantes. Asumir la unidad de destino, que es nuestro planeta, desde y con la responsabilidad de transformar las masas en colectividades.

Dejar, a la vez que abandonar la fría soledad, por un consciente sentido de colectividad y responsabilidad comunitaria. Porque somos lo que somos, hemos de dar sentido, valor y significado, al cómo somos, o mejor dicho al cómo deberíamos ser. Nada justifica los crímenes y asesinatos, y por lo tanto el sufrimiento infligido por el iluminado al resto de humanos. El totalitarismo, dentro de la especie humana carece de sentido, pues tan solo llevaría a la propia especie hacia su anticipado final.


Cristino José Gómez Naranjo.







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